
Caminar y caminar. Es la obligación que se impone en una ciudad como Roma, sobre todo en el casco histórico, ese laberinto de callejuelas que depara una sorpresa en cada esquina. Y para no perder tiempo, nada mejor que llevarse una porción de “pizza al taglio” o comprar un delicioso “panini”. En este último caso es imperdible la visita a All’Antico Vinaio, tal vez la más famosa de las sandwicherías de la ciudad. El problema es que para llegar al mostrador allí hubo que hacer una fila de 30 minutos.
Que se trata de una de las capitales más visitadas lo sabe todo el mundo, pero este fin de semana hasta los propios romanos se sorprendieron por el aumento exponencial de visitantes. Muchos lo atribuyen a la (frustrada) canonización de Carlo Acutis, postergada por la muerte del Papa: son miles los fieles que habían reservado pasajes y hospedaje con antelación, y a los que no les quedó otra opción que viajar. Y se suman los decenas de miles de chicos asistentes al Jubileo de los Adolescentes, que no serán grandes consumidores pero contribuyen al bullicio y a colapsar las calles. Y están los turistas de siempre, claro.
Marea humana
Al menos, la zona del Campidoglio, el Foro Romano, el Coliseo y el Campo de Marte es abierta, parquizada y rodeada por avenidas. La marea humana es incesante, pero cuenta con espacio para circular. Diferente es la situación en el casco histórico, donde por momentos era difícil movilizarse. Cuánta envidia concita Anita Ekberg, quien se bañó en la Fontana di Trevi sin que nadie la molestara en “La dolce vita”. Ayer, para cumplir el clásico ritual de tirar una moneda al agua pidiendo un deseo, hubo que esperar alrededor de una hora. Y no es cuestión de engañar a los guardias: dos jovencitos atravesaron la valla y pensaron que se habían “colado” sin problemas. Cuando los agarraron se les escuchó un acento sospechosamente argentino.
Marguerite Yourcenar narró en “Memorias de Adriano” -usando la primera persona- la vida del más intelectual de los emperadores romanos. Y fue precisamente Adriano el que completó la obra iniciada por Agripa y completó el Panteón, uno de los edificios que mejor se conserva desde aquellos tiempos. Era un templo romano, ahora es una iglesia cristiana, y en la plaza del frente un guitarrista callejero se pasó la tarde tocando temas de Pink Floyd. Mientras, a un lado, el público se admiraba con una exposición de autos antiguos. Visto a la distancia, la figura del hormiguero pintaba perfectamente el cuadro.
Hasta para mirar vidrieras en los exclusivos locales de la Vía Véneto había que esperar turno. También para sacarse una foto en las clásicas escalinatas de Piazza Spagna o para sentarse a tomar una cerveza -siempre Peroni- en el Trástevere (barrio cuyo nombre significa “detrás del Tíber”). ¿Y qué mejor que sacarse una selfie en la Piazza del Popolo, bajo el Obelisco Flaminio que data de la época de los faraones? Claro, muchos ignoran que ese gigantesco espacio, con capacidad para 65.000 personas, era el escenario predilecto para las ejecuciones sumarias en la ciudad. Corrió muchísima sangre por la Piazza del Popolo, sobre todo a manos del temido verdugo Mastro Titta.
Argentinos
Una pareja argentina, Sergio Selime y su novia Luisina, llegados desde Lanús Oeste, contó que habían estado en la iglesia de San Pietro in Víncolo, donde admiraron el Moisés esculpido por Miguel Ángel, y que luego tenían proyectado ir a ver la magnífica fuente de Bernini, que se luce en Piazza Navona. El sábado habían estado en la misa de despedida al Papa. Charlaron brevemente con LA GACETA en pleno almuerzo. Sergio pagó 27 euros por una bruschetta de entrada, un plato de risotto con fruto di mare y una gaseosa. “Más barato que en Cariló”, sentenció.
Si todos los caminos conducen a Roma, hay que considerar que una vez llegados a destino lo que se impone es la paciencia. “Paciencia y cortesía”, como le pedían en El Vaticano al público que pugnaba por entrar a la Basílica de San Pedro y despedir a Francisco. Paciencia para hacer fila en todo momento y en todo lugar. Y cortesía con el prójimo, que está igual de abrumado por semejante trajín. De lo contrario, con mala onda y fastidio nada se puede disfrutar.