¡Jesús ha resucitado y está vivo en la Eucaristía!

¡Jesús ha resucitado y está vivo en la Eucaristía!

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31 Marzo 2013
"¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado" (Lc 24, 1-12). Las piadosas mujeres de Jerusalén acuden al sepulcro en donde había sido sepultado el Cuerpo de Jesús para ungir el Cuerpo con perfumes, según la costumbre de los judíos. Antes de entrar, encuentran algo que las desconcierta, y es que la puerta del sepulcro está abierta porque la piedra que ocluía la entrada había sido removida; cuando entran, su desconcierto es aún mayor, puesto que no encuentran el Cuerpo de Jesús: "No hallaron el Cuerpo del Señor Jesús", dice el Evangelio. En ese momento, se les aparecen dos ángeles que les dicen que Jesús "no está" ahí, porque "ha resucitado".

La actitud de las santas mujeres refleja, aún siendo ellas piadosas y discípulas de Jesús, falta de fe en las palabras de Jesús, como se desprende de las palabras de los ángeles, pero también de la misma actitud de ellas en la madrugada del Domingo: acuden al sepulcro buscando a Jesús muerto, porque llevan perfumes para ungir un cadáver, como era la costumbre de los judíos. No van a buscar a Jesús vivo, tal como deberían haberlo hecho, si hubieran creído en las palabras de Jesús que les había profetizado que resucitaría al tercer día. Las santas mujeres acuden al sepulcro sin fe en Jesús resucitado y en sus palabras; aman a Jesús, y por eso llevan perfumes para su Cuerpo, pero no tienen fe en Él y por eso es que buscan a un muerto.

Muchos cristianos, en la Iglesia -y también nosotros mismos, en muchas ocasiones, sobre todo en la tribulación-, nos comportamos como las mujeres piadosas el Domingo de Resurrección: nos olvidamos de las palabras de Jesús, nos olvidamos que Él es Dios, nos olvidamos que Él ha resucitado y que, en la Eucaristía, cumple su promesa de "estar con nosotros hasta el fin del mundo". Y debido a que nos olvidamos de su palabra y vivimos sin fe, en el momento de la prueba naufragamos, como Pedro cuando comenzó a caminar sobre las aguas y, sintiendo temor por la fuerza del viento (Mt 14, 29-36), comenzó a hundirse.

Debemos estar atentos, para que no nos suceda lo que a las santas mujeres de Jerusalén, que van en busca de Jesús, pero de un Jesús muerto, no resucitado; un Jesús que se adapta más a su razón humana, pero que no corresponde a la realidad de su Ser divino: Jesús resucita porque es Dios; Él insufla, sobre su Cuerpo muerto y tendido en el sepulcro, el Espíritu Santo, que le comunica la vida eterna y la gloria divina, y es así como Jesús resucita lleno de la vida y con su Cuerpo glorificado.

Reflexionemos

"¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado". No cometamos el mismo error de las piadosas mujeres; no busquemos a un Jesús muerto, el Jesús de nuestra falta de fe; busquemos en la Iglesia a Jesús vivo, resucitado, glorioso, lleno de la vida, del amor y de la luz de Dios. ¿Dónde buscarlo? En la Eucaristía, porque Jesús deja de ocupar el sepulcro, para ocupar, con su Cuerpo resucitado y glorioso, el sagrario y el altar eucarístico.

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