En el mapa deportivo de Tucumán hay dos faros que iluminan más allá de nuestras fronteras: el Rally Trasmontaña de Mountain Bike y el Mundial de Parapente. Son dos postales únicas, dos eventos que, en cualquier otra provincia, serían tratados como joyas estratégicas para mostrar al mundo sus paisajes, su cultura y su gente. Aquí en nuestra tierra, en cambio, parecen vivir condenados a brillar por sí solos, sin que nadie se preocupe demasiado por amplificar su luz.
El Trasmontaña es, sin exagerar, la carrera de cross country en parejas más prestigiosa de Sudamérica. Se trata de un clásico que todo biker sueña correr alguna vez. “Te recibís de biker cuando lo corrés, no antes”, dijo alguna vez Hugo Marcantonio, reconocido por su impulso de este deporte.
No es solamente un desafío físico; también es un rito. Es atravesar las sierras de San Javier con el corazón latiendo al ritmo del pedal, con el aire puro cortando los pulmones y con el barro pintando el rostro como si fuera una medalla. Y sin embargo, más allá del esfuerzo titánico que año tras año realizan los organizadores, el Estado parece no entender que tiene en sus manos un diamante que, bien pulido, podría convertir a Tucumán en un epicentro turístico y deportivo por varios días.
Los números hablan por sí solos. De acuerdo a un promedio que se confirma cada año, el 70% de los corredores no son tucumanos y, por cada uno, llegan a nuestra provincia entre tres y cuatro personas más (contando familiares, amigos o equipos de apoyo). De esa manera, estamos hablando que unas 6.000 u 8.000 personas que se hospedan, comen, pasean y consumen en la provincia durante varios días. No hay otro evento deportivo que genere un impacto turístico semejante en Tucumán. Ni el fútbol, ni el rugby; ninguno. Y aun así, en la semana previa a la carrera (se correrá el próximo domingo 17), la página oficial de Tucumán Turismo apenas le dedica un rincón tímido; casi una mención de compromiso, como si fuera un festival barrial y no una de las pruebas más grandes de Latinoamérica.
El contraste duele más cuando se mira hacia el costado. Santiago del Estero entendió hace rato que cada evento deportivo es un anzuelo para mostrar su provincia. No importa si es fútbol, básquet, automovilismo o carreras de motos: su Secretaría de Turismo está detrás de cada espectáculo, lo promociona, lo convierte en una excusa para vender cultura, gastronomía y paisajes. “Más de 450 eventos deportivos por año”, se jacta su página web. Allí, cada competencia es parte de una misma estrategia: atraer visitantes y convertirlos en embajadores.
En Tucumán, en cambio, el Trasmontaña y el Mundial de Parapente parecen ser piezas sueltas, apenas unas islas en un océano de improvisación. Son espectáculos que podrían hermanarse con ferias gastronómicas, festivales culturales, recorridos turísticos y hasta congresos deportivos. Pero aquí, el día después de la carrera, todo vuelve a la normalidad como si nada hubiera ocurrido. Es como si tuviéramos un concierto de Paul McCartney y nos conformáramos con decir “vino a tocar un inglés”.
La edición de este año tiene un condimento especial: vendrá Ned Overend, el primer campeón mundial de cross country olímpico. Es un mito viviente, una leyenda que a sus 69 años sigue pedaleando con la misma pasión con la que se subió por primera vez a una bicicleta. Nacido en Taiwán, pero forjado en Estados Unidos, es uno de esos nombres que, en cualquier parte del planeta, arrastraría a la prensa, generaría charlas abiertas, clínicas deportivas y hasta documentales. Aquí, su llegada pasa casi en silencio. Lo trae la marca Specialized, que lo acompaña desde sus comienzos. Tucumán, simplemente, lo recibirá sin más, como quien se cruza con un turista en la calle y no sabe que tiene enfrente a un campeón del mundo.
Experiencia inmersiva
El Trasmontaña no es sólo una carrera, es una experiencia inmersiva en las entrañas de la provincia. Es ver los cerros amanecer cubiertos de neblina, escuchar el rugido de las bicicletas cortando el aire, sentir el aplauso de los fanáticos en cada curva. Es deporte, sí, pero también es turismo de aventura; es contacto con la naturaleza, es oportunidad para mostrar lo que tenemos. Y cada oportunidad que no aprovechamos es un tren que pasa y que tal vez no vuelva nunca más a detenerse en esta estación.
Podríamos aprender del parapente, que aunque también sufre la misma indiferencia oficial, logra por sí solo instalar imágenes de Tucumán en medios de todo el mundo. Pilotos surcando el cielo con los cerros de fondo, colores flotando sobre paisajes de ensueño. Imaginemos por un momento qué pasaría si ambos eventos se unieran en una misma narrativa: “Tucumán, la capital del deporte extremo en Sudamérica”. No sería un eslogan vacío: sería una verdad que traería turistas, inversión e incluso prestigio.
Pero para eso hay que planificar y hay que pensar a largo plazo. Hay que dejar de esperar que los eventos se vendan solos. El deporte no es solamente resultados y medallas; es economía, es identidad y es marca provincial. Y mientras no lo entendamos, seguiremos siendo espectadores de nuestro propio potencial desperdiciado.
El Trasmontaña y el Mundial de Parapente son como esas frutas maduras que cuelgan a baja altura y que cualquiera podría cosechar. El problema es que, en Tucumán, pareciera que preferimos mirar para otro lado y dejar que se caigan.
La edición de este año, con Overend en la línea de largada y con miles de visitantes listos para recorrer la provincia, es una nueva oportunidad. Tal vez la última para demostrar que entendemos de qué se trata el juego. El tiempo dirá si esta vez lo aprovechamos o si, una vez más, dejamos pasar el tren mientras nos quedamos en el andén, mirando cómo se aleja cargado de turistas, de cámaras y de dólares.









