Una egresada de la UNT se convirtió en madre de una niña angoleña

Una egresada de la UNT se convirtió en madre de una niña angoleña

Costumbres tribales condenan a las mujeres cuyos maridos fallecen, a entregar todos sus bienes.

ANA Y ELIZABETH. La abuela angoleña encontró en la enfermera un apoyo para superar sus tribulaciones. ANA Y ELIZABETH. La abuela angoleña encontró en la enfermera un apoyo para superar sus tribulaciones.
En Angola, la muerte es cosa de todos los días. Y aunque el hambre y las enfermedades son las causas más comunes, la gente del pueblo siempre busca un culpable. Por eso, Sarita no fue bienvenida en su hogar. Al tercer día de su nacimiento, su madre, una adolescente de Lwena, falleció por alguna razón. Su abuela paterna, que se había quedado con ella -como es la costumbre (la familia del padre se queda con los hijos y con todos los bienes de la mujer)- la llevó a la clínica Jesús Salva, y allí la conoció la enfermera argentina Elizabeth Rueda. "Llegó desnutrida, casi moribunda por la malaria", recuerda la egresada de la UNT. "A pesar de los medicamentos que le daba no se mejoraba. Cuando le dije a la abuela cómo debía prepararle la mamadera, ella se entristeció: no tenemos nada para darle de comer", le dijo.

La abuela de Sarita pensaba que su hija había fallecido por un hechizo y que el mal persistiría en su nieta. Como la niña estaba tan mal y su familia era tan pobre, Elizabeth le propuso cuidarla en su casa hasta que se mejorara. En cuatro meses la bebé recuperó la salud y llegó a su peso normal (tenía apenas 2,300 kg a los dos meses, cuando la conoció). "Le dije a la abuela que ya la podía llevar. Pero ella me contestó que no podía quedarse con la niña. 'Si la llevo conmigo ella va a morir'", le dijo. Es así como Elizabeth se convirtió en madre. La adoptó legalmente, y ahora piensa quedarse a vivir en Lwena para que su hija no se aleje de sus orígenes.

"Nací en Bolivia, pero mis padres me nacionalizaron argentina. A los 18 años llegué a Tucumán para estudiar enfermería en la UNT. Mi sueño era conocer África, desde que vi una serie que me dejó impactada, 'Raíces'", cuenta desde la residencia en Lwena para los voluntarios de la clínica Jesús Salva, de la Iglesia Evangélica de Angola. "Crecí en un hogar cristiano, pero a los 16 años tomé la decisión personal de seguir a Dios. Mi padre siempre alojaba en casa a los misioneros voluntarios de la Iglesia. Pero mi vocacion fue un proceso. Cuando egresé de la carrera de Enfermería me di cuenta de que mi misión en la vida era ayudar a la gente. Siempre me decía a mí misma: algún día voy a ir a Africa", recuerda.

"En 1993 viajé a Mozambique, y allí conocí a los médicos Juan Emilio Palacios y a Adriana Rosetto. Estuve tres meses con ellos. Ayudaba a Didier, su hijo, con los deberes de la escuela, y ayudaba con mi profesión en las aldeas. En 2000 regresé por dos meses, junto a otros voluntarios tucumanos, Marcia Manfredi y Claudio Quinteros. 'Si querés ir a África tenés que estar casada, me dijeron'. Yo esperé que Dios me indicara el camino. El Señor fue abriendo las puertas de manera increíble. Mi familia fue aceptando la idea, y cuando tenía todo preparado, entendí que había llegado el momento. Era un 19 de diciembre de 2010", evoca sin dejar de sonreír.

Sarita ya tiene dos años y medio, es alegre y entiende español y portugués a la perfección. Corretea por el living de la casa mientras su mamá relata su historia a LA GACETA. Elizabeth la mira y comenta sin que se lo haya preguntado: "ella es un regalo para mi vida. Creo que Dios ha pensado grandes cosas para ella", asegura. "Va a hacer la escuela a distancia para que cuando sea grande no le cueste tanto entrar a la universidad". ¿En Tucumán?, le pregunto. Ríe con mirada serena. "No, aquí , en Lwena, donde nos vamos a quedar a vivir para siempre. Quizás hasta nos vayamos más adentro, a las aldeas, para servir más y mejor a Dios".

Con todo, Eli no se ha desentendido de la abuela de Sarita. La conocí personalmente. Se llama Ana, y aunque parece más grande por sus ojos envejecidos, apenas tiene 48 años. Ahora la maldición le ha caído a ella. Su marido ha muerto hace unos días de un ataque cardíaco, aparentemente. Y la historia vuelve a repetirse. La familia de su esposo se llevó a sus hijos, salvo al más pequeño. También le quitó las pocas pertenencias que tenía, la echó de la casa y hasta se llevó el colchón donde dormía.

Estamos Ana, Elizabeth y yo paradas en un inmenso basural, que se pierde en el horizonte. Hemos llegado hasta ahí en un colectivo pequeño -tipo minibús- donde vamos todos apretados. El olor es asfixiante. Los que nos ven subir no hacen buena cara. El blanco no siempre es bienvenido, muchas veces -quizás por el recuerdo de las atrocidades de la colonia- sigue siendo un invasor. Por 100 kwanzas (algo así como 10 o 12 pesos) recorremos los caminos polvorientos y llenos de pozos de la ciudad. Llegamos al barrio "4 de Fevreiro", donde están los más pobres, donde la gente vive en verdaderas latas de sardinas porque están hechas totalmente de chapa. Techos y paredes.

Caminamos por una feria (praiça) que son los lugares donde compra todo el pueblo, desde verduras hasta celulares. Hay desarmaderos de motos a la vista del público, de venta caliente; apenas llega el rodado se lo descuartiza y no queda ni siquiera la carcasa. Hay muchas motos en Lwena porque es el único vehículo que puede andar por calles tan arenosas y desparejas. Los taxis son motos, aquí.

Eli y yo somos las únicas de raza blanca en este lugar. Por sus rostros de sorpresa, me da la impresión de que algunos niños jamás vieron especímenes semejantes. Pienso que todo es un sueño. Son las 16.30 y el sol ya está bajo. A las 18 será noche cerrada. Ana se acerca sonriente, me da la mano y con expresión de mucho sufrimiento le cuenta a Eli que se ha tenido que ir de donde estaba alquilando porque ya no tenía cómo pagarlo. La voluntaria la calma y la conduce hasta uno de los puestos donde venden colchones. Ella elige el más alegre, con grandes flores rosas. Antes de despedirse mira al suelo y le confiesa que no ha comido en todo el día. Le pide dinero para comprar un poco de harina de mandioca para hacer funge, la comida tradicional, que se hace sólo con agua y harina. Nos despide con grandes reverencias y se aleja por un camino polvoriento, con el colchón en la cabeza. Quizás no vaya a ninguna parte. Cómo será el lugar donde vive ahora, es algo que ni Eli ni yo nos queremos imaginar.

Galería 24 fotos Tucumán solidario en los confines del mundo. Este es el registro fotográfico de nuestra periodista Magena Valentié por el interior de Angola, un país devastado por la guerra y en plena reconstrucción. Todas las fotos de Magena Valentié / LA GACETA (Uso prohibido)
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