La una mañana era espléndida en el Hotel Sol, de San Javier, donde, remolón, el célebre Julio Iglesias recibía el desayuno en su suite preferencial. Aunque era un poco tarde para la primera comida de la mañana (casi las 12.30), el ídolo español no se dio por aludido y no tardó en salir al balcón para admirar el paisaje sublime que se desplegaba ante él y que lo mantuvo varios minutos maravillado. La noche anterior había sido agotadora: luego de aterrizar en la provincia en su aeronave Gulfstream G450, procedente de Punta Cana, el astro emprendió la subida al cerro para llegar, por fin, a la hora de la cena al hotel.
El equipo de Iglesias se instaló en el hotel cerca de las 22.30, y todo estaba ya dispuesto para la comida. “Lo primero que exigió fue que la cocina fuera de nivel internacional. Comió mariscos, ostras y truchas”, relató Jorge Daniel Wuscovi, gerente del Hotel Sol. “En persona es un tipo muy amable; no le negó nada a nadie”, agregó. En efecto, mientras Iglesias disfrutaba de su cena, algunos huéspedes se le acercaron para pedirle autógrafos, sacarse fotos o estrechar su mano, a lo que él accedió gustoso.
Mientras en el hotel reinaba la calma y sólo unos pocos turistas se arrimaban al comedor vidriado, el artista madrileño aprovechó la ausencia de periodistas y de curiosos para bajar a la piscina donde, acompañado por su asistente, se recostó en una reposera dispuesto a disfrutar del sol que salía de a ratos. “Lamentablemente, el señor prefiere descansar y no hablar con la prensa antes del espectáculo. Es muy estricto en ese sentido”, se excusó el gerente. De todas formas, el acceso a ese sector del hotel no estaba limitado y, a pesar de la presencia del personal de seguridad, la cronista de LA GACETA logró llegar al lado de Iglesias, que lucía un bronceado de años y una sonrisa de oreja a oreja. “¿Y tú, cuántos años tienes? ¿14?”, bromeó el cantante, que llegó a la orilla de la pileta vestido con mucha sencillez (jogging azul y zapatillas) pero sin perder el aire de galán. Insistió en no dar entrevistas, pero se lo notaba relajado y de muy buen humor. Y con razón: el siguiente punto en su agenda sería instalarse en el spa un par de horas antes de degustar un suculento almuerzo prerrecital.
“Quedó encantado con el hotel, con el paisaje y, especialmente, con la tranquilidad del ambiente. Le llamaron la atención algunas comidas regionales, como el cayote, aunque prefiere la comida internacional”, concluyó Wuscovi.