A brazo partido

A brazo partido

Cristina reaccionó ante las quejas de las urnas. Alperovich, en cambio, se siente traicionado y está dispuesto a castigar a aquellos que él creen no le son fieles. Diferentes lecturas de los dos referentes. En Buenos Aires reciben con los brazos abiertos las quejas sobre Tucumán. Seguridad poco segura.

Hace siete días la duda era cuántos abrazos entran en una valija. Y la conclusión -y certeza- era que no cabía ninguno. Una semana después, eso se confirma.

Alperovich volvió de sus vacaciones de Israel y fue incapaz de abrazar a Domingo Amaya y de proponerle un trabajo tranquilo y conjunto hacia octubre, para ganar cómodos las elecciones y planificar el futuro de la provincia.

Alperovich se siente traicionado y no asimila la pérdida de votos de las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO).

La foto y el asado

El jueves a la noche fue el asado y el viernes, la foto. En la casa de Alperovich los príncipes "sijosesistas" -salvo Gassenbauer hijo- junto a los legisladores y a concejales de la Capital pusieron en la parrilla a sus pares amayistas. Y entre bocado y bocado, explicaron cómo la elección del 11 de agosto fue mala porque los amayistas no fueron leales. Al día siguiente, la foto muestra al gobernador y al intendente sentados ante una misma mesa, firmando un acuerdo para armar un plan de obras. Puro show. Alperovich no quiere saber nada y para afuera habrá gestos como este, pero hacia adentro la guerra ha comenzado.

Los prolegómenos de la foto son graciosos: Amaya llegó antes que Alperovich y lo esperó. Cuando entró el mandatario provincial a la gran sala que está antes de su despacho, se dirigió directamente adonde estaba esperando el lordmayor. Le estiró la mano -ya sabemos que no tiene abrazos- y lo saludó. En silencio se sentaron, los neo-enemigos rubricaron los papeles junto a sus respectivos funcionarios y Alperovich dijo: "bueno, vamos a seguir trabajando". Se levantó con su séquito y se metió en el despacho, mientras Amaya volvió sobre sus pasos. Una escena propia de una comedia de enredos, cuyo primer acto se dio el domingo pasado, en su cumpleaños. Allí se lo vio al titular del Ente Tucumán Turismo, Bernardo Racedo Aragón, más desubicado que perro en cancha de bochas.

El gobernador siguió trabajando; mandó a los príncipes "sijosesistas" a que gestionen en el pedigüeño Instituto de la Vivienda un relevamiento en la zona sudoeste de la Capital para repartir luego "soluciones habitacionales". En síntesis: se metieron sin pedir permiso en terreno de caudillos amayistas a comprar voluntades. También apuntaron al asentamiento Néstor Kirchner, terreno que no es "colorado", sino de La Cámpora. Otra cosa para molestar a las autoridades nacionales.

La comunicación con algunos dirigentes nacionales tiene más interrupciones que una llamada por celular. Si bien los "sijosesistas" lo desmienten, en el Congreso de la Nación cuentan que el ministro de Trabajo, Carlos Tomada, recriminó por los despidos en la Caja Popular de Ahorros después de la multitudinaria marcha en su defensa. "Son peronistas que quedaron afuera", dicen que señaló Tomada. Cuando llegaron los bancarios al Senado no tuvieron el trato que suele tener cualquier agrupación. No ingresaron al Palacio dos o tres referentes, sino 80. Para que ello ocurra tiene que haber carta blanca del oficialismo. Estas señales no pueden ser obviadas en Tucson.

No son las únicas cuitas que llegan a la Rosada. El MUP de Luis Romano, que se animó a competirle al alperovichismo, fue hasta el despacho de Carlos Zanini para quejarse por el trato que sufrió durante la campaña. El díscolo dirigente del sur sostiene que en la Casa de Gobierno trataron mejor a algunos disidentes que a él.

El espejo presidencial

Se trata de dos actitudes muy diferentes. La Presidenta de la Nación, cuando pudo digerir el resultado de los comicios, reunió a los que pudo -o, al menos, a los que podía mirar a la cara- e intentó algún diálogo. Después corrigió un poco el impuesto a las Ganancias. Tal vez sea tarde para cambiar humores sociales, pero respondió a lo que dijeron las urnas. Los ciudadanos corroboraron el poder de su voto. Y, por último, para no tener problemas internos -al menos, hasta octubre-, dejó que Daniel Scioli se ponga el traje de sucesor.

¿Qué hizo Alperovich? Se fue de vacaciones, pensó y volvió decidido a pelearse internamente. El mandatario está convencido de que lo traicionaron.

Los ciudadanos le han dicho otra cosa. En el peor momento del kirchnerismo, después de aquel 2009 con rutas cortadas, votos no positivos y yuyos divisorios, el alperovichismo supo sumar 381.087 votos. Dos años después llegó a los 526.164 y ahora, en 2013 ha vuelto al peor momento y perdió los 144.000 votos que había ganado dos años antes. No son dos o tres boletas que se quedaron fuera de las urnas; es una masa importantísima de votantes (más o menos equivalente a una banca) que va y viene y que el alperovichismo no contiene.

La corrupción

La lupa oficialista anda por detrás de las planillas electorales para encontrar "colorados" infraganti. Esa desesperación no los deja ver que hay problemas más graves que las fidelidades e infidelidades políticas. Alperovich se va desgastando con la inseguridad, pero también la sociedad sufre ese desgaste. Esta semana los estudiantes dejaron de estudiar en Filosofía y Letras. Y aun cuando pudiera politizarse el reclamo no se puede negar que desde hace más de una década ir y volver a esa casa de estudios no es el camino al Paraíso, precisamente. La corrupción sigue corroyendo a la Policía y el Ministerio de Seguridad no encuentra salida.

Así como los jóvenes no tuvieron ni clases ni exámenes, los vecinos de Yerba Buena se quedaron sin farmacias a la noche. La lectura oficialista suele terminar en una mirada conspirativa y no en una interpretación de que empieza a cansar la sensación de que no se puede trabajar tranquilo; y menos con miedo.

Hace unos años cuando el gobernador escuchaba una mínima queja o se enteraba de una denuncia contra un miembro de su equipo salía él en persona a defenderlo. Después, sus operadores se ocupaban de ayudarlo en la Justicia; pero ante la opinión pública siempre sostenía que eran exageraciones de la prensa. Hoy, los policías se han empezado a molestar porque no reciben, exactamente, ese trato y se quejan de que no son las únicas áreas donde las irregularidades afean la imagen de la gestión.

El binomio de Jorge Gassenbauer y Paul Hoffer no se ve como un sistema sólido. El dúo dinámico que forman el ministro y el secretario de Seguridad Ciudadana se miran en el espejo de sus antecesores y se quedan tranquilos. Sienten que se están haciendo cosas, pero no son una cadena aparte sino un eslabón más de una maquinaria que esta gestión nunca pudo hacer funcionar. Los funcionarios recurren a la queja fácil de criticar a la prensa pero los problemas con los ladrones y asaltantes no tienen balas de tintas, parafraseando una expresión tristemente célebre.

Alperovich ha regresado y esta primera semana se ha mostrado preocupado por las cuestiones internas del peronismo que nunca lo acunó, sino que lo adoptó ya grande. Eso lo pone quisquilloso -"permaloso", solía decir un ex funcionario con tonada italiana-, porque no alcanza para llegar al 27 de octubre tranquilo; y menos aún cuando el próximo sábado, en Famaillá, los mellizos pongan a todo volumen "La Felicidad", cantada en vivo por el mismísimo ex gobernador Ramón Ortega.

Comentarios