Democracia y democraticidad

Punto de vista III. Por Julio Burdman - Director del Observatorio Electoral Latinoamericano.

22 Marzo 2009

Si hablamos del desempeño democrático de las instituciones políticas, las dos grandes cuentas pendientes de la democracia argentina son la pobreza del debate sobre los asuntos públicos, y la escasa participación de los ciudadanos en la selección de los candidatos electorales. Mucho de esto tiene que ver con la virtual extinción de las internas partidarias en la mayor parte del país.
El adelantamiento de las elecciones legislativas nacionales conspira contra la realización de internas, pero también es cierto que, hasta la fecha, los términos del debate indicaban que éstas tampoco se realizarían en 2009. Si la Ciudad y provincia de Buenos Aires sirven como ejemplos, podíamos ver que a principios de marzo Néstor Kirchner se debatía entre presentar o no su candidatura a diputado, Mauricio Macri analizaba si Gabriela Michetti encabezaría las listas nacionales o locales, y Elisa Carrió, más decidida, anunciaba que Prat-Gay y Stolbizer serían las puntas de lanza de la Coalición Cívica: ninguno de ellos deslizó la idea de que las candidaturas de sus respectivos partidos políticos serían elegidas por sus afiliados.
La decisión unilateral de la oferta de candidatos es el síntoma más evidente del liderazgo personalista en los partidos, y degrada la representación política: las elecciones democráticas pierden calidad una vez que se suprime una instancia importante para dar legitimidad, publicidad y debate a las propuestas en pugna.
En las internas partidarias, y más aún en el caso de las primarias o "internas abiertas" como iban a serlo en nuestro país, gracias a una ley que el Congreso sancionó y luego, temeroso del aluvión democrático, suprimió- los pre-candidatos adquieren entidad política propia para convertirse en candidatos a representar al ciudadano. En ellas, el debate de las ideas alcanza su mayor densidad, porque se decide la plataforma; luego, en las elecciones generales, las plataformas que son producto de las internas se miden y compiten por las preferencias de los votantes.
Cuando no hay internas, y la organización partidaria es débil, la entidad del candidato queda muy atada al jefe partidario. Los afiliados o ciudadanos pueden tener múltiples razones para preferir a un pre-candidato sobre otro, pero el jefe partidario que hace las listas piensa estratégicamente. Sus razones son, en general, dos: la lealtad del pre-candidato, que le permite aumentar sus redes de poder, o su capacidad de obtener votos. Esta capacidad depende del nivel de conocimiento público del futuro candidato, de su imagen y carisma mediáticos, y de su habilidad para conseguir fondos (o aportarlos de su bolsillo) para la campaña.
La campaña, paradójicamente, se adelanta cuando no hay internas. El elegido a dedo comenzar su actividad externa al partido rápidamente, porque debe "instalarse" ante la sociedad convirtiéndose en un líder de opinión en los medios de comunicación- para hacerse conocido, y desarrollar una imagen pública. Pululan las gacetillas de prensa de los aspirantes a representantes, criticando a sus adversarios, y escasean los grupos de trabajo, los congresos partidarios y el proselitismo de las propuestas propias.
Asimismo, el partido que produce menos dirigentes porque no provee una arena interna de legitimación, debe cooptarlos con un currículo ya existente, por fuera de sus propias estructuras. Cuando el dueño de las candidaturas se da cuenta que no produjo dirigentes propios, empiezan a circular los nombres de deportistas, actores, vedettes.
Algunos de estos "males" de la política de nuestros tiempos, suelen atribuirse a los medios de comunicación o la banalidad de una sociedad consumista y desinteresada en la política ideológica tradicional. Pero en realidad, hay explicaciones más directas: la ausencia de vida interna en los partidos banaliza la política al excluir al ciudadano y al partido de la decisión.
El jefe partidario dispuesto a perder una interna, es un verdadero constructor político. Al permitir que otros dirigentes menos conocidos o más jóvenes le ganen un a elección, está accediendo a transferir su capital político a nuevas generaciones, en pos de la continuidad de la organización. El egoísmo del líder que, para garantizar su posición, patea la escalera, tienen efectos sobre la democraticidad de la democracia.

 

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