Kenya obtuvo la anhelada libertad, tras 40 años de cautiverio.
En un día de julio, cálido y lleno de expectativa, la elefanta africana Kenya, de 6000 kg, finalmente puso un pie fuera de las rejas. Le tomó 30 minutos de cautela cobrar valor y animarse a salir de la jaula que la transportó hasta suelo brasileño. Al llegar, se sacudió el polvo y, en un gesto que conmovió a todos, se revolcó en un montículo de tierra roja. Era la primera vez en tres años que sus cuidadores la veían retozar o disfrutar de la comida, una clara señal de su nueva y anhelada libertad.
Kenya era la última elefanta en cautiverio en Argentina, habiendo pasado sus 40 años de vida tras las rejas. Su llegada al Santuario Global para Elefantes en Brasil, el único santuario de elefantes en Sudamérica, marcó el fin de 136 años de cautiverio de estos animales en el país, indicó en su informe National Geographic. Este trascendental traslado fue posible gracias a una ley nacional de 2016, que ordenó el cierre de los zoológicos, su transformación en ecoparques y la reubicación de animales exóticos a santuarios.
Un nuevo comienzo en libertad
Su liberación, que ocurrió a principios de este año, siguió a varios meses de rehabilitación en el Ecoparque de Mendoza. El equipo que la acompañó a Brasil compartió que llegó al santuario barritando, una entrada triunfal que simbolizaba el fin de una era. Su primer revolcón en la tierra roja no fue solo un momento de libertad, sino también un homenaje a aquellos que no lograron alcanzarla.
El proceso para llegar hasta aquí fue largo y, lamentablemente, doloroso. Varias elefantas, como la asiática Pelusa, que vivió sola en el zoológico de La Plata, fallecieron antes de poder ser trasladadas. Pelusa murió en 2018, días antes de su viaje al santuario. Ese mismo año, Merry, otra elefanta asiática que había actuado en circos, también falleció.
El camino sembrado de desafíos
En 2024, la elefanta africana Kuky murió con solo 34 años mientras se esperaban sus permisos internacionales, y semanas antes del viaje de Kenya, Tamy, un macho asiático de 55 años, también partió. En la naturaleza, un elefante sano vive entre 60 y 70 años, pero el encierro reduce drásticamente esta expectativa. Las décadas de cautiverio de Kenya le provocaron problemas en las patas por falta de movimiento, pérdida de masa muscular, trastornos intestinales y enfermedades hepáticas, según Tomás Sciolla, director del Santuario Equity de la Fundación Franz Weber.
Juan Ignacio Haudet, Director de Biodiversidad y Ecoparque de Mendoza reconoció las duras condiciones del zoológico de Mendoza, cerrado desde 2016: "Los inviernos son muy fríos, los veranos muy calurosos y el espacio del que disponíamos era limitado y con suelo duro". Añadió que "No contábamos con las instalaciones ni el presupuesto necesarios para proporcionar los cuidados especializados e intensivos que requieren estos animales".
Superando obstáculos por el bienestar animal
La Fundación Franz Weber fue clave en la organización de estos traslados, liderando las gestiones con el gobierno de Mendoza. Leandro Fruitos, de la fundación, relató que los permisos para Kenya expiraron tres veces debido a "caprichos políticos". Desde su cierre, más de 1500 animales exóticos del zoológico de Mendoza fueron trasladados a santuarios en Argentina y el extranjero, un esfuerzo que, aunque lento, mejoró significativamente la vida de los animales restantes.
Los elefantes de la edad de Kenya arrastran "heridas psicológicas imposibles de borrar", afirmó Scott Blais, fundador del Santuario Global para Elefantes. Muchos fueron víctimas de "sacrificios selectivos", una práctica del siglo XX donde los cazadores disparaban a los adultos y luego enviaban a los terneros a zoológicos y circos, condenándolos a una vida de confinamiento. Kenya fue comprada en 1984 y llevada a Mendoza con solo cuatro años, viviendo sola como la única elefanta africana del zoológico.
Sanando las heridas del pasado
Sin embargo, la veterinaria Johanna Rincón, de la Fundación Franz Weber, encuentra esperanza. "Se tiende a pensar que es difícil ganarse la confianza de estos animales, pero están tan destrozados que es fácil construirla", explicó Rincón, quien participó en varios traslados. Aprendió a interpretar los gestos de Kenya: "Con los demás, solo veía sus trompas; con Kenya, aprendí a ver su mirada", dijo, enfatizando la importancia de establecer una relación respetuosa.
Un gran obstáculo es que los elefantes reconozcan la jaula de transporte como un lugar seguro, un espacio temporal donde reciben alimento y cuidados. Afortunadamente, Kenya respondió favorablemente, aceptando el confinamiento y soportando el viaje de cinco días a Brasil sin mayores dificultades. Scott Blais la describió como una "elefanta muy sensible y expresiva" que, pese a su profunda inseguridad inicial, ha comenzado una transformación asombrosa.
El legado de Kenya y un futuro esperanzador
Ahora, en el santuario, Kenya está conectando con Pupy, otro elefante africano, ejercitando sus músculos y revolcándose en el barro, lo que no solo le brinda alegría, sino que también mejora la salud de sus patas. "Estamos siendo testigos de cómo las capas de trauma comienzan a desprenderse", celebró Blais.
Tomás Sciolla espera que la historia de Kenya inspire a otros países, con zoológicos en Chile y México ya interesados en replicar la experiencia argentina. "No deberían vivir en cautiverio", subraya Sciolla, "Eso no es conservación". Haudet concluye que "la gente tiene que entender que lo que vieron en el zoológico no era un elefante, sino solo la apariencia de un animal con trompa, orejas y patas... pero no se comportaba como un elefante, no comía como un elefante, no vivía como un elefante".








