BUENOS AIRES.- Aquel que se educó en una escuela media argentina hace más de dos décadas, puede evocar con algo de resignación un modelo unidireccional, con poca participación estudiantil, con profesores que tenían el "saber" y el "poder", todo bajo un sistema de control de ausencias, cursada y sanciones de neto corte expulsivo.
Pocos se preguntaban hace 40, 30 años atrás qué sucedía cuando un joven de entre 12 y 18 años era excluido de la educación, en una sociedad que entraba rápidamente a cambios tecnológicos, a la exigencia de mayores aptitudes y conocimientos para entrar al mercado laboral o seguir estudios superiores.
¿Quién no recuerda alguna conversación de un profesor que se vanaglorió por detentar récords de "bochados" o "expulsados" en el sistema, tanto en el nivel medio como el superior y universitario?. En la presentación de los lineamientos de la nueva escuela secundaria, el ministro de Educación, Alberto Sileoni, planteó la necesidad de "romper el mito de la escuela que expulsa es más exigente" y que "el profesor que bocha al 90 % es mejor". Las consecuencias de sanciones de tamaña gravedad, tanto por cuestiones disciplinarias, de regularidad o de aprendizaje no fueron estudiadas ni evaluadas en detalle pero, se puede observar que la mitad de jóvenes de entre 13 y 18 sin escolarización sigue siendo el cachetazo a la sociedad y a funcionarios de todas las gestiones.
No obstante, en la planificación de la actual gestión y de los ministros del Consejo Federal de Educación, que aprobaron cuatro documentos base en 2009 de reformulación del nivel medio argentino, se apunta a buscar un mecanismo de volver a la exigencia, pero sin recurrir a prácticas exclusionistas.
Como sí es posible retornar a la vieja secundaria de 5 ó 6 años en el nuevo esquema, no es posible regresar a la sociedad de hace más de 20 años atrás, en la que entre otras cuestiones no se ponía en discusión quién era la autoridad en la casa y en escuela ni donde no existían las actuales problemáticas juveniles.
Hay jóvenes en el nivel medio que son padres, que estudian en cárceles, que trabajan muchas horas y que mantienen hogares, hay chicos que vienen de núcleos de fuerte violencia familiar o de abusos, y a ellos la escuela -que es la institución que replica el modelo social- tendrá que abrir sus puertas y atender.
En este escenario, los funcionarios tienen otro debate, según planteó el director general de Educación bonaerense, Mario Oporto, que maneja al 38 % de los alumnos secundarios del país. "Se puede flexibilizar algunos aspectos, como las inasistencias, pero sin caer en el facilismo".
El nuevo secundario que 1.300 escuelas estrenarán esta semana propone los seis años y orientaciones a elección en cuarto año, más ligadas a la tecnología, la literatura, la salud y la educación sexual. Permite en adelante sólo 20 inasistencias, en lugar de las 28 anteriores, dicta inglés y portugués como materias obligatorias y francés e italiano como optativas.
La regularidad no se pierde, se sigue cursando; si no hay vacantes la escuela media no pondrá ningún cartel y se ayudará al padre a conseguir un lugar en otro establecimiento. Los programas de apoyo al último año, la articulación con el nivel superior que impulsa Sileoni, el plan para Seguir Estudiando en Buenos Aires están en marcha. Sin embargo, el flagelo del abandono y la deserción no podrán ser exterminados sólo con buenos planes.
En palabras de Sileoni "la pobreza es un obstáculo educativo" y para lograr que todos los chicos y jóvenes estén en el sistema, sería necesarios puestos de trabajo para sus padres.