La perseverancia de la insensatez

La falta de idoneidad en los cargos públicos es una forma de corrupción silenciosa.

La perseverancia de la insensatez
13 Octubre 2025

Raúl Natella

Ingeniero civil

Aceptar un cargo público sin la debida capacitación también es una forma de corrupción, porque conduce al mal uso del poder en perjuicio del bien común y de los dineros del Estado. Esta es, en esencia, una cuestión de ética pública y de responsabilidad tanto de quienes ofrecen como de quienes aceptan funciones de gobierno.

En nuestro País, y particularmente en Tucumán, estas situaciones son tan habituales que ya se han naturalizado.

Muchos cargos altamente específicos se asignan a personas sin la mínima preparación, lo que deriva en improvisaciones imprudentes que detienen el progreso y debilitan a las instituciones. A esto debe sumarse el silencio de profesionales y de ciudadanos involucrados que, muchas veces por temor a represalias, prefieren no manifestar lo evidente.

Se suele decir que “fallan las Instituciones”, pero en realidad los que fallan son las personas que las conducen. Y aquí radica un punto central: en el país, en las provincias y en las intendencias, el poder se concentra en una sola persona. Si desde arriba no hay un ejemplo claro de institucionalidad, es inútil pensar que el cambio pueda surgir desde abajo.

Existe un poder tan absoluto que, en este esquema, todos los funcionarios, ya sean buenos o malos, acceden a sus cargos con conocimiento y aprobación del gobernante de turno. La falta de idoneidad y la concentración del poder se convierten así en obstáculos permanentes para el desarrollo colectivo. Por lo tanto, si algún funcionario degrada las Instituciones, el máximo responsable político no puede desentenderse: es, como mínimo, corresponsable de esos actos.

El desafío, entonces, no es cambiar las instituciones, sino cambiar a las personas que las dirigen. Porque mientras la insensatez siga ocupando lugares de responsabilidad, la corrupción y el estancamiento seguirán repitiéndose con la misma perseverancia.

Como será de férrea la obstinación, que a pesar de un sin número de desventajas destacadas y especificadas en diferentes notas y artículos, se insiste en la construcción del nuevo edificio de siete pisos del Registro Civil emplazada en la calle 24 de Setiembre al 800, cuyo proyecto contempla una insuficiente cantidad de cocheras y por donde transitan, en horarios picos, 15.000 vehículos por hora, concentrando y colapsando aún más, la única arteria vial que conecta a cuatro de los seis municipios que conforman el Gran San Miguel de Tucumán.

En estas determinaciones están fundamentalmente involucrados tanto el Gobierno como la municipalidad que permitió, por una nueva excepción, modificar el Código de Planeamiento Urbano permitiendo la construcción sobre un pulmón de manzana fundamental en la zona del microcentro capitalino y, a sabiendas, que son decisiones irreversibles de corregir para el futuro.

A este despropósito se suma el silencio perjudicial de los Colegios Profesionales correspondientes que, en ningún momento se involucraron en el tema.

El desorden y la decadencia

En definitiva, todo esto implica, renunciar al orden y al progreso e incentivar el desorden y la decadencia. También significaría resignar definitivamente la construcción del Centro Cívico proyectado por el mundialmente reconocido arquitecto tucumano Cesar Pelli, cuya ejecución descentralizaría el microcentro y solucionaría de manera estructural el caos actual.

Además, con la construcción del Centro Cívico, permitiría al Gobierno ahorrar la millonaria suma que destina cada mes al alquiler de numerosas oficinas para las distintas Reparticiones públicas.

Debe entenderse que, en la práctica, muchas veces lo que da votos no garantiza un buen gobierno.

Las dádivas, el amiguismo y la devolución de favores entorpecen la cultura del trabajo y distorsionan la verdadera función de gobernar. Con estas prácticas, el político de turno se ampara en el eterno y remanido latiguillo de que “estamos trabajando fuerte y escuchando la voz del pueblo” transfiriendo a la ciudadanía responsabilidades que son propias de los gobernantes. Esto no se trata de un exceso de democracia sino de un exceso de demagogia.

Comentarios