
Desde hace años los loros invaden los pueblos de Pedro Luro e Hilario Ascasubi.

La inquietante realidad de dos pueblos pequeños de Argentina llegó al Washington Post, donde revelaron que sus habitantes sufren del acoso constante de unos visitantes inesperados. Durante meses, los vecinos de Pedro Luro e Hilario Ascasubi lidiaron con el colapso del servicio eléctrico, sanitario y de transporte. Pero ¿quién podría ser capaz de originar semejante caos? Nada menos que una bandada masiva de loros.
Durante el 2024, una bandada de loros barranqueros invadió dos pueblos rurales vecinos de la provincia de Buenos Aires. Lo que parecía una situación inofensiva como la visita de un grupo de pájaros, terminó por alterar completamente la cotidianeidad de los habitantes. A medida que su hábitat se reducía, estos animales no tuvieron otra opción que instalarse en estas pequeñas localidades.
Invasión de loros: el lugar donde deciden posarse, el mayor problema
En el momento en que el sol llegaba a su ocaso, miles de loros de vibrantes plumas verdes, amarillas y rojas llegaban a Pedro Luro e Hilario Ascasubi. Sus chillidos resonaban hasta bien entrada la noche, mientras sus excrementos cubrían calles y parques.
Pero el verdadero desastre, según Ramón Álvarez, director de la radio que sufrió las mayores consecuencias de la invasión, TAXI FM, reside en el lugar donde estas aves eligen posarse: en los cables eléctricos del pueblo. Por todo el 2024, la radio de Álvarez sufrió dos daños de antenas.
“Son miles y miles de pájaros, y no solo están mordiendo los cables, sino que con su enorme peso también están doblando los cables eléctricos”, dijo Álvarez, residente de Pedro Luro a The Washington Post.
Los daños van más allá del cableado
No solo la radio de Álvarez enfrentó gastos inesperados por reparaciones y reemplazo de equipos. Equipos dañados, líneas eléctricas dañadas, cortes de luz constantes y reparaciones costaron a las compañías eléctricas de Pedro Luro e Hilario Ascasubi más de 75 millones de pesos, o aproximadamente 77.000 dólares, según documentos de las mismas.
Sus travesuras también interrumpieron las jornadas laborales y escolares, devastaron campos, provocaron la cancelación de eventos y generaron una creciente preocupación por las enfermedades, especialmente después de que un vecino muy querido falleciera en 2022 a causa de psitacosis, una infección bacteriana transmitida por las aves, según Otero. En Hilario Ascasubi, la capa de excrementos de pájaro que cubría el parque infantil llevó al municipio a talar los árboles.
Desplazados de su hábitat
En los últimos 30 años, las visitas maravillosas de pequeños grupos de estas aves coloridas se convirtió en una "invasión a gran escala", especialmente entre diciembre y abril, los meses de verano en Argentina. “Cuando tienes 10 pájaros es adorable”, dijo. “Pero cuando tienes miles, se convierte en la peor pesadilla de cualquiera”, dijo Otero.
Durante la última década, estos loros se aventuraron más allá de sus hábitats habituales, acercándose a pueblos como Hilario Ascasubi y Pedro Luro, ubicados a unos 200 kilómetros al norte de la colonia de loros más grande del mundo, El Cóndor. Este cambio, según el ingeniero agrónomo Paolo Sánchez, se debe a la doble presión de la expansión urbana y la pérdida de hábitat.
Miles de ejemplares y pocas soluciones
Los pueblos no pudieron realizar un recuento exacto de las aves. Sin embargo, un informe de investigadores de la Universidad Nacional del Sur de Bahía Blanca indicó una población que supera los 70.000 ejemplares. Con base en esto, las autoridades han estimado que podría haber hasta 10 loros por residente.
Desde al menos 2019, el pueblo intentó todos los métodos imaginables para ahuyentar a las aves, dijo Otero. Pero nada parece funcionar. Los municipios no pueden hacer mucho más. Una ley de 2017 amplió las protecciones para el loro barranquero, impidiendo que los funcionarios municipales las maten o implementen medidas más humanitarias, como cebos anticonceptivos orales, sin autorización del gobierno nacional.
“Realmente no sabemos qué hacer”, dijo Otero. “Y no es que queramos volvernos locos y matar a todos los loros, sino que también necesitamos calidad de vida”.








