La tormenta reaccionaria*
28 Septiembre 2025

Por Natalio Botana

Electo por segunda vez a finales de 2024, Donald Trump ha desencadenado en su país una arremetida hegemónica contra las reglas y restricciones del orden republicano. Encabeza a su modo una corriente impetuosa que busca corroer la formación, hasta el momento fructífera, de las democracias hacia uno y otro lado del Atlántico en el hemisferio norte. Tal fue el designio que guió a los Estados Unidos hace ochenta años tras la victoria sobre el Eje formado por los Estados totalitarios de Alemania, Italia y Japón, y en la antesala de la Guerra Fría con la Unión Soviética, su aliado en aquella contienda. Ese propósito soñaba con desarrollar, como proclamó Franklin D. Roosevelt, en su discurso de 1941, “cuatro libertades humanas esenciales. La primera es la libertad de palabra y expresión. La segunda es la libertad de cada persona para adorar a Dios a su modo. La tercera es la libertad frente a la miseria, que significa acuerdos económicos que aseguren a cada nación una vida saludable. La cuarta es la libertad frente al miedo, que significa una reducción a escala mundial del armamento”.

El pasado de aquel discurso es hoy el presente en que se erosiona semejante promesa. ¿Qué ocurrió para que aquel núcleo de derechos, que siete años después irradió desde las Naciones Unidas con la Declaración Universal de Derechos Humanos, sufra ahora las penurias que derivan de un debate hostil? Acaso pueda afirmarse que se incubó un rechazo hacia los derechos desde los años setenta y ochenta del último siglo, y se aceleró con la caída del Muro de Berlín, la implosión de la Unión Soviética y la entrada en son de triunfo de la globalización y de esta mutación civilizatoria impulsada por la ciencia y la tecnología.

Los análisis al calor de este proceso distinguieron varias olas de democratización entre las cuales figura, desde luego, la que despertó hace cuarenta años con sus luces y sus sombras: la nuestra. Pero lo que no se advirtió del todo, por no atender a ciertas tradiciones que como los subterráneos estaban prontas a volver a la superficie, fue la dialéctica entre acción y reacción instalada en el seno mismo de la cultura occidental. Por lo pronto, la globalización abrió el mundo asiático a una formidable transformación. China es el ejemplo que naturalmente viene a cuento con la combinación, hasta el día de hoy exitosa, de un régimen político de partido único con un capitalismo de Estado, artefactos ambos de un crecimiento exponencial.

Más tarde, en la frontera de una Europa integrada y ampliada con nuevos miembros, Rusia resucitó fantasmas. Puso a punto una autocracia con el anhelo expansivo que se había frustrado con la implosión de la Unión Soviética. El sacrificio de Ucrania resulta de esa pasión por instalar de nuevo las piezas de un imperio que más evoca al de los zares antes de 1917 que el del comunismo posterior a 1945. Cambio y continuidad, una vez más. El planeta vive o sobrevive al ritmo de esta mutación civilizatoria. Los Estados, vale la pena subrayarlo de nuevo, lo hacen de manera particularista despertando formas políticas que se creían extintas.

La reacción está pues en marcha, y lo hace a la manera de uno de los significados de la voz “tormenta”, que alude a estados de ánimo excitados. Habría que preguntarse, sin embargo, acerca de qué tipo de reacción afrontamos. Reaccionarios en la historia de Occidente, a la cual pertenecemos, hubo siempre. Hubo reaccionarios con espíritu restaurador de la monarquía derrocada en tiempos de la Revolución francesa; los hubo en España en el último siglo en el momento álgido de la Guerra Civil; sin duda entre nosotros de la mano de los gobiernos militares durante la gran crisis de legitimidad entre 1930 y 1983. Son pocos ejemplos de un conjunto mucho más amplio. En todos ellos, con mayor o menor intensidad, se impone la propensión a restablecer lo abolido.
¿Tiene esta tormenta reaccionaria ese resplandor antiguo o responde exclusivamente a la mutación científico-tecnológica? Ilustran este último aspecto los medios empleados por unos agentes que, a través de las redes sociales y el uso eficaz de algoritmos, manipulan a una opinión pública concebida como “masa disponible” en términos que remedan el ascenso de los populismos latinoamericanos (ca. 1930-1950). Si la mutación científico-tecnológica genera en la sociedad civil un universo de tribus congregadas por afectos e intereses primarios, en el plano político los individuos que forman estas tribus se agregan al paso de iracundias y emociones, constituyendo mayorías contestatarias del orden existente.
De este modo, los regímenes políticos establecidos se estiran hacia los extremos. Dice al respecto Giuliano da Empoli: “Mientras en el pasado el juego político consistía en idear un mensaje capaz de aglutinar, en la actualidad se trataría de desunir de la manera más chocante posible. Para consolidar una mayoría ya no hace falta converger en torno al centro político, sino más bien sumar los extremos”. Ya hemos registrado la obsesión acerca de la pulverización del centro político, o de torcer la tendencia hacia la centralidad de las fuerzas políticas, según advirtió Felipe González. Pare el politólogo, que contrasta lo que pasa con estilo fotográfico, esta es una rotunda novedad. Para más datos, si ampliamos el foco de interés desde los Estados Unidos hacia Europa, podemos constatar, de la mano de Cas Mudde o de Steven Forti, un brote exponencial de agrupaciones contestatarias en el último cuarto de siglo (de ocho agrupaciones en la década del ochenta del último siglo pasaron a treinta y cuatro entre 2010-2020).

Se va configurando de este modo un mapa de la “ultraderecha globalizada”, como la llama Liliana de Riz, que no solo comprende esta ubicación clásica de la política, sino también el lugar de la izquierda en Francia o en España.
Estos son indicios que alarman; pero si adoptamos una perspectiva de larga duración, propia de una secuencia cinematográfica que mire hacia atrás y traiga hallazgos aparentemente dormidos hacia el presente, podríamos tal vez identificar un escenario aún más perturbador: el regreso militante de tradiciones reaccionarias equipadas con el aparato provisto por la mutación científico-tecnológica.

*Fragmento del epílogo de la segunda edición de La experiencia democrática (Edhasa, 2025).

Perfil

Natalio Botana nació en Buenos Aires en 1937. Es Profesor Emérito en la Universidad Torcuato Di Tella, Doctor en Ciencias Políticas y Sociales por la Universidad de Lovaina y Doctor Honoris Causa por las universidades nacionales de Salta, Rosario y Cuyo. Es miembro de Número de la Academia Nacional de la Historia (presidente en 2020-2023), y de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas. Es autor de libros fundamentales de la tradición historiográfica argentina como El orden conservador y La tradición republicana.  Obtuvo el Premio Consagración Nacional en Historia y Ciencias Sociales en 1995, el Konex de Platino en 1994 y 2004, la Pluma de Honor de la Academia Nacional de Periodismo 2016 y el Gran Premio Adepa 2024. Ha sido Visiting Fellow en el St. Anthony´s College de Oxford y Profesor Visitante en el Instituto Ortega y Gasset de Madrid.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios