La Corte Suprema y sus miembros

La Corte Suprema y sus miembros

Por Juan Ángel Cabaleiro para LA GACETA.

BATALLA DE GETTYSBURG. Fue un instante en la historia en que cambió el destino de una nación.
06 Julio 2025

Por estos días venimos oyendo, de boca de algunos exaltados dirigentes de la oposición, que a los integrantes de la Corte Suprema de Justicia «no los votó nadie», como si acabaran de notarlo y fuera este un argumento válido para desautorizarla o ponerla en cuestión. Resultaría ocioso recordarles (pero hagámoslo) que es la Constitución Nacional la que establece, desde 1853, los mecanismos para conformar este tribunal, que se fundamenta en la división e independencia de los tres poderes republicanos y en el sistema de frenos y contrapesos que los regula. Y, sobre todo, que no le corresponde a la Corte un papel de «representación» de la sociedad, sino el de actuar como un comité de expertos que decide en última instancia. Esto es así a pesar de ciertas regulaciones pensadas para que este organismo refleje, «en la medida de lo posible», la diversidad de género y procedencia regional del país (Decreto 222/2003, art. 3°).

Cuidado con lo que pidas

Pero tanta ociosidad leguleya sucumbe ante el crudo pragmatismo, y mucho más valdría recordarles a estos dirigentes que, en caso de ser electiva, muy probablemente la Corte sería, por estos tiempos, mileísta, libertaria, anarcocapitalista, y devota de las Fuerzas del Cielo. Muy pocas luces hay que tener para promover una composición de la Corte mediante voto popular justo cuando se corre de atrás en las encuestas, y con multitud de causas judiciales en la mochila. Tal es el caso de estos dirigentes, y resultaría entre patético y tragicómico que el oficialismo, rápido de reflejos, aceptara el órdago y convocara de inmediato a elecciones a tal efecto. Moraleja: ten cuidado cuando pidas una cosa, porque puede que te la den.

Me preguntaba, además, si los jueces de la Corte Suprema no formarán parte de una larga y onerosa lista de «ensobrados» de este país, junto con periodistas, legisladores, funcionarios, sindicalistas, economistas mediáticos, artistas y un largo etcétera, y si sus fallos, como sostienen aquellos mismos dirigentes políticos, no estarán digitados a la distancia por la billetera reventona de algún malévolo «ensobrador». Puestas las cosas negro sobre blanco: ¿llamará Macri por teléfono a los miembros de tan alto tribunal para ordenarles que voten en contra de la evidencia jurídica y de sus convicciones a cambio de una sustanciosa recompensa? De ser así, ¿no puede el PJ subir la oferta y torcerles el brazo? ¿De cuánto estaríamos hablando? Porque ambos tienen los recursos suficientes, lo sabemos, y en una sana y limpia puja de sobres siempre va a ganar el que más convencido esté, el que más corazón le ponga a su causa y esté dispuesto a defender sus convicciones hasta el final, cueste lo que cueste.

Me preguntaba sobre estas cosas de las que nada sé con la genuina intriga que me despierta la trastienda indescifrable de los poderosos, y con la secreta ilusión de escribir una novela: imaginaba un thriller político de actualidad que pusiera en escena los tejemanejes de los que tanto se habla en este país con la boca pequeña, y que tanto morbo despiertan en la sociedad (y seguramente en los lectores). Hasta el título tenía: Ensobrados. Y fantaseaba de esta manera con un argumento que iba resultándome más y más disparatado a medida que daba forma concreta a tales maquinaciones, que les ponía nombre, lugar y fecha a las acciones y las escenas. Entonces comencé a vislumbrar algo: que un thriller político desopilante sería el formato ideal para abordar a ciegas y sin tapujos el lado oscuro de la política nacional, una forma de aligerar nuestros traumas mediante la ironía, el humor y la reducción al absurdo de determinadas situaciones. Y nada mejor para construir un argumento semejante que atenerse a las ideas que nos regalan a diario muchos dirigentes y opinadores argentinos.

Suprema diversidad

Me imaginaba, por ejemplo, que Ensobrados debía abordar, como también reclaman aquellos mismos dirigentes políticos, la composición de la Corte desde una perspectiva de género. No «en la medida de lo posible», como indica el mezquino Decreto 222/2003, sino en toda la amplitud del concepto: una Corte Suprema verdaderamente inclusiva y diversa, porque si algo se considera bueno de verdad, no hay por qué afrontarlo a medias ni abandonarlo a mitad de camino, y porque a los límites de lo posible solo los ponen nuestra cobardía y nuestros prejuicios. Sería una forma novedosa de dibujar el protagonismo de la Corte en la novela, y de examinar, desde la narrativa, pero con fundamento en la teoría jurídica progresista, el complejo y delicado asunto de sus miembros, porque no solo hombres y mujeres deberían integrarla, sino también personas transgénero, transexuales, intersexuales y toda la diversidad de opciones no binarias contempladas en la «X» que el Estado reconoce en el DNI argentino. En fin: una Corte populosa y variopinta que nos llenaría de orgullo y asombraría al mundo.

© LA GACETA

Juan Ángel Cabaleiro – Escritor.

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