Entre la emoción y la impotencia

Entre la emoción y la impotencia

Análisis.

LA PRIMERA NOTA. LA GACETA publicó la historia el 7 de octubre de 2002. LA PRIMERA NOTA. LA GACETA publicó la historia el 7 de octubre de 2002.
Emoción e impotencia. Aquel día el entonces cronista Federico Türpe no llegó a horario al trabajo. ¿Por qué vino tarde?, fue mi pregunta de burócrata y de gruñón. "Es que hará una nota sobre los cartoneros que andan por las noches", fue la respuesta del editor Roberto Delgado. Dos días después Türpe volvió diciendo no había hecho la nota... "Pero tengo una historia", se defendió. A principios de siglo, en los diarios sabíamos que había que contar historias, pero no las contábamos. "Encontré en la calle un chiquito que es cartonero, pero que además es abanderado", explicó el cronista que hoy conduce LAGACETA.com.

Increíble. Era LA nota. Emocionaba escuchar al cronista que luego se lució con su texto. Y fue publicada en la tapa. Y al "Cartonero abanderado" lo seguimos como si fuera un niño de la redacción. Todos hablaban de él, no sólo dentro del diario sino también afuera. Llegaron cartas de solidaridad y también de las otras que decían: "hasta cuando van a lucrar con eso". Y la noticia seguía generando sorpresas y ganando espacios en la tapa del diario.

Al mismo tiempo, la impotencia crecía. Era inversamente proporcional a la emoción. Es que el esfuerzo de Manuel -ya casi todos le decíamos Manuel- no encontraba eco en la sociedad. Y, en todo caso, si lo hacía llevaba implícito la sensación de que nada iba a cambiar en la vida de aquel cartonero abanderado, pero valía la pena intentarlo. Aún hoy se confunde el rol. El periodista sólo puede -y debe- contar lo que pasa. Analizar las causas y explicarlas lo mejor que pueda. Es necesaria la búsqueda obsesiva de la verdad que nunca develará con precisión. Pero no está para encontrar soluciones ni dar respuestas. Para eso están otras instituciones. "¿Sabés con quién estuve?", me preguntó Delgado la semana pasada. "Estuve con Manuel Cruz". La emoción volvió. "Tenemos que escribir eso. La historia continúa". La noticia ponía la piel de gallina. Aquel cronista y aquel jefe se reencontraron con Manuel que ya no era "aquel cartonero abanderado". A duras penas había pasado el secundario y no había podido sacarse el apelativo de "Cartonero". Había perdido el cuerpo y la voz del niño. Sin embargo, su pelea con el destino sigue. "No tengo cómo conseguir trabajo", les contó con ojos esperanzados. De nuevo, la emoción y la impotencia.

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