El misterio del cónclave: filtraciones, maniobras y el límite del secreto

Aunque el cónclave papal se rige por un estricto secreto, la historia demuestra que, tarde o temprano, los detalles salen a la luz.

El misterio del cónclave: filtraciones, maniobras y el límite del secreto El misterio del cónclave: filtraciones, maniobras y el límite del secreto
07 Mayo 2025

Desde el siglo XIII, cuando los cardenales fueron encerrados bajo llave en un convento de Viterbo durante casi tres años antes de elegir al sucesor de Clemente IV, el proceso del cónclave se blindó contra cualquier tipo de presión externa. La palabra misma —cónclave— proviene del latín cum clave, "con llave", y evoca el aislamiento absoluto que, desde entonces, caracteriza la elección del Papa. Fue el Papa Gregorio X quien, en 1271, estableció este encierro formal en la Constitución Apostólica Ubi Periculum, sentando las bases de un procedimiento donde el secreto no solo es norma, sino dogma.

Durante siglos, las paredes de la Capilla Sixtina y las amenazas de excomunión fueron los guardianes de ese silencio. Con el tiempo, se añadieron sanciones más severas. La actual Constitución Universi Dominici Gregis, promulgada por Juan Pablo II en 1996 y modificada por Benedicto XVI, establece claramente que cualquier intento de violar la confidencialidad del cónclave implica una excomunión automática latae sententiae.

A lo largo de la historia, ese secreto ha sido también campo de batalla entre el poder espiritual y el poder secular. En 1903, por ejemplo, el emperador Francisco José de Austria vetó la candidatura del cardenal Mariano Rampolla a través de un representante en plena Capilla Sixtina. La maniobra fue legal entonces, al amparo del jus exclusivae, pero motivó una respuesta inmediata: apenas fue elegido, el Papa Pío X suprimió el derecho de veto, en un gesto inequívoco para preservar la autonomía de la Iglesia.

Sin embargo, la práctica demostró que ni la amenaza de la excomunión ni el ceremonial hermético son suficientes para contener, por siempre, lo que ocurre entre los frescos de Miguel Ángel. El cónclave de 2013, que eligió al papa Francisco, es el ejemplo más claro: el periodista Gerard O’Connell reconstruyó con precisión las rondas de votación en su libro La elección del Papa Francisco, revelando que el entonces cardenal Jorge Mario Bergoglio recibió 45 votos en la segunda ronda y alcanzó 85 en la quinta, superando la mayoría de dos tercios necesaria.

El misterio del cónclave: filtraciones, maniobras y el límite del secreto

Otras candidaturas, como la del italiano Angelo Scola, el canadiense Marc Ouellet o el estadounidense Sean O’Malley, también habrían tenido protagonismo, según filtraciones citadas en la obra. Y no solo los periodistas: el mismo Papa Francisco contó anécdotas del proceso, como el consejo que recibió del cardenal brasileño Claudio Hummes para elegir el nombre de Francisco, en honor a San Francisco de Asís.

Más revelador aún fue lo que expuso el propio Francisco en el libro El Sucesor, del periodista Javier Martínez Brocal, publicado en 2024. Allí, el Papa relata que durante el cónclave de 2005 —en el que finalmente fue elegido Benedicto XVI— su nombre fue utilizado por un grupo de cardenales como maniobra para bloquear la candidatura del cardenal Joseph Ratzinger. "A mí me usaron", afirmó sin rodeos, explicando que llegó a recibir 40 votos que podrían haber impedido la mayoría de dos tercios a favor de Ratzinger. La intención de quienes impulsaban su nombre no era elegirlo, sino forzar la aparición de un tercer candidato de consenso.

Este fenómeno no es nuevo. Tras la elección de Benedicto XVI, el periodista Lucio Brunelli publicó en la revista Limes un detallado relato del cónclave basado en las notas privadas de un cardenal, confirmando que, aunque las fugas no sean la norma, tampoco son una rareza.

El secreto no se limita a los cardenales

La Constitución Universi Dominici Gregis recuerda que el deber de secreto no se limita a los cardenales electores, sino que también alcanza a los no electores que participan en las congregaciones generales previas. La fórmula en latín —graviter onerata ipsorum conscientia— deja claro que no solo se trata de una norma canónica, sino de una carga moral sobre la conciencia de los implicados.

Aun así, el único con licencia para levantar ese velo sin romper las normas es el propio Papa. Y Francisco ejerció ese derecho con una franqueza inusual, abriendo una ventana a un proceso históricamente blindado. El encargado de documentar formalmente el resultado final, el camarlengo —hoy el cardenal Kevin Farrell—, registra los datos para la historia, pero son estas fisuras humanas las que realmente revelan lo que ocurre puertas adentro.

Así, la pregunta persiste: ¿dura para siempre el secreto del cónclave? En el papel, sí. En la práctica, solo hasta que la conciencia —o la memoria— de un cardenal, o del Papa mismo, decida que ya es hora de contarlo.

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