El pasado 8 de mayo, el humo blanco se elevó sobre el Vaticano y el mundo contuvo la respiración: el cardenal Robert Prevost fue elegido como el sucesor del papa Francisco, asumiendo el nombre de León XIV. La elección fue histórica: es el primer papa estadounidense, el primero de la orden de San Agustín y el segundo del continente americano en ocupar el trono de Pedro.
Mientras se revelan detalles sobre su trayectoria, su rol en Perú como misionero, su sorprendente español y hasta su canto durante la primera misa —algo inédito en décadas—, poco se sabía hasta ahora de su niñez en el sur de Chicago.
Un dato curioso, compartido por un excompañero de escuela, hizo eco en los medios por su carga simbólica: a Robert Prevost ya le decían “El Santo” cuando tenía apenas 13 años.
"Nunca lo vi pelear"
En una entrevista con la revista People, John Doughney, hoy maestro jubilado de 69 años y residente en Texas, recordó sus años de primaria junto al flamante pontífice en la St. Mary of the Assumption School. “Cuando piensas en un chico de 13 años del sur de Chicago, normalmente no dirías: ‘amable, compasivo, humilde’. Pero con él sí”, dijo con emoción.
Doughney recordó que, incluso entre adolescentes rebeldes y desafiantes, Robert ya era la “calma en medio de la tormenta”. “Nunca discutía, nunca lo vi pelear. Siempre fue amable. Por eso todos lo llamábamos ‘Holy’, el Santo. Hasta sus propios hermanos lo llamaban así”, relató, insinuando lo que hoy muchos consideran una premonición.
Aquel apodo de la infancia parece haber sido una suerte de anticipo del camino que el joven Robert ya intuía. “No sé si sabía que llegaría a ser papa, pero sí sabía que su destino era la Iglesia. Muy pocos chicos de 13 años tienen esa claridad”, señaló Doughney.
El exmaestro también destacó que Prevost vivía las misas escolares con una devoción que se diferenciaba de la del resto. “Mientras muchos íbamos por obediencia, él lo hacía con verdadera pasión. Era parte de su esencia”, recordó.
Cuando escuchó su nombre como uno de los posibles candidatos al papado, Doughney se sorprendió. Pero al oír la confirmación, no tuvo dudas: “¡Dios mío, fui a la escuela con él!”. La emoción lo desbordó al ver a ese niño tranquilo, de sonrisa amable y apodo profético, convertirse en el nuevo líder de la Iglesia Católica.
“Creo que es la elección perfecta”, concluyó, aún conmovido. Y es que a veces, las historias más grandes empiezan con pequeños gestos… y con un apodo que parecía anunciar el futuro.