La visita de la angustia

La visita de la angustia

Punto de vista. Por Osvaldo Aiziczon - Psicoanalista.

20 Mayo 2007
Pero, dirá usted, cómo explicar estas manías, estos extraños comportamientos observables en cualquier edad, educación o nivel económico. Si piso la unión de las baldosas o cambio el camino acostumbrado a la escuela o al trabajo, morirán mi madre y mis hermanos. O peor aún: perderé mi perro. Seis veces lavé mis manos, ¿será suficiente? Y la toalla: los microbios pueden haberse refugiado ahí. Allí está la silla de la mala suerte y ¡uy! el vecino yeta que sólo por mirarlo  me anticipa desgracias.
El latido de mi corazón cambia cada vez que me tomo el pulso; ahora no lo siento. ¿Habré muerto? También la tensión. La presión, se dice, la presión que me tensiona, la tensión que me presiona. Arterial: qué palabra horrible. Tanta sangre en movimiento.  Sin nadie que controle el tránsito, igual que en la ciudad. El doctor ya lo dijo: estrés. Tiene razón el doctor; pero ¿qué es el estrés?
Querer estar seguro de todo parece desequilibrar tanto como  no estar seguro de nada. Las dudas obsesivas paralizan todos los caminos, alientan todas las sospechas y ponen en retirada todas las certezas. Es que su majestad, la angustia, se hace presente con cada control fracasado. La angustia, esa fenomenal alcahueta, insobornable, anunciando que la casa, nuestra realidad interna, no está en orden o que su orden es falso.
No confíes en nadie, no es seguro. Estás en la calle, creo que viene el pánico. Contá hasta 99, cien no porque es desgracia. Ahora en inglés. Sumá la última cifra de las patentes de autos estacionados. Sonreí, así parecés normal. Y no olvides de ahorrar por si te enfermás. O por si hay catástrofes. Sólo se persigue a los que huyen: la angustia te encontrará; quizá convenga hablar con ella.