En los últimos días, las redes sociales estallaron con la noticia de la separación de una pareja del espectáculo que había sido, durante años, símbolo de estabilidad, amor y complicidad. Los posteos de Jimena Accardi y Nicolás Vázquez, con un tono afectuoso y nostálgico, activaron una conversación colectiva que excede el ámbito privado. Lo que podría haber sido simplemente el fin de una relación entre dos personas adultas se convirtió en una suerte de duelo compartido. ¿Por qué?
Ellos escribieron: “Es tiempo de tomar caminos distintos. No fue una decisión fácil, porque hay mucho amor, respeto y una historia profunda que nos une”. Lo que conmovió no fue solo la separación, sino el modo en que se narró: sin escándalos, sin conflicto visible, con una afectividad que persiste. Esa forma de comunicar activó el apego emocional de miles de personas, muchas de las cuales no los conocen, pero sienten que algo se desarmó también en sus propias historias.
El caso invita a reflexionar sobre cómo el amor romántico, tal como lo entendemos culturalmente, estructura nuestras expectativas, deseos e incluso nuestro interés público. El hecho de que la ruptura de una pareja genere tanta atención no es casual: toca una fibra colectiva moldeada por siglos de idealización del amor como destino, salvación y sentido de la vida. La socióloga y escritora franco-israelí Eva Illouz advierte en sus libros que el amor moderno está profundamente ligado al consumo emocional y a la cultura de masas. No solo buscamos amar y ser amadas, sino también vernos representadas en historias que validen esa búsqueda.
Las redes sociales refuerzan esa lógica. La pareja que se muestra enamorada y feliz es una narrativa que se sigue consumiendo con avidez. Las imágenes, los gestos, las frases, incluso las rupturas, son parte de una escenografía emocional que las personas observan, comentan y sienten como propia. En ese sentido, el final de esa pareja no solo representa la caída de un vínculo, sino también el colapso simbólico de una promesa que muchas personas proyectaban sobre sí mismas.
Promesas
Es necesario cuestionar qué tipo de promesas siguen sosteniendo esas representaciones. La escritora española Coral Herrera Gómez sostiene que el amor romántico no es solo una emoción individual, sino una estructura cultural que organiza nuestras vidas. En su libro “La construcción sociocultural del amor romántico”, plantea que esta forma de amar enseña a las mujeres a idealizar la pareja como objetivo vital, y a asumir ciertos sacrificios como parte natural del vínculo. Esa pedagogía sentimental no se rompe con la madurez ni con la experiencia: se actualiza, se camufla, se renueva incluso en las relaciones más igualitarias.
Por eso, más que hablar de la separación en sí, vale la pena preguntarse por qué nos duele, qué proyectamos, qué estamos perdiendo. El doctor en psicologia Sergio Zabalza afirma que el amor, tal como se vive hoy, está atravesado por una ilusión de completud que se sostiene sobre el deseo de permanencia. Cuando una pareja que parecía “completa” se rompe, lo que se resquebraja es también esa ilusión que nos mantiene enlazadas a ciertos modelos afectivos.
La ruptura no es el fin del amor. Es apenas una forma posible del amor cuando se transforma, cuando deja de ser funcional a los ideales que lo encorsetaban. Pero ¿lo que duele colectivamente es que algo que parecía inquebrantable haya dejado de ser?. Esa angustia social no surge por las personas involucradas, sino por el sistema simbólico que sostenían.
Tal vez el desafío no sea dejar de amar ni de conmovernos con las historias ajenas, sino preguntarnos por qué seguimos necesitando que el amor nos salve. Y qué otras formas de vincularnos, más libres, más reales, podríamos imaginar si dejáramos de idealizar el amor como destino y empezáramos a pensarlo como proceso.








