EL NUEVO TIEMPO DE UN GIGANTE. El ingenio Lastenia cerró en 1966 y desde hace dos décadas revivió reconvertido en un espacio dedicado al arte. la gaceta / fotos de ariane armas
En el corazón de Lastenia, donde alguna vez el vapor y el bullicio de la zafra marcaban el ritmo de un pueblo, hoy florecen esculturas hechas con los huesos oxidados de las máquinas de una historia industrial. El ex ingenio Lastenia, fundado en 1834 y clausurado por la dictadura en 1966, renace como un epicentro cultural que honra su memoria azucarera con arte, fuego y comunidad. Su viaje, del trapiche al taller, es también el de una provincia que convirtió la herida del cierre en un grito de creatividad.
“Esta fábrica nació como ‘La Banda’, fundada por Juan de Dios y Baltazar Aguirre. Fue pionero en la industria azucarera de Tucumán, ya que fue el primero en incorporar un trapiche de hierro para producir azúcar y en contar con un alambique de gran capacidad para aguardiente”, cuenta Andrea Gotti, quien oficia de guía en un recorrido lleno de historia y cañaverales.
Pero las guerras civiles lo sacudieron pronto. Baltazar se exilió y el establecimiento quedó en manos del inmigrante vasco-francés Evaristo Etchecopar, quien lo refundó en 1849. Años después, uno de sus hermanos decidió renombrarlo Lastenia, en homenaje a su esposa, Lastenia Molina Cossio.
La modernización llegó en 1880, con líneas férreas, trapiches a vapor y una importante producción que, para 1889, alcanzaba las 2.500 toneladas de azúcar al año. Este crecimiento imparable convirtió al ingenio en el motor vital de la zona.
Así, se construyeron barrios obreros, casas para empleados y sus familias, un hospital, una escuela, almacenes, el club deportivo, el sindicato, la capilla, y el emblemático pabellón, donde se alojaban los zafreros solteros. El ingenio no era sólo una fábrica: era una ciudad.
Hasta que el silencio lo invadió todo.
La noche que se apagó
El 22 de agosto de 1966, en plena zafra, el gobierno de facto de Juan Carlos Onganía ordenó su cierre, junto con el de otros ingenios de la provincia. Soldados llegaron de noche, desmantelaron la maquinaria y apagaron el corazón de la ciudad del este. El impacto fue devastador. No tan solo allí. Porque la acción se replicaría después en toda la provincia, y dos tercios de la población abandonaron Tucumán en el mayor éxodo en la historia moderna de esta tierra.
“Durante décadas, el predio quedó en ruinas. Un breve intento de reactivación como fundición de plomo -entre 1972 y 1994- , que trajo más contaminación que trabajo”, contará Gotti. Y luego llegó el olvido. Hasta que alguien lo vio de otro modo.
Nuevo destino
Beatriz Tula, escribana de profesión y artista por convicción, compró el terreno en 2000, junto con los principios de siglo. Frente al deterioro, sintió una certeza: “No podía derribarlo, era una gran escultura”, remarca. Así nació El Ingenio de las Artes, una fundación que desde 2004 impulsa actividades culturales y de rescate patrimonial.
En 2023, una intervención artística sin precedentes llenó el predio de esculturas realizadas con chatarra del viejo ingenio. Obras como “La antorcha de la esperanza”, “El pensador” y “Las manos del zafrero” dieron nueva vida a los escombros. También se alzaron figuras míticas como el “Perro Familiar”, ese fantasma de los obrajes que tantas historias de terror puebla en el norte argentino.
ESCULTURAS. Las obras fueron hechas con chatarras y viejo material.
Cada 22 de agosto, la Marcha de las Antorchas recupera la memoria de aquel cierre infame. La comunidad camina desde la ruta cercana hasta las ruinas, iluminada por fuego y por emoción.
“La primera vez que se realizó, la gente entraba llorando”, recuerda Adriana Tula, hermana de la dueña del predio y reconocida cantante. Esa marcha se convirtió actualmente en una semana de encuentros, poesía, danza, escultura y milonga. Un festival que honra la pérdida, pero también celebra la resiliencia.
Azúcar y pueblo
Lastenia no fue un caso aislado. A lo largo del siglo XIX y XX, decenas de pueblos tucumanos surgieron alrededor de los ingenios. Así nacieron el casco industrial, las distintas instalaciones y las avenidas que hoy llevan los nombres de Tornquist o Eva Perón: son marcas visibles de una identidad tejida entre caña y vapor.
El cierre de los ingenios por la dictadura afectó a más de 11.000 familias. Pero también forjó una memoria combativa, que hoy se convierte en legado.
Esta experiencia hoy forma parte del “Paseo del Azúcar”, un circuito impulsado por la Municipalidad de Banda del Río Salí con el apoyo del Ente Tucumán Turismo, que recorre distintos hitos de la historia azucarera: desde la Quinta del Obispo Colombres en el parque 9 de Julio, donde comenzó todo, hasta el ingenio La Florida, todavía activo, moderno y pujante con la fuerza de obreros que honran sus tareas, con paso clave por el ex ingenio Lastenia, símbolo de la transformación. El paseo sucede cada martes y jueves desde las 8.30, con inscripción previa en la sede de la entidad turística.
PASEO DEL AZÚCAR. El lugar tiene nueva vida, pero evoca el pasado.
“El objetivo es que los tucumanos y los turistas comprendan que esta industria no sólo moldeó la economía, sino también la cultura, la arquitectura, y la vida social de la provincia”, explica Marcos Díaz, secretario general del Ente de Turismo. Y remarca: “Tucumán no sólo es la cuna de la independencia, también es la cuna de la primera gran industria del país”.
Este recorrido hace que sus participantes sientan cómo alguna vez rugió un pueblo con el fragor de trapiches y calderas. Y de qué forma, en alguno de esos sitios, ahora se respira arte entre sus escombros. Porque la historia de la producción azucarera no quedó sepultada bajo ladrillos oxidados, sino que fue esculpida por manos nuevas que supieron leer entre ruinas.
Porque el patrimonio no sólo se conserva, sino que también se reinventa. Donde antes hubo caña, hoy hay memoria. Y en ese cruce entre el hierro y el alma, Tucumán escribe su historia más dulce.






