BAJO LAS TRIBUNAS. El albergue de la Municipalidad funciona todos los días debajo de las gradas del ex autódromo.
Al pan se le llama el alimento primordial porque ha acompañado a la humanidad desde la prehistoria. Se considera el sustento básico, es sinónimo directamente de comida y por eso existen tantos refranes populares que aluden al pan: es el pan de cada día y representa el bienestar de una familia o de un clan. Si falta el pan hay hambre. Está rodeado por numerosos simbolismos, incluso religiosos, sobre todo en el judaísmo y en el cristianismo. Es el cuerpo de Cristo durante la eucaristía cristiana y ortodoxa.
Por eso no es casual que una panadería sea el corazón del refugio municipal para gente en situación de calle, al que por primera vez tuvo acceso la prensa, ubicado debajo de las tribunas del exautódromo, en el Parque 9 de Julio. “Somos muy celosos con la seguridad y no dejamos entrar a cualquiera. Hay gente que miente y por eso chequeamos bien sus antecedentes antes de que ingresen”, explica Sofía Prado, secretaria de Atención Ciudadana de la capital, acompañada por la directora de Familia, Elizabeth Rodríguez, coordinadora del espacio.
Alrededor hay algunas mujeres que escuchan la charla, encargadas de colaborar con algunas tareas cotidianas de cocina y limpieza, como María Luisa Fernández, Graciela Díaz o simplemente “la Silvita”, que lleva seis años en el lugar.
PANADERÍA. Este año se habilitó un servicio para que la gente retire pan.
“De todos modos los principales trabajos los realizan los chicos, como arreglos, pintura, higiene o cuidar los jardines; aquí nadie está sin hacer nada”, aclara Prado.
“El cuerpo de Cristo” rodea el aura del lugar, al que hace poco denominaron “Papa Francisco”. “Este refugio sigue el espíritu de Francisco, de ocuparse de los más necesitados”, cuenta Prado.
Trigo, agua y sal
Al fin ingresamos a la famosa panadería, provista de modernas máquinas de amasado, corte, estacionamiento y hornos. Todo está impecable, como si fuera un quirófano. Allí trabajan cinco muchachos, vestidos de punta en blanco, con cofias en la cabeza y hasta los zapatos son blancos. Son Daniel Montenegro, Ramiro Solís, Martín Gerez, Enrique Garrocho y Leandro Díaz, que suelta la risa del resto cuando le hacemos referencia al famoso jugador de Atlético.
Todos relatan historias diferentes pero con un denominador común: el consumo problemático de drogas y alcohol. “El 80% llegamos por problemas con el alcohol o las adicciones. Yo llevo un mes sin consumir”, revela Montenegro. “Este trabajo ayuda, es una manera de tener la cabeza ocupada y pienso que algún día podría tener mi propia panadería”, anhela, a lo que se suma Solís: “Podríamos poner todos una panadería y ser socios”, lo que provoca la risa de todos.
Solís tiene una tonada distinta. “Es que soy de Chaco y vine a Tucumán a buscar trabajo, me dijeron que acá había más oportunidades”, se lamenta el chaqueño que no pudo encontrar su destino.
Este grupo lleva entre uno y seis meses en el albergue y son de los pocos que están a la mañana trabajando en el lugar.
Aclaran que nada de lo que producen se vende. Es para consumo del refugio y para repartir en zonas vulnerables y en los Centros de Integración Comunitaria (CIC) que tiene el municipio. También hacen dulces, como trufas de chocolate o maicenitas.
Crímenes y violencia
“Yo estoy acá desde hace seis meses. Me vine de Buenos Aires después de que asesinaron a mi hermana para robarle el auto. Primero fui a Salta, porque me dijeron que era lindo, pero ahí también me robaron todo y así terminé aquí”, relata Gustavo Miguel Romero, de 55 años, quien pese a la tragedia que cuenta no deja de sonreír y de mostrarse optimista.
Es profesor de computación y tiene alumnos en algunas iglesias y también abogados. Romero es otro de los asilados que se queda en el albergue durante la mañana a trabajar en distintas faenas. Su plan ahora es regresar a Buenos Aires, vender su casa y volver a Tucumán.
“Como soy uno de los más grandes también ayudo a los chicos, los escucho, conozco sus historias”, agrega.
El recorrido por el refugio continúa por las habitaciones, separadas las de hombres y mujeres, que totalizan unas 70 camas y que pronto serán 130, y por los baños. Todo huele a limpio y los extensos jardines están muy bien cuidados, con canteros con flores y espacios para sentarse al aire libre.
El lugar está rodeado por una cerca perimetral negra que no permite ver hacia adentro. “A esa la pusimos porque las mujeres víctimas de violencia eran vigiladas por los hombres desde la vereda”, afirma la directora de Familia.
El paseo se termina. La hora pico es a las 20, cuando todos llegan al refugio a descansar. Son entre 40 y 50 y varía según el día. “Los obligamos bañarse todos los días, antes de cenar y después a dormir”, concluye Romero, que ya es como parte del staff permanente de este albergue, donde la presencia de Francisco se siente en todos los rincones.
Las personas que deseen consultas sobre el refugio, alertar sobre gente en situación de calle, que pasa frío o hambre o algún otro pedido de asistencia pueden comunicarse al siguiente WhatsApp: 3812 15-6434.







