La ludopatía afecta cada vez a más jóvenes

La ludopatía afecta cada vez a más jóvenes

Más de 100.000 tucumanos padecen esta enfermedad y dejan todo en su vida por apostar dinero en distintos tipos de entretenimientos. Dos adictos relataron cómo conviven diariamente con el impulso irrefrenable de apostar dinero. Un drama que no respeta edades.

ATRAPADOS. En Tucumán existen más de 100.000 personas que son adictas al juego; aseguran que están esclavizados a hacer apuestas constantemente. ARCHIVO LA GACETA ATRAPADOS. En Tucumán existen más de 100.000 personas que son adictas al juego; aseguran que están esclavizados a hacer apuestas constantemente. ARCHIVO LA GACETA
26 Marzo 2007
“Para mí, el juego es tan natural como respirar. Es parte de mi vida. A esta altura no puedo, ni pienso dejarlo”. Escuchar a  María C. da escalofrío. Tiene 77 años de vida, y hace 49 que es adicta al juego.
Lúcida y elegante. Con la mirada vacilante y envidiables ojos celestes, recibió a LA GACETA, y contó su experiencia. María inició su vida en el juego, junto con su carrera como maestra, a los 28 años. Iba a jugar con sus colegas al casino, con la idea de ayudar a una hermana que atravesaba necesidades económicas. Sin dudarlo y con contundencia, se reconoce como una ludópata, y afirma que esta enfermedad conduce al jugador a construirse un mundo propio, en el que no sólo se pierde dinero.
“En lugar de satisfacciones te da amargura, te sentís estafada. Es una pérdida total, hasta de la identidad. Hay muchas cosas de las que una se aleja. Me olvidé de lo que es compartir cosas con amigos y de los viajes de veraneo. Estoy  sola como un hongo, y sobrevivo por mis hijos y nietos de 8 y 13 años me prestan plata para jugar, cuando ya no tengo. El juego es una falsa ilusión. Mi meta diaria es a qué casa de juego voy a ir, si a la de la Roca o a otra”, aseveró la mujer.
Para la mayoría, juego es sinónimo de diversión. Pero para más de 100.000 tucumanos, jugar significa un calvario en sus vidas. En la provincia, según datos oficiales, las apuestas aumentaron durante el último año un 25 %.
“La adicción al juego está predominando entre los jóvenes. Según los últimos estudios, los hombres empiezan a jugar a los 20 y las mujeres a los 35. Antes, de cada cuatro jugadores, tres eran hombres. En la actualidad, tiende a ser uno a uno. No es lo mismo la mujer actual que la de hace unos años, puesto que trabaja, tiene acceso al dinero y mayor independencia”, dijo Ramiro Hernández, director del centro socioterapéutico Volver.
La ludopatía (ludus: juego, pathos: padecimiento), es una enfermedad adictiva en la que el sujeto es empujado por un incontrolable impulso de jugar. Este impulso progresa con intensidad y consume los recursos emocionales y materiales del individuo.

Un modo de escape
Nicolás B. tiene 21 años y es adicto al juego desde los 17. Es uno de los más de 15.000 jóvenes, de entre 18 y 29 años, a los que la desocupación golpea duro en el Gran San Miguel de Tucumán, y no les permite tener un ingreso fijo y digno. Por eso, según él, el juego es un escape, que pronto se convierte en un laberinto sin salida.
“Empecé por curiosidad. Cuando ganaba, me entusiasmaba e iba más seguido. Después perdía todos los días, y mi vida se transformó en cualquier cosa. Perdés todo, hasta la tranquilidad. Cuando no tengo dinero, les robo a los que me rodean, y lo peor de todo es que después no tenés de dónde sacar para devolverlo”, relató Nicolás.
Según este joven, la vida de un jugador se transforma en una gran pesadilla, de la que es difícil huir. El intentó, y no pudo. “El jugador lleva una mala vida. Es la muerte lenta de una persona cuando tiene que enfrentar responsabilidades. Involucrás a tu familia y a todos los que te rodean. No te dan ganas de nada. El juego no conduce a nada, es pan de hoy y hambre de mañana. La permanencia dentro de la casa de juego es lo que te mata, no te conformás con nada y querés vivir jugando. Intenté salir, pero no pude”, agregó.

El número como excusa
Frente a una mesa, o una máquina, sus miradas giran vertiginosamente como una ruleta. Una tragamonedas no sólo traga su dinero, sino también sus esperanzas, sus familias y hasta sus vidas. Invierten tiempo, dinero y afectos en las actividades de juego y se van haciendo cada vez más dependientes de estas para enfrentar la vida diaria. Cualquier número se convierte en excusa. Sienten premoniciones y tras una apuesta, creen que serán millonarios. Pierden todo, y no ganan nada. “Quisiera nacer de nuevo, para captar todos los colores de la vida, y no sólo quedarme en el gris en que vive el jugador”, remató María, mientras se despedía apurada, para tomar un taxi y partir hacia alguna casa de juego.