
Netflix acaba de estrenar la esperada serie protagonizada por Ricardo Darín. El estreno funciona como excusa, como pretexto, para volver sobre una historieta que Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López empezaron a publicar en 1957 y que, de algún modo inexplicable, sigue sin envejecer.
Es curioso —o quizá no tanto— que este regreso ocurra ahora, en este tiempo que parece obsesionado con interrogar sus propios fantasmas. Volver a El Eternauta es volver a un lugar donde la ciencia ficción dejó de ser un escenario distante para volverse, de golpe, asunto íntimo, asunto nuestro.
No voy a hablar aquí de la serie, sino de la historieta. De esa obra que, publicada en entregas hace casi siete décadas, cambió para siempre el mapa de la ciencia ficción argentina. Hasta entonces, el género hablaba de otros mundos, otras ciudades. Oesterheld trajo la catástrofe a Buenos Aires. La nieve mortal caía sobre calles que los lectores conocían, sobre esquinas que habían doblado. Y eso —esa traslación del horror a la vereda de casa— lo cambió todo.
El Eternauta era también otra cosa: un canto al hombre común. Mientras en Estados Unidos los protagonistas volaban, eran dioses en mallas ajustadas, aquí Juan Salvo era apenas eso: un hombre. Un hombre que se animaba. Con familia, con amigos, con dudas. Y cuando Salvo se levantaba contra la invasión, uno podía pensar: tal vez yo también podría.
El héroe colectivo: otra invención de Oesterheld. No uno, sino varios. No un elegido, sino un grupo. Personas comunes, improvisadas en su heroísmo, respondientes ante la tragedia. En esa elección había también política, aunque en 1957 no todos quisieran verlo.
Hoy cuesta explicar —de verdad explicar— por qué El Eternauta sigue en pie, intacto, como si el tiempo no lo hubiera rozado. Algunos dicen que su fuerza está en la metáfora política: la alusión velada a los golpes de Estado, a la represión militar. Puede ser. Pero muchos textos sobre esos temas quedaron olvidados. El Eternauta, no. Persiste. Hay algo más: la humanidad de sus personajes, la argentinidad de los detalles, la intuición de estar ante algo que no se había intentado antes. Un truco de dos magos que, todavía hoy, no sabemos del todo cómo descifrar.
El Eternauta II, escrito ya bajo dictadura, es otra criatura. Buenos Aires ha desaparecido. Juan Salvo no es ya un hombre: es un superhombre, despojado de corazón. La causa ha suplantado a los amigos. La vida, sacrificable. "Es otra historia, otro tiempo, otro Oesterheld —escribió José Pablo Feinmann—. Es el texto de un militante de la clandestinidad, de un hombre que ha vivido hasta los extremos del horror."
Hay quienes prefieren olvidar El Eternauta II. Hay quienes prefieren no mirar demasiado de cerca las metamorfosis del héroe. Pero en tiempos como estos, con una nueva adaptación en pantalla y la historia reimaginándose una vez más, tal vez sea inevitable preguntarse: ¿qué fue, en verdad, lo que se perdió en el camino?