CON FE. El adolescente se recupera en su casa, junto a su familia y con el apoyo y oración de todos sus amigos. LA GACETA / FOTO DE OSVALDO RIPOLL
Felipe Córdoba miraba su celular, como cualquier otro adolescente, cuando de pronto sintió un fuerte dolor de cabeza y la pierna dormida. “¿Por qué no vas un momento a la cama?”, le aconsejó su mamá, Alejandra Albarracín, quien pensó que el malestar duraría poco. Pero en menos de 10 minutos el joven de 16 años vomitaba, tenía la mirada perdida y casi no respondía. “Yo no sabía qué pasaba”, recuerda ella. Lo que parecía un dolor pasajero se convirtió primero en una pesadilla, y casi un mes después en un testimonio de esperanza que fue mencionado por el arzobispo de Tucumán, Carlos Sánchez, en el tedeum del 9 de julio.
A Felipe lo llevaron primero al Centro de Salud Municipal Ramón Carrillo, donde solo estuvo 20 minutos, ya que los médicos que lo recibieron se dieron cuenta que la gravedad de su cuadro necesitaba más cuidados de los que ellos podrían ofrecer. El hospital Padilla fue su destino.
En ese lugar la escena fue clara y brutal. Una doctora abrazó fuerte a Alejandra y le susurró al oído: “Mamá, su hijo está grave”. Nadie se animaba a decir más. Sí, era un ACV, pero no cualquiera: era hemorrágico, el más severo, aquel que en cuestión de minutos puede acabar con una vida o dejar secuelas irreversibles. “Mi hijo era sano”, remarca Alejandra, todavía con asombro.
Señales de fe
Ahí empezó otra batalla, la que no se da en quirófanos ni con medicación. Una tía del joven pidió permiso para iniciar una cadena de oración, y toda una comunidad se puso de rodillas por él. Eran días de la Semana de la Virgen María Auxiliadora, patrona del colegio salesiano al que asiste Felipe. Esa coincidencia, para su familia, fue una señal. “Mientras nosotros estábamos en la consagración a la Virgen, el viernes 23, nos llaman del hospital”, relata su madre. Corrimos, sin saber qué nos dirían. El doctor de la tarde nos recibió y nos dijo: ‘A su hijo le paró el sangrado’. Justo estaba llegando la Virgen al hospital. Toda la providencia de Ella estaba ahí”, considera la mamá.
El 24 de mayo fue todavía más significativo. Mientras en las calles se desarrollaba una procesión dedicada a la Virgen y a Felipe, el obispo bendijo a su papá. Ese mismo día, les comunicaron que su hijo había despertado. A partir de ahí, las noticias empezaron a mejorar. “Nos advertían que podía quedar con muchas secuelas, con discapacidades, pero él empezó a mover las piernas y los brazos. Todo el mundo festejaba cada mínimo movimiento, y nosotros no entendíamos por qué tanto festejo. No quisimos leer ni informarnos demasiado para no asustarnos. Nos dejamos llevar”, confiesa Alejandra.
La estadía en el hospital duró 24 días, que para la familia no es casualidad ya que el 24 es el día de la Virgen María Auxiliadora. El 14 de junio le dieron el alta. En ese tiempo, el apoyo no faltó. Compañeros de colegio, del equipo de futbol, amigos y desconocidos se organizaron para rezar y acompañar. Un sacerdote incluso se acercó al hospital y a la clínica, enviado por los propios compañeros de Felipe. “Esa llamada ‘generación de cristal’ que dicen que no resiste nada, fue movilizada por él. Y eso también nos conmovió”, dice Alejandra.
Las redes sociales también jugaron su papel. La familia descubrió que había cadenas de oración circulando por Facebook, Instagram y WhatsApp. “Uno muchas veces critica cómo se usan las redes, pero en este caso fue para bien”, indica la mujer. “Recibimos mensajes de gente que ni conocíamos: ‘estoy rezando por Felipe’. Nos llenaba el corazón”, agrega
Hoy, Felipe sigue en tratamiento con psicopedagoga y psicólogo porque, aunque recuperó la memoria, hay cosas que todavía está asimilando. Tenía previsto viajar a Bariloche con su curso el 25 de julio, pero ya no está autorizado. La próxima semana comenzará su tratamiento para la malformación arteriovenosa que originó el ACV. “En un momento nos dijeron que lo que él tenía no tenía cura, pero ahora los médicos nos plantean opciones. Eso nos da tranquilidad”, dice Alejandra, convencida de que “la mano de Dios y de María estuvieron en todo momento; para nosotros esto es un milagro”.
“No estuve asustado”
Felipe habla con calma y modestia, como quien no termina de dimensionar lo que atravesó. “Estoy bien, tranquilo, en casa, durmiendo hasta tarde”, menciona risueño.
“Nunca estuve asustado porque no me di cuenta de lo grave que era. Pero ver a tanta gente que rezaba por mí me tocó el corazón. Mis amigos me llaman y me dan fuerzas”, afirma.
Lo que más extraña ahora es jugar al fútbol y volver al colegio. “Nunca tuve tantas ganas de volver a la escuela como ahora”, revela para luego hablar de otro gesto que lo dejó sin palabras.
Monseñor Sánchez lo nombró como un ejemplo para toda la provincia: “Cuántos signos de esperanza hay en nuestro querido Tucumán. Felipe, atendido por el personal de salud, ayudado por la fe de su familia, compañeros y desconocidos que rezaron por él. Su recuperación es signo de esperanza”.
El chico sonríe cuando escucha esa frase. Él, que hace menos de dos meses estaba entre la vida y la muerte, y hoy está en casa, con sueños sencillos y claros: volver al colegio, volver a la cancha y vivir a pleno.
El médico Jerónimo Cossio lo resume con claridad: “Un ACV hemorrágico es muy grave, y él superó las expectativas. No es el único que lo logra, pero su caso fue especial. Se logró por una atención temprana, por una familia muy empujante, un paciente joven y fuerte, y un enorme trabajo en equipo”, comenta. El jefe de la Unidad de ACV del Padilla admite que para los médicos también fue una alegría inmensa. En el caso del adolescente, el trabajo en equipo con emergentologos, neurólogos, neurocirujanos, terapistas, enfermeros y camilleros. “Nosotros que tantas veces damos malas noticias, cuando pasan estas cosas nos llenamos de esperanza. Y que el arzobispo lo haya mencionado fue un mimo para todos”, termina.
En tiempos donde las malas noticias parecen multiplicarse, su historia es una prueba de que los milagros existen. A veces, en la forma de médicos, de amigos, de una comunidad que no deja de rezar, y de un joven que no deja de levantarse. Porque Felipe no es solo un signo sino la esperanza misma, con nombre, apellido y una pelota que lo espera en la cancha.








