Un mal que no se cura, pero sí se detiene

Un mal que no se cura, pero sí se detiene

Sólo se puede dejar la adicción cuando la persona reconoce que necesita ayuda urgente.

ANHELO. El ludópata mantiene la esperanza de hacerse rico con las apuestas.  ARCHIVO LA GACETA ANHELO. El ludópata mantiene la esperanza de hacerse rico con las apuestas. ARCHIVO LA GACETA
26 Marzo 2007
“Tenía la fantasía de que iba ganar y solucionar mis problemas, pero me iba hundiendo cada vez más, vivía pensando en el juego. Cuando me di cuenta que no podía salir, pedí ayuda y empecé a recuperarme. Sólo se puede dejar la adicción cuando la persona reconoce que necesita ayuda, además de tener el firme deseo de no jugar más. Nadie puede venir por obligación”, con estas palabras Esteban A., un ludópata en recuperación de 49 años, cuenta como llegó al grupo de Jugadores Anónimos Nuevo Comienzo (JA).
JA nació en California, EE.UU, en 1957, cuando dos jugadores empezaron a reunirse para ayudarse mutuamente: querían dejar de apostar y lo lograron. Con el tiempo se dieron cuenta de que para mantener su propia abstinencia resultaba fundamental transmitir a otros jugadores compulsivos su mensaje de esperanza.
En Tucumán, hay adictos al juego que están dispuestos a curarse, o mejor dicho, como dice la misma literatura de JA, a detener este mal. “El juego compulsivo es una enfermedad progresiva, que nunca puede ser curada pero que puede ser detenida”, afirma el manual de recuperación.
 Nancy tiene 29 años, la mirada errante, y la firme decisión de abandonar el juego. Por eso, desde hace 11 meses, confiesa que no puede dejar de ir a las reuniones del grupo Nuevo Comienzo. “Vengo de una familia de jugadores”, le cuenta a LA GACETA.
“Mi mamá me daba para que pague los impuestos y me jugaba la plata. Trabajaba en el negocio de un familiar, le robé la plata de la caja, me fui, jugué y no la pude reponer. En lugar de echarme, me pidió que vuelva y le pague con trabajo lo que había robado. Volví, y al segundo día le robé y jugué de nuevo. Ahí me di cuenta que no daba para más, y decidí ir al grupo. Cuando escuchaba las historias de los demás me sentía identificada. En cada encuentro recibo las herramientas para descubrir los disparadores que me llevaron al juego”, explicó.
Como cada martes y jueves a las 22, Miguel C., el coordinador del grupo Nuevo Comienzo, inicia las reuniones con el rezo de la oración que caracteriza a JA, y expresa el profundo deseo de salir y no volver a entrar en ese laberinto tramposo. “Busqué a mi alma, pero no pude ver. Busqué a mi Dios, pero me eludió. Busqué a mi hermano, y encontré a los tres. Dios, concédeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las que yo pueda, y sabiduría para distinguir la diferencia”.