15 AÑOS. Acher fue un luthier entre 1971 y 1986.
Les Luthiers termina siendo como los Beatles. Sus miembros se van yendo, víctimas de la inexorable biología, mientras la potencia del legado jamás para de crecer. Gerardo Masana falleció jovencísimo, en los albores del fenómeno que vendría poco después. Daniel Rabinovich y Marcos Mundstock, en cambio, fueron pilares del éxito y partieron con el deber cumplido en el corazón. Le tocó el fin de semana a Ernesto Acher, cuyo alejamiento prematuro del grupo -allá por 1986- no lo priva de una certeza: era pieza clave cuando Les Luthiers se regodeaba en la cima de la creatividad.
Será porque en un colectivo tan preciso en el cumplimiento de los roles, Acher era un poco de todo: músico, actor, compositor, letrista, locutor -entró para cubrir el año sabático de Mundstock- y, por si hacía falta, luthier, trabajando codo a codo con Carlos Iraldi (el inolvidable “luthier de Les Luthiers”). Un verdadero hombre orquesta.
La salida
Los pormenores de la salida de Acher están narrados en “Neneco”, la biografía de Rabinovich firmada por Pablo Mendelevich. La pelea entre ambos era tan tormentosa que amenazaba con desintegrar el grupo. La balanza interna se inclinó hacia Rabinovich, por más que Acher contaba con el respaldo de su gran amigo Carlos Núñez Cortes. Ya no podían seguir conviviendo y, en aras de la supervivencia, Les Luthiers se decantó por sacrificar el enorme talento de Acher.
Fue una pena, sobre todo porque las interacciones de Acher con Mundstock y con Rabinovich son de lo más desopilante que dejó el catálogo de Les Luthiers. En ese juego de tres había una química formidable, por ejemplo con el Trío comentarista (Op 115) de “...Hacen muchas gracias de nada”. Y también en los mano a mano. “El regreso de Carlitos” puso a Acher y a Mundstock en la cubierta de un barco, desde el que declaman un diálogo no menos gracioso que el clásico “Ester Píscore” que pergeñaron muchos años después Mundstock y Rabinovich.
Lo mejor de la vertiente jazzera de Les Luthiers salió de Acher, aspecto que suele quedar disimulado por el comediante y sus creaciones (Rodrigo Díaz de Carreras, al rey enamorado, el nene de “La gallina dijo eureka” y mucho más). Es que ya sea como solista o sumido en la dinámica grupal, su aporte a Les Luthiers es parte de ese legado apuntado al comienzo. Sencillamente genial.









