GOLEADOR. Pino lleva seis festejos en 22 fechas. A esta altura, el año pasado el goleador era Arias, con la misma cantidad de conquistas. MATÍAS NAPOLI ESCALERO, especial para LA GACETA
Hay campañas que enamoran por sus números y otras por sus gestas. Pero también están las que, sin tanto ruido, sin picos altísimos ni caídas estrepitosas, sostienen un rumbo con la paciencia del que conoce el camino. Así avanza San Martín en esta Primera Nacional: sin estridencias, pero con pasos firmes. En silencio, pero con la convicción de que el desenlace puede ser, otra vez, estar en la pelea por el ascenso.
En Tucumán, donde la pasión es impaciente y el aplauso muchas veces depende del último resultado, al "Santo" se le exige cada fin de semana que juega en casa como si lo hiciera con ventaja. La memoria colectiva arrastra el recuerdo reciente de un equipo que en 2024, bajo la conducción de Diego Flores, se disparó como un cohete desde la fecha 23 (logró 12 triunfos en 13 fechas) y no se detuvo hasta asegurar su lugar en la final con semanas de anticipación. Aquel fue un San Martín de picos y vértigo. Este, el de Ariel Martos, es uno de constancia y temple.
Y sin embargo, cuando se encienden los reflectores de la comparación, los datos cuentan una historia inesperada: a esta altura del torneo, la versión actual del “Santo” no está lejos (ni en puntos ni en rendimiento) de aquella que enamoró por su sprint final.
Para entender el presente, a veces conviene mirar el pasado. En la temporada 2024, tras 22 fechas, San Martín había sumado 39 puntos de los 66 en juego. Había ganado 11 partidos, empatado 6 y perdido 5, con 21 goles a favor y 11 en contra. Una campaña sobria, sin grandes destellos, pero que a partir de la fecha 23 se transformó en una histórica: seis victorias al hilo, un empate ante Arsenal, y luego otras seis victorias consecutivas. Un tren a toda marcha que no se detuvo hasta alcanzar la final.
En comparación, el equipo de Martos tiene apenas un punto menos. Acumula 38 unidades, producto de 10 triunfos, 8 empates y apenas 4 derrotas. Ha convertido los mismos 21 goles y recibió apenas dos más que el año pasado. En porcentaje de efectividad, la diferencia es mínima: 59% en 2024 contra 58% en 2025.
Entonces, ¿por qué la sensación es distinta? ¿Por qué este presente no se vive con el mismo entusiasmo?
La respuesta, acaso, no está en la tabla sino en el termómetro emocional. Aquel San Martín aceleró a fondo en el tramo decisivo, generando una ola de optimismo. Pero perdió la final y quedó rápidamente eliminado del Reducido. Este, en cambio, navega con la prudencia del que aún no ha soltado todas sus velas y encima carga con el peso del enojo de los hinchas por lo sucedido en el final de la última campaña.
Sin embargo, el mar es el mismo, y la costa (la tan ansiada Primera División) aparece en el horizonte.
Hay otra coincidencia que los números reflejan: el goleo. El año pasado, a esta altura, Junior Arias era el máximo artillero del equipo con seis tantos. Hoy, Martín Pino ocupa ese lugar con la misma cifra. La diferencia no está en los nombres, sino en la percepción: el equipo de Flores dependía más de la solidez defensiva y de la efectividad en momentos claves. Mientras tanto, el de Martos intenta buscar mayor volumen de juego, aún a costa de asumir riesgos. Es un equipo vertical en el que no sólo el "9" convierte. Juan Cruz Esquivel (con 5), Juan Cuevas (4) y Franco García (3) también aportaron festejos.
Lo que se mantiene intacto es la necesidad de encontrar regularidad. “Tenemos que lograr eso, sobre todo de local. Este plantel tiene jugadores con hambre de gloria y con el deseo de llevar a San Martín a la máxima categoría”, confió un allegado al cuerpo técnico. Y esa palabra es hoy la brújula que guía a este San Martín.
Porque el margen de error se achica. Atlanta, con sus vaivenes, apenas lidera por un punto. El campeonato, como anticipó Martos, es “duro y parejo”. “La presión es permanente por la obligación que tenemos por ser San Martín. Los muchachos tienen una sed de revancha enorme”, aseguró el DT.
“Estamos en una categoría en la que no queremos estar, en un club que tiene que jugar en Primera. Todos unidos podemos hacerlo”, sentenció Darío Sand, con el corazón en la boca después de la última victoria. En esa frase late el deseo colectivo de un pueblo que no se resigna.
Porque no es lo mismo jugar bien que jugar por algo. Y San Martín no compite por sumar puntos, sino por una historia, por un escudo, por una deuda que aún está pendiente desde aquella tarde fatídica frente a Gimnasia de Mendoza. Esa espina todavía duele, pero también motiva. Y aunque las comparaciones puedan ser odiosas, sirven para recordar que los buenos equipos no siempre nacen desde la perfección, sino desde la convicción.
La fecha 23 como umbral para San Martín
Si el campeonato anterior tuvo su punto de quiebre en la fecha 23, Martos y su cuerpo técnico saben que ahora se empieza a escribir la parte decisiva del guión. El margen para las excusas desaparece y cada punto vale oro. Claro, también cada error puede costar el objetivo.
Pero también es cierto que este San Martín ya demostró que tiene con qué. Lo dicen los datos, lo confirma la tabla, lo respalda su funcionamiento y sobre todo su rendimiento cuando jugó lejos de La Ciudadela. A veces le falta contundencia, otras veces claridad en los últimos metros. Pero nunca le falta actitud.
El camino al ascenso no está pavimentado con magia, sino con trabajo y constancia. Y si algo ha construido este San Martín es una base sólida. Ahora, lo que necesita es soltar el freno y acelerar en busca de su sueño y su deseo.






