Cómo la cocaína domina el mundo

20 Julio 2025

En CeroCeroCero (el triple 0 alude a la mejor calidad de la harina para hacer la droga), Roberto Saviano continúa el camino iniciado con Gomorra, su anterior trabajo publicado en 2006, en el que desnudaba a la mafia italiana y que le valió amenazas de muerte que lo obligaron a vivir oculto y con escolta. A ese estilo de vida hace referencia en el libro. Y lo realiza de tal manera que se percibe un cierto dejo de despedida: “¿Y si hubiera actuado de otro modo? ¿Si hubiera elegido la vía lineal del arte? Una vida de escritor que alguien definiría como pura, por ejemplo, con sus malas leches, sus psicosis, su normalidad (…). No he sabido hacerlo. Me ha tocado la vida del fugitivo, del corredor de historias, del multiplicador de relatos. La vida del protegido, del santo herético, del culpable si come, del falso si ayuna, del hipócrita si se abstiene. Soy un monstruo, como es un monstruo cualquiera que se haya sacrificado por algo que ha creído superior. Pero todavía me queda respeto”, escribe.

Toma partido también al opinar que “por más terrible que te pueda parecer, la legalización total de las drogas podría ser la única respuesta. Quizá una respuesta terrible, espantosa, angustiante. Pero la única para atajarlo todo. Para parar el creciente volumen de ventas. Para parar la guerra”.

No muy lejos

El comienzo de CeroCeroCero es abrumador, eficaz. De los mejores que se escribieron en los últimos años. “La coca la consume quien ahora está sentado a tu lado en el tren y la ha tomado para despertarse esta mañana, o el conductor que está al volante del autobús que te lleva a casa porque quiere hacer horas extras sin sentir calambres en las cervicales. Consume coca quien está más próximo a ti. Si no es tu padre o tu madre, si no es tu hermano, entonces es tu hijo. Si no es tu hijo, es tu jefe”, y así se arma un listado de ejemplos del que es imposible evadirse. Lo que sigue es un libro muy bien escrito, que sirve para conocer sobre la temática. Para saber cómo y por qué crecieron los cárteles mexicanos y colombianos desde los años 80. Cómo los negocios pasaron a los Estados Unidos y a Europa. Esos mismos negocios para los que casi no hay fronteras porque superan toda legalidad posible.

Se describe también cómo deben comportarse los jefes de esos cárteles frente a sus subalternos. “Rico, pudiente, pero sin ostentación”, refiere uno de ellos. “Un equilibrio sutil”, agrega. Enseguida llegará el turno de la violencia en estado puro. Policías, contrabandistas, jefes. Todos tendrán su final sangriento. El primero del que se da cuenta es el de Kiki Camarena, un agente de la DEA asesinado en tierras mexicanas en tiempos en que “los padrinos” dividían territorios. Camarena los investigó y la venganza fue ejemplar. Así tenía que ser. Se supo luego, cuando encontraron lo que quedaba de su cuerpo. Camarena recibió puñetazos y descargas eléctricas. También le quemaron los genitales. Y le atornillaron el cráneo hasta alcanzar huesos y carne. Todo grabado. Escucharlo, refiere, es terrible.

Núcleo

“México es el origen de todo”, dirá Saviano. Y contará por qué. Nombres de ciudades y padrinos irán desfilando y el lector, posiblemente, sentirá la tentación de ir a la web a buscar más datos. Allí no sólo encontrará otras cosas. Sino que lo leído se volverá imagen. Cada uno de los protagonistas de las historias tiene un rostro que no es ficticio. Aunque lo parezca. Porque la violencia es tal que uno no puede creer que se llegue a tales extremos. Como por ejemplo cuando se cuente que en 1997, en una autopista mexicana, se hallaron tres cuerpos con los ojos arrancados y los huesos rotos. Se trataba de los médicos responsables de operar al narco Amado Carrillo Fuentes para cambiarle las facciones del rostro. Pero una dosis excesiva de un sedante durante la operación le causó la muerte. Y la venganza se hizo efectiva.

Saviano contará quién es quién en este rompecabezas. Cuáles son las funciones que se necesitan llevar a cabo para que el negocio funcione. La del camello, por ejemplo. Cómo hacen para ingerir y trasladar en sus cuerpos las bolitas de droga en aviones de un país a otro. Un pequeño problema y les explota la panza. Morirán en pleno vuelo tras un sufrimiento increíble. “El problema no es la cantidad de dinero que ganas, es que te parece imposible cualquier otra clase de trabajo, porque te parecería que pierdes el tiempo. Con un cambio de manos ganas más que con meses y meses de trabajo, sea cual sea este. Y no te basta saber que acabarás detenido para hacerte elegir otro oficio”, confesará uno de ellos ante el autor.

Por Alejandro Duchini - PARA LA GACETA - BUENOS AIRES

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