Monteagudo, letras de un revolucionario

Monteagudo, letras de un revolucionario

Bernardo de Monteagudo es un protagonista de la historia grande de la Argentina que encarna en sí mismo un dilema antropológico. Porque si bien es cierto es perfectamente claro que las revoluciones estallan alimentadas por causas perfectamente reconocibles, no menos real es que el tucumano parece haber nacido para ser revolucionario. Vino al mundo el 20 de agosto de 1789, es decir, cinco semanas después de la toma de La Bastilla, considerada como el punto de inicio de la Revolución Francesa. Dejó esta vida habiendo consagrado sus esfuerzos a la emancipación americana.

El próximo miércoles se cumplirá otro aniversario de su natalicio. Cuando corresponde a “cifras redondas” pareciera canónico tener que referirse a su vida. Así que como esta vez se trata de 236 años, expresión numérica anodina (si las hay), la ocasión así como el lugar (las páginas de LA GACETA Literaria) devienen propicias para recordar algunos trazos de sus letras.

Justamente, el derrotero literario de Monteagudo confirma el conflicto respecto de si revolucionario el ser humano se hace, o nace. Porque la formación académica del prócer lo llevó por otro camino. Se graduó como abogado en 1808, a los 19 años, en la Universidad de Chuquisaca, que es la actual ciudad de Sucre, en Bolivia. Su tesis, lejos de toda rebelión, era un texto que reivindicaba el statu quo monárquico desde el título: “Sobre el origen de la sociedad y sus medios de mantenimiento”. La fuerza de los hechos, y la conciencia de la circunstancia, provocarían un vuelco radical, veloz y feroz, en su toma de posiciones. De hecho, no se convertiría en un intelectual de la acción. Algo que en sí mismo fue (y aún hoy es) genuinamente revolucionario.

En 2009, en vísperas de que la Argentina celebrase los 200 años del estallido de la Revolución de Mayo, la editorial Emecé publicó, en el marco de su “Biblioteca Emecé Bicentenario”, una compilación de los textos incendiarios que alumbró. El volumen de 250 páginas está precedido por un “Estudio preliminar” de Felipe Pigna sobre la figura del tucumano.

El historiador subraya que Monteagudo debutó como abogado en la Real Audiencia, nada menos que como defensor de Pobres en lo Civil, “cargo en el que comienza a verse su pasión por la Justicia”. Lo cierto es que al año de siguiente de obtener su título de letrado, Monteagudo es otro en comparación con el que escribió la tesis monárquica y conservadora con que se graduó.

Proclama pionera

Pigna se encuentra entre los historiadores que le atribuye a Monteagudo la autoría de “Diálogo entre Atahualpa y Fernando VII”, un texto satírico sobre el ficcional encuentro entre el emperador inca, destronado y ejecutado por Francisco Pizarro en 1533, y el rey español, destronado y encarcelado por Napoleón Bonaparte, precisamente en 1808. En 1809 empiezan a circular los “Diálogos…”, cuyo contenido trasciende lo meramente sardónico:

- Fernando: El más infame de todos los hombres vivientes, es decir, el ambicioso Napoleón, el usurpador Bonaparte, con engaños, me arrancó del dulce regazo de la patria y de mi reino, e imputándome delitos falsos y ficticios, prisionero me condujo al centro de Francia.

- Atahualpa: El miserable Atahualpa, el infeliz soberano del Imperio del Perú, a tu lado está. Pues que de injusta e inicua la conquista habéis notado de España por Bonaparte, ni te sientas ni te admires que de usurpa y furtiva igualmente yo gradúe la dominación que ha tenido en América el español. (,,,). Confesad que trono vuestro, en orden a las Américas, estaba cimentado sobre la injusticia y era el propio asiento de la inquietud. (…) Tus desdichas me lastiman, tanto más cuanto por propia experiencia, sé que es inmenso el dolor de quien padece quien se ve injustamente privado de su cetro y su corona.

En este texto, subraya Pigna, aparece una de las primeras proclamas independentistas de la historia continental puesta en boca de Atahualpa: “Habitantes del Perú: si desnaturalizados e insensibles habéis mirado hasta el día con semblante tranquilo y sereno la desolación e infortunio de vuestra desgraciada Patria, despertad ya del penoso letargo en que habéis estado sumergidos. Desaparezca la penosa y funesta noche de la usurpación, y amanezca luminoso y claro el día de la libertad. Quebrantad las terribles cadenas de la esclavitud y empezad a disfrutar de los deliciosos encantos de la independencia”.

Sin dejar de lado que respecto de la autoría de estos “Diálogos…” hay no pocos debates, Monteagudo esgrimirá similares argumentos, pero ya no de manera hipotética sino como directa interpelación a sus contemporáneos, un par de años después. Pero habrá mucha más letra del tucumano hasta entonces. Comenzando por el mismísimo 1809. El 25 de mayo de ese año (fecha señera, que las hay), escribe nada menos que la “Proclama” de la “Rebelión de Chuquisaca”. “Hasta aquí hemos tolerado esta especie de destierro en el seno mismo de nuestra patria, hemos visto con indiferencia por más de tres siglos inmolada nuestra primitiva libertad al despotismo y tiranía de un usurpador injusto que degradándonos de la especie humana nos ha perpetuado por salvajes y mirados como esclavos. Hemos guardado un silencio bastante análogo a la estupidez que se nos atribuye por el inculto español, sufriendo con tranquilidad que el mérito de los americanos haya sido siempre un presagio cierto de su humillación y ruina”.

El silogismo de Chuquisaca

El contexto que precede la agitación es la denominada “Farsa de Bayona”, las abdicaciones de mayo de 1808 por las cuales, presionados por Napoléon, Fernando VII devolvió la corona a su padre, Carlos IV, quien antes había cedido sus derechos monárquicos a Bonaparte, quien más tarde puso en el trono a su hermano, quien tomó, además del trono, el nombre de José.

A finales de ese año llegan a Chuquisaca no sólo las noticias de esos sucesos, sino también las de que se ofrece el protectorado de la hermana del depuesto Fernando VII, Carlota Joaquina, y de su esposo, el príncipe regente de Portugal, Juan VI, sobre el Virreinato del Río de la Plata. “Monteagudo planteó la duda que se convertiría en chispa de rebelión –puntualiza Pigna-: ‘¿Debe seguirse la suerte de España o resistir en América? Las Indias son un dominio personal del rey de España; el rey está impedido de reinar; luego, las Indias deben gobernarse a sí mismas’. El pensamiento, conocido como ‘el silogismo de Chuquisaca’, será uno de los argumentos de los revolucionarios que se lanzarán a las calles de la ciudad universitaria, el 25 de mayo de 1809; y de La Paz, el 16 de junio”.

Monteagudo, por las dudas se perdiera de vista, tiene para entonces 19 años.

El “Estudio preliminar” de los “Escritos políticos” de Monteagudo registra su incansable escritura. En 1811, en La Gazeta de Buenos-Ayres, el tucumano esboza, a criterio de Pigna, las primeras líneas de un proyecto constitucional, postulando una férrea división de poderes, cuanto menos en lo que hace a la Justicia. “Los tribunos no tendrán algún poder ejecutivo, ni mucho menos legislativo. Su obligación será únicamente proteger la libertad, seguridad y sagrados derechos de los pueblos contra la usurpación el gobierno de alguna corporación o individuo particular”.

Terminará haciéndose cargo de la dirección de esta publicación, el órgano de difusión de la Revolución de Mayo y del gobierno criollo, donde escribe un panegírico sobre las mujeres. “Me lisonjeo de que el bello sexo corresponderá a mis esperanzas y dará a los hombres las primeras lecciones de energía y entusiasmo por nuestra santa causa. Si ellas, que por sus atractivos tienen derecho a los homenajes de la juventud, emplearan el imperio de su belleza en conquistar además de los cuerpos las mentes de los hombres, ¿qué progreso no haría nuestro sistema?”.

Dice Pigna que ello le valió la reprimenda de Bernardino Rivadavia, secretario del Triunvirato, quien le advirtió que “el Gobierno lo ha dado a usted la poderosa voz de su imprenta para predicar la corrupción de las niñas”.

Periodismo

El tucumano decidió, entonces, fundar su propio periódico. Su título es en sí mismo un llamado a la revolución: Mártir o Libre. En 1812 participa de la creación de la Sociedad Patriótica y dirige su órgano de difusión: El Grito del Sud. Luego, en 1815, edita el periódico El independiente, en apoyo al director supremo Carlos María de Alvear. Cinco años después, destierro mediante en Europa tras la caída de Alvear y repatriado por el general José de San Martín, funda en Santiago, Chile, el periódico El censor de la Revolución. Su derrotero, justamente, seguirá ligado a San Martín, primero, y a Simón Bolívar, después, hasta su asesinato en 1825.

Lo inquietante de sus publicaciones en aquellos primeros medios decimonónicos no sólo es la tensión de su escritura, sino la vigencia de su ideario. Vivo ejemplo de ello es su artículo “Causa de las causas”, que compila el libro Escritos políticos. “Nada digo que no esté probado por los hechos: los mismos pueblos que lloraban poco la corrupción del gobierno antiguo, ven hoy con asombro la imparcialidad y el espíritu de vida que anima las deliberaciones del actual: habrán tenido sin duda el dolor de ver prostituidos a algunos de sus delegados, mas también han recibido una saludable lección para proceder con más escrúpulo a confiar el depósito sagrado de su presentación, y no aventurar su suerte seducidos de un celoso hipócrita, de un sofista razonador, o de un simulado patriota. La introducción de esta clase de hombres al gobierno nos ha causado todos aquellos males”. Fue publicado en La Gazeta de Buenos-Ayres el 20 de diciembre de 1811. El tucumano tenía entonces 22 años.

© LA GACETA

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios