En la visita al cementerio, la vida vence al olvido

En el interior, los deudos mantienen la costumbre de “hermosear” las tumbas de los seres queridos. Diferencias.

PREPARATIVOS. Diego y Raúl Morán pintaron de un estridente color lila su bóveda en Cevil Pozo, a pedido de Argentina, la mayor de la familia. LA GACETA / FOTO DE INÉS QUINTEROS ORIO PREPARATIVOS. Diego y Raúl Morán pintaron de un estridente color lila su bóveda en Cevil Pozo, a pedido de Argentina, la mayor de la familia. LA GACETA / FOTO DE INÉS QUINTEROS ORIO
Julio Marengo
Por Julio Marengo 02 Noviembre 2014
A Eliana Guzmán no le impresiona la muerte. No se le eriza la piel cuando abre el mausoleo donde descansan ocho de sus familiares -incluyendo un cajón pequeño, con un bebé de días- y despliega toda su artillería de limpieza para dejar impecable la morada. Casi podría decirse que a esa tarea la emprende con alegría -a juzgar por su rostro iluminado, la sonrisa cándida-, sobre todo cuando hay que prepararlo para recibir fechas especiales, como el Día de los Fieles Difuntos. Para Eliana (23), eso es como limpiar la casa para recibir las visitas. “El domingo (por hoy) viene toda la familia, así que el lugar tiene que estar impecable. Celebramos dos cosas: el Día de los Muertos y también el cumpleaños de Héctor Moyano, mi abuelo, el último familiar que entró al monumento”, cuenta esta estudiante de Recursos Humanos de Banda del Río Salí.

Héctor, que falleció en agosto del año pasado, fue quien le enseñó este vínculo con sus difuntos. “Él nos traía siempre, incluso cuando estaba muy enfermo. Y a mí me quedó esto de darme una vuelta siempre, como una forma de sentirme más en contacto con ellos”. Su mamá, Mercedes Lorenza Moyano, la miraba con admiración mientras la joven conversaba con LA GACETA. El Cementerio de Cevil Pozo, ubicado a las puertas de la localidad de Colombres, se preparaba de forma enérgica para el día más ajetreado del año, y ellas dos estaban entre los numerosos deudos que el viernes trabajaban para dejar “la casa” en orden, según contó Ramón Díaz, encargado del lugar.

Una contracara del camposanto de Colombres es el Cementerio Municipal de Tafí Viejo: no había brazos familiares, sino de empleados, realizando las tareas de mantenimiento en los ostentosos monumentos. “Las cosas ya no son como antes. Uno se muere, y a los pocos días ya los familiares se olvidan”, resume Raúl Quintana, un “changarín” dedicado a hacer todo tipo de tareas en el cementerio: “desde desagotes de cajones, hasta repintado de piedras”, cuenta. El viernes, Raúl repintaba una tumba, contratado por una familia taficeña.

En el Cementerio del Norte, en esta capital, los trabajos de mantenimiento también quedan en manos de empleados y “changarines” que han hecho de la necrópolis (impecable por estos días) su segundo hogar. “Los deudos prefieren pagar para que nosotros dejemos en condiciones los mausoleos, es nuestro trabajo”, confesó Jorge Aldo Morales, un jubilado del cementerio que aún encuentra en ese camposanto su medio de vida. Dice que un cambio entre el pasado y el presente es que los difuntos de una misma familia están separados; unos en un cementerio y otros en otro. Ni la muerte se salva, en estos tiempos en los que cada uno busca casa propia.

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