“Jamás crié 50-50. Y ahora es como cuando viaja. O sea, prácticamente el 100%. Pero con la suerte de que puede verlos un rato un par de veces por semana”, expresó Juana Repetto en una serie de historias en Instagram, donde hizo catarsis sobre la crianza en soledad de sus hijos tras su separación de Sebastián Graviotto. En medio de una mudanza y con múltiples responsabilidades, la actriz e influencer compartió su frustración y agotamiento, evidenciando una realidad que muchas mujeres enfrentan diariamente: la carga mental.
Ese desgaste tiene nombre: carga mental. No se trata solo de hacer, sino de pensar todo el tiempo en lo que hay que hacer. De prever, organizar, anticiparse. De funcionar en un “modo gestión” permanente, incluso mientras se trabaja, se estudia o se intenta descansar.
“La carga mental es una ocupación, una pre-ocupación que te lleva a una sobreexigencia, porque tenés que ocuparte de todo”, define la psicóloga Fernanda Monaco, especialista en género. Y lo que la vuelve más difícil de identificar —y por tanto de redistribuir— es justamente su invisibilidad. No se trata de cocinar, sino de pensar qué cocinar. No es ir al supermercado, sino armar la lista, revisar qué falta, planificar con lo que hay.
La división sexual del trabajo sigue vigente, aunque los discursos hayan avanzado. Históricamente relegadas al ámbito privado, las mujeres han cargado con tareas que el sistema no reconoce como trabajo. Pero lo son. “Las tareas de cuidado son un trabajo. Y es un trabajo no remunerado”, subraya Monaco.
En la práctica, eso se traduce en chats escolares gestionados casi exclusivamente por madres, listas de compras que se arman mentalmente mientras se hace otra cosa, turnos médicos que nadie más recuerda. Según datos de un informe de Avon y Gentedemente (consultora que desarrolla estrategias para entender la mente del consumidor), mientras el 56% de los hombres considera que ambas partes son responsables de recordar estas tareas, el 61% de las mujeres dice que esa responsabilidad recae sobre ellas. Mientras los hombres tienden a creer que las responsabilidades están repartidas equitativamente, la mayoría de las mujeres afirma lo contrario. En Argentina, por ejemplo, el 14% de los varones cree que la carga mental recae siempre o casi siempre sobre ellos. Solo el 1% de las mujeres coincide con esa afirmación.
Incluso cuando las tareas operativas (cocinar, lavar, ayudar con la tarea escolar) parecen compartidas, las decisiones sobre qué hacer, cómo y cuándo, recaen en su mayoría sobre las mujeres. Y ese desequilibrio no es solo injusto, también es agotador. “Aunque el efecto de la carga mental es mental, tiende a impactar en el cuerpo”, advierte Monaco. “Esa poliocupación, esa polirealización de tareas múltiples, deviene en un agotamiento físico y mental”.
Separación
Muchas veces, esta desigualdad se hace más visible después de una separación. Lo que antes se sostenía a medias o se disfrazaba de rutina, queda en evidencia. La mujer continúa a cargo de casi todo; el varón, en muchos casos, pasa a ser “el que ayuda”, si acaso. “Son situaciones que ya venían sucediendo, pero que emergen o se cristalizan a partir de la separación”, explica Monaco.
Incluso cuando se busca alivianar esa carga —por ejemplo, contratando a una niñera—, la responsabilidad no desaparece, solo se traslada. Y casi siempre a otra mujer. “Muchas veces esas tareas se delegan en otras mujeres, en condiciones precarias”, advierte la psicóloga.
El cambio no es fácil porque también hay culpa. La subjetividad femenina, señala Monaco, fue moldeada históricamente para creer que cuidar es un deber ser. Que hacerlo todo sola es sinónimo de ser buena madre, buena pareja, buena mujer. “Entonces, cuando no podemos ejercer ese rol como lo marca el mandato social, aparece la culpa”.
¿Qué se puede hacer, entonces, para compartir esa carga? Lo primero es reconocer que las tareas de cuidado son una responsabilidad compartida. Romper con esa lógica implica dejar de hablar de “ayuda”. Implica valorar, incluso económicamente, las tareas de cuidado. En ese sentido, políticas públicas como la jubilación para amas de casa o la canasta de cuidados elaborada por el INDEC, son pasos importantes hacia una mayor equidad. “Esa política vino a reparar algo”, dice Monaco sobre la posibilidad de que muchas mujeres accedan a una jubilación después de años de trabajo no remunerado en el hogar.
Pero también se trata de romper con los discursos que desvalorizan ese trabajo. “Muchas mujeres, cuando se separan, escuchan de su expareja: ‘vos no trabajaste nunca, nada es tuyo’. Esos discursos calan hondo. Pero hay que empezar a decir: yo trabajé. Hice tareas de cuidado. Eso también tiene valor”.
Nombrar lo que pesa, visibilizar lo que cansa, reconocer lo que vale: esos son algunos de los primeros pasos para cambiar una estructura que todavía se sostiene en la desigualdad. La carga no es invisible. Solo que, hasta ahora, muchas la han llevado en silencio.








