¿Cómo tratar a adolescentes problemáticos que hasta agreden a sus docentes?

La historia de “Steve”, película disponible en Netflix, aborda la relación entre maestros empáticos y extenuados con jóvenes cruzados por el abandono y por la violencia.

NO DA ABASTO. Steve (Cillian Murphy) transita los pasillos de la institución rodeado por un mar de reclamos. NO DA ABASTO. Steve (Cillian Murphy) transita los pasillos de la institución rodeado por un mar de reclamos.

¿Cómo educar a un adolescente cuya vida emocional luce desmadrada? ¿Cuál es el límite para la violencia -la verbal, la física, la psicológica- y para su tolerancia? La de Steve, el docente que interpreta Cillian Murphy en la película de Netflix, es una lucha permanente por brindar esas respuestas. La de “Steve” -el film dirigido por Tim Mielants- es una realidad que, con sus lógicos matices, campea por las aulas. Tucumán incluido, por supuesto.

Queda claro que no se trata de una película cómoda. En una suerte de hogar-escuela, propio de un entorno casi rural, conviven adolescentes tan problematizados que no están presos de milagro con un cuerpo de profesores dispuestos a dejar el pellejo por la causa. Steve dirige y a la vez enseña. Todos lucen inmersos en un sistema educativo carente de las herramientas suficientes ni adecuadas. Peor todavía: Steve y sus compañeros se encuentran con la noticia de que es inminente el cierre de la institución.

Es un mazazo para Steve, un maestro tan sensible como extenuado; atormentado además por las secuelas de un accidente que lo lleva a abusar de los calmantes. Ese personaje encarnado por Murphy tiene mucho del docente contemporáneo -formado, empático, dispuesto a escuchar- y al mismo tiempo desgastado por una misión que parece imposible.

La trama de la película -todo sucede a lo largo de un solo día- desborda el ámbito escolar. Psicólogos y pedagogos coinciden en que los comportamientos disruptivos en la adolescencia no son sólo un problema de disciplina, sino síntomas de un sufrimiento profundo. Conductas problemáticas que representan formas de pedir ayuda. Esos reclamos, como retrata “Steve”, se expresan con violencia, desinterés o provocación. Son códigos difíciles de descifrar para un docente que debe sostener a un grupo entero.

A la vez, el sistema educativo, estructurado en torno a la homogeneidad y al rendimiento, tiene dificultades para alojar a quienes no encajan. La escuela, pensada para la socialización, se transforma entonces en un escenario de exclusión. En ese sentido, “Steve” funciona como espejo: el aula como campo de batalla entre la necesidad de comprender y el límite de la tolerancia. Murphy, en su interpretación, transmite ese dilema con una mezcla de ternura y desesperanza. Es el maestro que quiere ayudar, pero no puede salvar.

Protagonistas

La película está basada en una novela corta de Max Porter, titulada “Shy” (significa tímido en inglés). Shy es también el apodo de uno de los adolescentes (encarnado por Jay Lycurgo), pura tristeza, clave en el desenlace de la historia. Toda la fragilidad de la que un joven es capaz se refleja en esos silencios atormentados de Shy, mientras Steve intenta romper la coraza. En la misma situación queda el espectador. Como un docente frente a un alumno, todo pasa por aprender a leer los gestos, lo que no se dice. Entonces el desafío no es diagnosticar, sino comprender.

Casos como los que plantea “Steve” son cada vez más frecuentes. Según la Organización Mundial de la Salud, uno de cada siete adolescentes en el mundo presenta algún trastorno mental diagnosticable, y las tasas de ansiedad, depresión y conducta autodestructiva han crecido en forma sostenida desde la pandemia. En muchos casos, estos síntomas derivan en problemas de conducta dentro del ámbito escolar. Puede tratarse de ausentismo, de agresividad, de desmotivación o de consumo de drogas.

La investigadora Inés Dussel advierte que la escuela ha heredado funciones que antes estaban distribuidas en otros espacios sociales. Hoy se espera que eduque, que contenga, que escuche, que oriente y hasta que reemplace a la familia. Esa sobrecarga se traduce en frustración y burn out, síndrome cada vez más reconocido entre los docentes. En Steve, la fatiga del maestro es tan protagonista como el desborde del alumno. Son dos caras de una misma crisis.

La película no ofrece salidas fáciles, sencillamente porque no las hay. Educar adolescentes con graves problemas de conducta implica aceptar la incertidumbre, sostener la frustración y trabajar en red. “La escuela sola no puede”, repiten los expertos.

Más allá de las políticas, “Steve” recuerda una verdad elemental: los adolescentes necesitan ser vistos. En la película, el vínculo entre el maestro y el alumno se construye a partir de pequeños gestos -una conversación fuera del aula, una mirada que no juzga, un silencio compartido-. En un contexto donde las pantallas multiplican la desconexión, ese acto de presencia se vuelve revolucionario.

Para explorarlo: Max Porter regresó a la pantalla

Otra novela de Max Porter, seguramente la más conocida, es “El duelo es esa cosa con alas”, aunque el título original no habla de alas, sino de plumas (“Grief is the thing with feathers”). El libro, editado en castellano por Random House, fue llevado al cine por Dylan Southern (dirigió y escribió la adaptación), con Benedict Cumberbatch en el rol protagónico. La película se estrenó este año en el Festival de Sundance, con buenas críticas. Porter aborda en esta historia el duelo que atraviesa un hombre tras la muerte de su esposa mientras cría dos hijos pequeños. Y lo hace con la poesía como estandarte.

PUNTO DE VISTA

Me tocó vivir situaciones similares en aulas tucumanas

Cecilia López

Licenciada en Letras-docente

“Steve” aborda el desamparo de ciertos sectores sociales, particularmente el de juventudes excluidas del sistema, y las sensaciones que esta violencia simbólica provoca. Muestra que la vocación y el voluntarismo no bastan, que son parches para problemas estructurales monstruosos, pero que pueden serlo todo para aquellos que ya no tienen esperanzas ni expectativas, aunque a costa de mucho desgaste emocional y físico, de mucha sobrecarga e impotencia para quienes quieren ayudar.

La historia es interesante porque se construye en un péndulo que oscila entre las sensaciones de estos adolescentes, de sinsentido, desmotivación, tristeza y rabia; y la de sus educadores, que están agotados, explotados, desbordados emocional y físicamente, pero a su vez convencidos de que todo lo que hacen por ellos es imprescindible.

¿Cómo tratar a adolescentes problemáticos que hasta agreden a sus docentes?

La técnica para mostrar el caos que atraviesa este tipo de instituciones es clave en la construcción del realismo. Se intercala el formato documental, dado que hay un grupo de documentalistas que está allí tratando de reconstruir cómo es la vida adentro, con una cámara temblorosa que sigue a los personajes cuando la cámara documental se apaga.

Ambos registros se refuerzan mutuamente. A través del documental vamos conociendo aspectos más concretos, aunque fragmentariamente, de la vida de cada adolescente, y el amor de sus educadores por lo que hacen; mientras que a través de la cámara en mano accedemos a la puesta en juego de esas historias complejas en los modos de vincularse entre ellos, en sus interacciones explosivas y violentas, como así también de sus educadores con ellos, tratando de desarmar los nudos que van surgiendo, y el cansancio enorme que sienten.

Los primeros planos a sus rostros, el lenguaje y el espesor de los diálogos aportan gran dramatismo también y transfieren al espectador una empatía y una desesperación igualmente pendular, hacia esos adolescentes perdidos y desorientados y hacia esos adultos al borde del colapso, aunque tal vez más a estos últimos, tan entregados y utópicos en una lógica social que los ha dejado atrás.

La película me resultó tensa, estresante y movilizante porque como docente he vivido escenas similares en instituciones educativas que recibían una población conflictiva. Pero también en otras que no. Noto que la hostilidad en las aulas entre alumnos y con los docentes es cada vez más creciente e incluso transversal a las clases. La apatía, la desmotivación, la vivencia de un presente sin perspectiva de futuro recorre de punta a punta las aulas y es un fenómeno global. Los que hoy ejercemos la docencia, en consonancia con la película, cambiamos las preguntas, nuestra preocupación se volvió menos contenidista y más humana, sensible, primaria: ¿cómo guiamos a nuestras juventudes hacia un lugar esperanzador, pacífico, solidario, en una lógica sistémica que promueve cada vez más el individualismo, la soledad y la violencia?

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