
Ernesto Acher, un artista con elegancia y equilibrio.

Se apagó la vida de Ernesto Acher, un artista que supo amalgamar con elegancia y equilibrio dos mundos aparentemente distantes: la música académica y el humor refinado. Tenía 86 años.
Nacido en Buenos Aires el 9 de octubre de 1939, Acher construyó una carrera definida por la versatilidad. Si bien se formó como arquitecto -título que obtuvo en 1965-, su verdadera vocación lo llevó a estudiar piano y clarinete, instrumentos que serían la base de su futuro éxito.
La era de Les Luthiers
Su paso por Les Luthiers fue, sin dudas, el capítulo más popular de su trayectoria. Ingresó al grupo en 1971 y durante 15 años formó parte de la alineación histórica junto a Jorge Maronna, Marcos Mundstock, Daniel Rabinovich, Gerardo Masana, Carlos López Puccio y Carlos Núñez Cortés.
Acher no solo aportó su talento como multiinstrumentista y compositor, sino que regaló al público personajes inolvidables. Su histrionismo brilló en piezas clave como "La gallinita dijo Eureka", donde encarnaba al niño preguntón, o en la "Cantata del Adelantado Don Rodrigo Díaz de Carreras", donde interpretó al conquistador con maestría. Además, fue el cerebro detrás de la incorporación de instrumentos informales que definieron el sonido del grupo en esa época.
La banda elástica y la vida sinfónica
Tras su partida de Les Luthiers en 1986, Acher redirigió su brújula hacia la dirección orquestal y los arreglos. Fundó La Banda Elástica (1988-1993), un proyecto elogiado por su libertad creativa para abordar la música popular con arreglos sofisticados y toques de humor. También son recordados sus homenajes a George Gershwin junto a los pianistas Baby López Furst y Jorge Navarro.
Su inquietud artística incluyó incursiones en la llamada "música seria", estrenando obras como *Molloy* en el Teatro Colón en 1980. En 2002 se radicó en Chile, donde ejerció la docencia universitaria, para regresar a la Argentina en 2016. En sus últimos años activos, condujo el ciclo *Los rincones de Acher* en Radio Nacional Clásica y fue habitual en escenarios porteños emblemáticos como Clásica y Moderna.
"Sentir el viento en la cara"
Hace una década, Acher reflexionaba sobre su vida con la sabiduría de quien ha recorrido muchos caminos. "No creo que haya sido un solo camino. Disfruté y aprendí mucho en mis años de arquitectura, pero después me dediqué a la música, transité escenarios y me divertí mucho más. Nunca me quedo quieto; me gusta sentir el vientito en la cara cuando me muevo", confesaba.
Sobre la creatividad, rechazaba las fórmulas mágicas. "Es como la musculatura, hay que entrenarla. Cuando pienso un espectáculo, me siento imaginariamente en la platea y pongo en el escenario lo que a mí me gustaría ver", detalló.







