Donde está Pedro, allí está la Iglesia

Donde está Pedro, allí está la Iglesia

Alfredo H. Zecca | Arzobispo de Tucumán

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31 Marzo 2013
La imprevista renuncia del Papa Benedicto XVI sembró en los católicos un cierto sentimiento de orfandad que el propio Pontífice se encargó de disipar cuando afirmó que la Iglesia estaba siempre en manos de su único Pastor, Jesucristo. El mundo entero acogió esta renuncia - por lo demás prevista en el Código de Derecho Canónico- como un gran gesto de humildad y desprendimiento de un poder que nunca buscó.

Tras el Cónclave, que duró escasos dos días, también de modo inesperado tuvimos, los argentinos, la sorpresa de la elección del Arzobispo de Buenos Aires, el Cardenal Jorge Mario Bergoglio S.J., como nuevo sucesor del Apóstol San Pedro, quien tomó para sí el nombre de Francisco, según explicó él mismo después, por el Pobre de Asís.

Los católicos de todo el mundo, y la prensa internacional, lo acogieron inmediatamente con gratitud y simpatía destacando los gestos de sencillez, humildad y cercanía que se hicieron evidentes desde su primera aparición pública, y que no han dejado de manifestarse en este todavía breve inicio de su Pontificado. Dichos gestos no nos sorprenden a quienes hemos tenido un trato cotidiano con él por muchos años, pero es claro que no responden a la imagen que habitualmente se tiene de un Papa.

La espontánea algarabía popular así como la simpatía de los diversos sectores de la Iglesia y hasta del estado y, en general, del mundo cultural y civil, se pusieron inmediatamente de manifiesto y se expresaron de múltiples maneras. ¡Un Papa Argentino!. A todos nos parecía imposible y allí estábamos, atónitos, contemplando a Francisco como aquel Pastor infatigable, humilde, austero, cercano a los más pobres, a quienes muchos hombres y mujeres, de toda condición, buscaban, en sus tiempos de sacerdote y de obispo, como confesor, director espiritual, consejero y amigo.

De una personalidad bien distinta de la del Papa Benedicto XVI, puede esperarse del Papa Francisco que lleve adelante, también él, un gran Pontificado que, naturalmente, pondrá a la Argentina en el centro del mundo y ayudará no poco a una reubicación de la misma en el plano de la política internacional. Pero lo hará, sin duda, con la distancia y la discreción que implican el hecho de que, ahora, como sucesor del Apóstol San Pedro, es el Padre común de muchos millones de católicos esparcidos en las más diversas regiones del planeta.

Su elección abrió para los argentinos un horizonte de esperanza y levantó nuestra autoestima. Bendito sea Dios que, en su inescrutable Providencia, guía la historia por caminos y medios sólo por El conocidos. Gracias, Señor, por habernos regalado, en Su Santidad, el Papa Francisco, un nuevo nuevo Obispo de Roma y, en cuanto tal, Vicario de Cristo.

El lento apagarse de la comprensible efervescencia inicial, que ha llevado a lecturas no siempre correctas y, en algunos casos, hasta superficiales así como la Semana Santa y la Pascua nos brindan el marco adecuado para hacer, de este hecho de relevancia histórica, la lectura más profunda: la que proviene de la fe.

"Donde está Pedro, allí está la Iglesia" reza un viejo axioma que proviene de la Tradición Católica. El Concilio Vaticano II lo recoge, a su manera, cuando afirma que la única Iglesia de Cristo "subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él" ( Const. Dogmática Lumen Gentium, 8).

Lo más importante es que Pedro se llama, ahora, Francisco. El, como cabeza del Colegio de los Obispos, es el Pastor que Dios ha elegido para guiar a su Iglesia. Esto es lo que nos enseña la fe y el motivo más profundo para rendirle, sobre la base de esa misma fe, nuestra reverencia y obediencia. Pero no es, de ninguna manera, un "Primus inter Pares", como algunos medios de prensa han señalado equivocadamente. No hay que confundir la sencillez y cercanía de los gestos del Papa Francisco con una desnaturalización del oficio Petrino que desempeña. El - y sólo él - es el sucesor de Pedro y, como tal, la Cabeza del Colegio Apostólico. Los Obispos, como sucesores de los Apóstoles, son miembros del Colegio Apostólico pero apacientan "con Pedro y bajo Pedro (cf. Const. Dogm, Lumen Gentium n.22).

Como Arzobispo quiero exhortar a todos los católicos que peregrinan en esta Iglesia Particular de Tucumán a reconocer en la persona de nuestro querido Papa Francisco al Vicario de Cristo y a seguir dócilmente sus enseñanzas. Este será el mayor homenaje que podamos ofrecerle y la norma segura de nuestro caminar junto a él en la tarea de la evangelización a la que nos ha convocado. Con mis mejores deseos de felicidad en esta Pascua y mi bendición.

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