Y la palabra se hizo carne

Y la palabra se hizo carne

Pbro. Dr. Marcelo Barrionuevo

05 Enero 2014
No es aventurado pensar que San Juan tuviera delante el texto del Eclesiástico a la hora de redactar el famoso prólogo de su Evangelio. La Sabiduría desciende de Dios para hablar con su pueblo. Y se le atribuyen acciones que en otros textos bíblicos son exclusivas de Dios.

Hoy, al reflexionar de nuevo sobre este texto, podemos decir que San Juan pretende una presentación global del misterio de Cristo. Cristo es Palabra que se oye, se ve; es Luz que vence a la tiniebla y alumbra a todos; es Vida que destruye nuestra muerte. Se trata de la Palabra Encarnada como un proyecto de vida vivido... una Palabra que interpela.

Jesucristo es Dios. No es un hombre tan sólo, ni siquiera un hombre excepcional o el más perfecto que haya existido, sino una criatura humana perfectísima que también es Dios, como declara el Símbolo Atanasiano. Jesucristo, el Hijo de Dios, vive desde siempre en el seno del Padre. Sólo desde esta filiación eterna se puede explicar la filiación terrena en el seno de María, como explicó Santo Tomás de Aquino (S. III, q. 32). Él es la Palabra Eterna que sigue hablando en la historia del hombre de todos los tiempos.

El hombre de hoy se siente permanentemente asediado por mensajes y palabras que pueden acabar convirtiéndose en “pura palabrería”. Y esto genera desconfianza. Más aún: a veces se le presentan palabras y mensajes que pretenden ser la última palabra, la definitiva y única sobre algo.

Más que nunca se hace necesaria la capacidad crítica. En la era de los medios de comunicación de masas, el hombre experimenta en muchas ocasiones una tremenda soledad, se siente profundamente incomunicado porque no acaba de comprender el lenguaje o porque los mensajes no le interesan o no le incumben, o se hace el desentendido. No es que esté solo. Es que está aislado en medio de la masa. Lo cual es peor.

El vértigo de la imagen

Esto nos hace recordar un pequeño opúsculo del padre Petit de Murat “La Palabra violada”. Hoy se ha perdido el sentido y significado de la Verdad, de la Palabra que enseña la realidad de las cosas. Toda Palabra ha sido relativizada en la vertiginosidad de la imagen y en el torbellino de una comunicación sin contenidos.

Hay que volver a la Palabra de Dios. Ella sigue constituyendo un horizonte fundamental para la vida del hombre y su historia. El hombre tiene necesidad de Verdad y Dios la comunicó a través de su única Palabra que es Cristo. Volver a la Sagrada Escritura es el camino esencial de identidad.

Que en estos días de descanso volvamos a retomar la lectura de la Escritura. Que busquemos escuchar y contemplar las palabras de verdad que la Iglesia nos enseña a lo largo de su historia, que podamos buscar las “semillas de verdad” que Dios a dispersado en la cultura universal.

Que podamos superar el mero ruido de la imagen para saber encontrar en el silencio el eco de una voz, Cristo, que sigue hablando al hombre de todos los tiempos.

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