PRIMERO, EL CONOCIMIENTO. Walter Juárez Rivas, de Rolling Code.
“Estamos realmente en una etapa donde la IA avanzó muchísimo, pero todavía estamos en su peor versión, porque todavía falta mucho más: es como comparar un Nokia 1100 con un Iphone 17 Pro Max”, advierte Walter Esteban Juárez Rivas, CEO y cofundador de Rolling Code. Su empresa combina formación, desarrollo de software y coworking tecnológico, y desde esa doble mirada -educativa y empresarial- lo tiene claro: “La inteligencia artificial potencia todo lo que uno sabe. Si no tenés las bases, no te va a servir de nada”, advierte.
Juárez Rivas lo ejemplifica con una comparación cotidiana: “Decir que ya no hace falta estudiar programación es como decir que no hace falta estudiar medicina. La IA puede hacer un diagnóstico, pero eso no significa que ya no necesitemos médicos. En programación pasa lo mismo: las herramientas ayudan, pero no reemplazan la supervisión ni la construcción de sistemas complejos”.
Del boom al replanteo
Argentina fue, durante la última década, uno de los países donde el software más creció. Según datos de la Cámara de la Industria Argentina del Software (Cessi), el sector emplea hoy a más de 160.000 personas y generó 6.131 nuevos puestos de trabajo en 2024, lo que representó el 63% del crecimiento total del empleo dentro de la economía del conocimiento.
Sin embargo, la ola de la inteligencia artificial empieza a mover el tablero. Un relevamiento de la consultora Experis Argentina advirtió que,para el tercer trimestre de 2025, más empresas tecnológicas planean reducir personal que contratar nuevo talento, con un saldo neto del -6% en las proyecciones.Según los especialistas, esto refleja tanto el contexto económico local como transformaciones estructurales a nivel global.
El impacto de la automatización se siente, sobre todo, en los niveles iniciales del mercado laboral. Lo explica Alejandro Páez, presidente del la Red Federal de Economías del Conocimiento: “Antes muchas empresas buscaban programadores puros, personas que dominaban un lenguaje. Hoy eso ya no alcanza. Las compañías valoran a quienes entienden el negocio, saben leer datos y se adaptan rápido. En definitiva, no basta con saber programar: lo importante es comprender que el problema se está resolviendo y cómo se conecta con otras áreas”.
Paéz aclara que el cambio no implica el fin de la programación, sino su evolución: “El rol se transforma. Las empresas locales todavía necesitan programadores, pero ahora deben trabajar con la IA, usarla, supervisarla y corregirla. Las tareas básicas se automatizan, pero crece la necesidad de profesionales capaces de pensar críticamente, de innovar y de colaborar con otros”.








