La charla que no fue
28 Abril 2013

Por Cristina Bulacio *

Fue la única vez en mi vida que lo vi. Su figura frágil, casi temblorosa, pasó a mi lado cuando ingresaba a la Sociedad Israelita de Tucumán en junio de 1969. A sala llena, lo esperábamos con cierto temor reverencial. Me hubiera gustado poder abordarlo, hacerle una entrevista, sin embargo, muy lejos de mí la intención, siquiera, de hablarle. La dimensión de su figura -que ya se agigantaba en el horizonte intelectual- y mi condición de joven inexperta en esas lides, me ponían fuera de juego. Qué decirle, con qué sorprender a un escritor de finísima ironía, gran inteligencia y vasta erudición. Como todos en aquella sala, opté por escuchar en silencio y con avidez su voz entrecortada, monótona, que, precisamente por serlo, captaba toda nuestra atención. Nos permitió ahondar en los goces del espíritu, en el placer estético, en la reflexión profunda. La elegancia de su estilo, la búsqueda incesante de la palabra precisa, hacían de ese momento, un instante de revelación.

Habló de "Israel y la cultura Occidental", ponderó al pueblo judío por su riqueza espiritual ya que poseen dos tradiciones, la griega y la cristiana, lo que les da libertad. Mencionó su interés por la Cábala y por Spinoza. Recuerdo que, con palabras sencillas y conceptos claros, condujo al auditorio, imperceptiblemente y como era su estilo, hacia un pensar de profundidad. Borges había dicho, pocos años antes, que la suerte del escritor consiste en que "al inicio es vanidosamente barroco, y al cabo de los años puede lograr, si son favorables los astros, no la sencillez, que no es nada, sino la modesta y secreta complejidad" (El otro, el mismo, 1964.)

En efecto, esa "modesta y secreta complejidad" funciona en Borges como un elemento estético. No alude a lo enmarañado o difícil, sino a lo enigmático, sutil y apenas insinuado en el lenguaje con los que construye fascinantes y misteriosos universos. Complejidad -del latín complexus: que abarca, abraza- es un entramado de ideas, convicciones, perspectivas -incluso enigmas metafísicos- que operan en diferentes capas y que, lentamente, a lo largo de los años, van perfilando un estilo, una marca, un sello propio. Y vaya si Borges lo tiene. La complejidad a la que aspira en sus textos se evidenciaba en aquella voz que desgranaba ideas en apariencia simples; sin embargo, sabemos "no hay una sola página simple, todas de algún modo postulan el universo y el universo es complejo".

Por aquel tiempo en que visitaba Tucumán -con 70 años-, se publicó Elogio de la sombra, su quinto libro de poesías, en el cual vuelve sobre la ceguera y la ética. El tono de este libro es de reflexión madura, de nostalgia e incertidumbre, de búsqueda, de inmensa humanidad y también ternura. Menciono sólo tres de sus poesías que recomiendo al lector: Juan, I, 14; Una Oración y Elogio de la sombra. En cualquiera de ellas encontrará aquello de lo que hablamos: elegancia, belleza, profundidad y misterio. No otra cosa es Borges y quizás -en lo más hondo-, nosotros mismos en tanto somos sus lectores.

© LA GACETA

* Doctora en Filosofía. Publicó, junto con Donato Grima, Dos miradas sobre Borges, en 1998.

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Preces a Borges

Por Carlos Duguech

Para LA GACETA - TUCUMÁN


En la plaza, detrás del monumento

a espaldas de ese Borges blanco y ciego

elevando sus manos en un ruego

procura una mujer, en su aislamiento,


estar sola con Borges, un momento

de pura reflexión y de sosiego

combinando la fe y el nuevo juego

de poner a la piedra en movimiento.


Y Borges ¡cuándo no! zafa del trance

de piadosa mujer y como sabe

hacer que la estocada no le alcance


se despacha muy suelto en su ironía:

"No sé bien si el asunto es leve o grave:

yo que usted, a otro santo rezaría."  

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