Ni conspiración es atentado, ni chicana es compasión

Ni conspiración es atentado, ni chicana es compasión

Análisis. Por Hugo Grimaldi - Columnista de DyN.

02 Mayo 2007
BUENOS AIRES.- En ningún lugar del mundo, nadie debería tener mayor protección que un presidente, y la Argentina no es la excepción. Nunca se debe descartar la hipótesis de un magnicidio, ya sea por cuestiones ideológicas o porque la mente retorcida de algún enfermo que busca notoriedad a costa de la vida de un primer magistrado decide apretar un gatillo o estrellar un camión contra el frente de su casa. Pero, ante el episodio de Río Gallegos, cada cosa en su lugar, ni tanto ni tan poco. Una cosa es una conspiración y otra un atentado, como se simplificó la cosa.
El verbo “atentar” como una acción que involucra algo ilícito no tiene por qué ser meneado como lo están haciendo todos los actores de la vida política, deseosos de usar el caso para esconder sus propias debilidades. Los unos para sacar de la tapa de los diarios temas que no les conviene que estén; y los otros, para escabullirse ante una más que notoria falta de líneas de acción y de propuestas para contrastar.
El Gobierno decidió ponerse en víctima, exacerbando la paranoia que lo hace buscar siempre a sus enemigos afuera de su órbita de responsabilidad, a los que invariablemente culpa cuando las cosas no salen como le gusta. Se sabe muy ducho en materia comunicacional y apunta a que muchos piensen que fuerzas malignas de oscuros designios buscan frenar la acción que emprendió el Presidente. Quiere ganar desde la compasión. Por su parte, los opositores se solazan en la comparación del manejo de este episodio de Santa Cruz con las desprolijidades del “caso Gerez” y poca atención le ponen al asunto. Se muestran hasta divertidos, con lo que para ellos es una bienvenida casualidad que ayuda esconder la flaqueza de sus propuestas. Buscan su oportunidad desde la chicana. Lo que resulta concreto es que nada de esto alcanza y que ante la sociedad todos ellos se muestran como adictos incurables, ya que sólo se mueven en clave electoral, con poco apego a las ideas y, mucho menos, a las maneras de instrumentarlas.
Todo les sirve para intentar sacar alguna ventaja, pero se equivocan, porque nunca se sabe si no hay otro “loquito” en el horizonte que decidió buscar sus cinco minutos de fama al compás de las cacerolas.