Por qué Ronald Araujo decidió frenar: vacaciones, fe y un viaje interior rumbo al Mundial 2026

Un encuentro casual en Punta del Este dispara una historia íntima sobre la presión del alto rendimiento, la exposición permanente y la búsqueda de equilibrio de una de las grandes figuras del fútbol uruguayo.

SALUD MENTAL. Figura del Barcelona y referente de la selección uruguaya, Ronald Araujo atraviesa un tiempo de introspección lejos de la competencia oficial. SALUD MENTAL. Figura del Barcelona y referente de la selección uruguaya, Ronald Araujo atraviesa un tiempo de introspección lejos de la competencia oficial.
Daniel Dessein
Por Daniel Dessein Hace 5 Hs

El primer encuentro es un gag. Después de jugar un partido de fútbol en Solanas Vacation -un resort deportivo en Punta del Este-, tomamos unos gatorades en un bar, a metros de una de las canchas. Integramos un grupo de padres e hijos. Uno de los primeros propone una foto y pregunta a un vecino de mesa si puede sacarla, mientras hace el ademán de entregarle su celular. El vecino de mesa mira sorprendido y se señala, interrogando con el dedo índice, si queremos sacarnos la foto con él. Lo tomamos como una broma y le decimos que trate que entre todo el grupo dentro del cuadro.

Mientras toma la foto, mi hijo mayor me codea y, nervioso, me dice al oído: “Papá, es Ronald Araujo, el 4 del Barça”. El comentario nos da pie a iniciar una conversación con el hombre usualmente asediado por los hinchas catalanes para lograr una selfie con él. La estrella que factura 12 millones de euros al año y que acumula 18 millones de seguidores en sus redes, transformado en fotógrafo por un grupo de futbolistas improvisados, nos cuenta que está pasando unas vacaciones con su familia pero también entrenando con su preparador físico -a quien nos presenta- para no perder estado.

“Por su escasez, una foto ‘de’ Ronald Araujo vale más que una foto ‘con’ Ronald Araujo” le digo, riéndome, a mi sobrino Jaime Miller, quien me recuerda una anécdota de su hermana Patricia, conocida ex tenista uruguaya, 218 del ranking WTA, quien al cruzarse junto con su compañera de dobles en un vestuario de la Fed Cup con Steffi Graf, por entonces número uno del mundo, le pidió a la alemana que le sacara a ambas una foto.

En pausa

Durante la semana que pasamos en el mismo complejo nos cruzamos varias veces con Araujo. Almorzamos a pocos metros y conocemos a sus hermanos y padres, con los que comparte la estadía. Alterna el descanso con el gimnasio y salidas a correr con su preparador.

El defensor del Barcelona transita una licencia deportiva por tiempo indeterminado. Su cabeza le pidió frenar, hasta recuperar el equilibrio, con las presiones de la alta competencia.

Después de jugar su último partido se quebró. Fue contra el Chelsea, en la Champions League, el 25 de noviembre. Se fue expulsado en el final del primer tiempo después de impactar a destiempo a un rival que llevaba la pelota. El partido lo ganó el Chelsea por tres a cero y Araujo fue el blanco de descarnadas críticas de los hinchas. Esa fue la gota que derramó el vaso de su tolerancia en un año turbulento, en el que volvía a jugar después de una operación por una lesión que lo marginó del deporte por varios meses.

Pocos días después del partido le dijo a su entrenador que necesitaba un corte, sin fecha de retorno. Decidió hacer un viaje espiritual a Jerusalén, para reencontrarse con sus creencias. De allí viene, nos enteraremos luego.

Se lo ve serio. Responde amablemente cuando lo saludan los chicos con los que se cruza pero luego se repliega sobre sí mismo. Es un imponente atleta de 26 años, 1,92 y 96 kilos con una fragilidad que no logra ocultar en su rostro. La abrupta interrupción que ha dado Araujo a su carrera es el tema que domina la preocupación nacional a cinco meses y medio del Mundial pero nadie le pregunta qué piensa hacer. Sus compatriotas respetan el viaje interior en el que está metido.

El secreto de la fama

En El secreto de la fama, el ensayista mexicano Gabriel Zaid plantea que el famoso siempre es “otro”, incluso para sí mismo. Y el desafío, cuando la fama ha desmagnetizado las brújulas de la vida, es reencontrarse con el que uno alguna vez fue, para recalibrar el rumbo.

El Uruguay, quizás el lugar más terapéutico para los males de la fama, activa esos reencuentros. Los nacidos en el “paisito” están vacunados contra la ostentación y la soberbia. Rinden colectivamente culto a la identidad, opacando las luces que puedan aparecer en el camino. Desde el Presidente a quienes son idolatrados en el extranjero, como Luis Suárez o el propio Araujo, aquí pueden ser vistos haciendo cola -mate en mano- en el supermercado, libres de cualquier asedio.

Casos como el de la gimnasta Simone Biles, quien se retiró de cinco finales en los juegos olímpicos de Tokio para preservar su equilibrio mental, instaló un amplio debate sobre la presión psicológica del deporte profesional, impulsó a otros deportistas a compartir sus experiencias y ayudó a concientizar sobre la insalubridad del alto rendimiento.

ENCUENTRO. En Punta del Este, Araujo comparte un momento distendido durante sus días de descanso, en una escena que dio origen a esta crónica. ENCUENTRO. En Punta del Este, Araujo comparte un momento distendido durante sus días de descanso, en una escena que dio origen a esta crónica.

Ronald Araujo está en el medio de su propia peregrinación. Se animó a afrontar su debilidad, el tabú de todo super atleta. Dos semanas después de haber estado en Belén, en la iglesia de la Natividad, volverá a pasar el 25 de diciembre con su familia en Rivera, la ciudad uruguaya en la que nació. Donde todo empezó.

De Mandubí al Camp Nou

Fue en Mandubí, su barrio, donde tocó una pelota por primera vez. A sus nueve años recorrió en colectivo los 500 kilómetros que separan a Rivera -en la frontera con Brasil- de Montevideo, para probarse en las divisiones formativas de Peñarol, uno de los dos grandes clubes uruguayos. No convenció a los entrenadores y volvió cabizbajo a Huracán, el club de su ciudad, donde se destacó como número "10" y debutó en primera a los 13 años.

A los 17 hizo nuevamente el mismo recorrido por la ruta cinco. Logró ser fichado y finalmente firmar su primer contrato profesional en Rentistas, un equipo de la segunda división en la que hizo 17 goles. Por su porte físico y su marca aguerrida, los entrenadores empezaron a probarlo como mediocampista y defensor.

A los 18 pasó al Boston River, equipo de la primera uruguaya, donde ganó la titularidad como central. Pocos meses después, el Barcelona lo fichó para jugar en su segundo equipo. Un año y medio más tarde se afianzaba como pieza clave del primer equipo del club catalán, compartiendo vestuario y cancha con Lionel Messi. Le esperaban, entre otros logros, la segunda capitanía del equipo, dos títulos de La Liga, dos Copas del Rey y dos Supercopas de España.

En marzo de 2022 llegaría a su cenit, durante un partido contra el Real Madrid que cambió la dinámica del equipo en el que ya era el líder indiscutido de su defensa. Hizo un gol de cabeza, anuló al hasta entonces imparable Vinicius Jr. y fue determinante en el cuatro a cero contra su histórico rival.

Al año siguiente llegó su partido soñado con la selección uruguaya contra Brasil, en el que ganaron por primera vez en 22 años jugando de locales, en el estadio Centenario de Montevideo.

En 2025 siguió siendo considerado uno de los mejores defensores del mundo, destacándose por su velocidad, imponencia física e inteligencia táctica.

Viaje a la semilla

Lo vemos jugar en una cancha de 11 con los hijos de Daniel Mochón, uno de los dueños del complejo, junto con un grupo de amigos adolescentes, fascinados por compartir un partido con el ídolo. “Tengo terror cuando lo veo enganchar hacia adentro o cuando alguien le traba una pelota. Lesionarlo equivale a chocar un F 16”, dice uno de los acompañantes que lo mira desde unos bancos dispuestos al costado de la cancha.

Como si el tiempo volviera atrás, a una cancha improvisada en Mandubí, Ronald le hace un pase a su padre, Celestino; tira paredes con sus hermanos Maikel y Kahuan, pisando la pelota, cambiando de pie, haciendo un caño, con la habilidad intacta del delantero de los inicios. Y de pronto algo cambia en su cara. Corre, se divierte.

Termina el partido y conversa con nosotros al lado de la línea de cal que marca el lateral.

Se acercan los chicos tímidamente para pedirle, ahora sí, una foto con él, a la que accede predispuesto.

Nos despedimos. Le deseamos suerte en el Mundial, excepto en el probable cruce con Argentina en segunda ronda. “Vamo arriba”, nos dice. Y sonríe.

Comentarios