
Los argentinos somos brillantes, carismáticos, creativos, ocurrentes, talentosos, versátiles, amorosos y amigueros. Son algunas de las decenas de cualidades que podríamos enumerar para caracterizar a un pueblo tan peculiar y tan injusto consigo mismo -o con los suyos- como el nuestro.
Parte de esa argentinidad es la de la crítica liviana e inmediata, y la de la subestimación del éxito de los nacidos bajo la misma bandera. Además del fútbol (o del pato), el deporte nacional es bajar de un hondazo al que sobresalga. En lo que sea. Ya sea al “Cococho” Jiménez porque vive aquí a la vuelta (como decía Luis Rey respecto del defensor de San Martín para explicar por qué no lo convocaban para la Selección), pasando por Carlos Gardel, Diego Armando Maradona, Lionel Messi o Mercedes Sosa, hasta llegar a Jorge Mario Bergoglio. Siempre prevalece el martillo de juez golpeando desde el atril elevado por sobre la mirada respetuosa hacia las personas que trascienden, aún con sus inevitables y humanos yerros.
El papa Francisco tampoco fue ajeno a esa mirada de entrecasa, mate amargo o café en mano: pulgar arriba o abajo para él, según del lado de la grieta política en la que cada uno se encuentre.
El “Papa peronista”, el “zurdo”, el “amigo de Macri”, el “traidor del pueblo”, todo eso fue el Sumo Pontífice que, nobleza obliga, cuestionó y se reencontró con todos los presidentes, desde Néstor Kirchner a Javier Milei.
Con los K
Después de que el santacruceño ganara las elecciones en 2003, Bergoglio criticó “el exhibicionismo y los anuncios estridentes” del nuevo mandatario. El entonces presidente se negó a acudir a varias de las ceremonias encabezadas por el entonces arzobispo y desde la Conferencia Episcopal se aseguró que no había relaciones entre la Iglesia y el Ejecutivo argentino. “Nuestro Dios es de todos, pero cuidado que el diablo también llega a todos, a los que usamos pantalones y a los que usan sotanas”, le respondió Néstor.
Con la llegada de Cristina Kirchner, lo que parecía que iba a ser un mejor vínculo se vio perjudicado luego de que Bergoglio acusara al Gobierno de alimentar la “crispación social” y afirmara que “desde hace años el país no se hace cargo de la gente”.
Con el kirchnerismo, ya antes y después de su papado, había defenestrado medidas K: salió a favor del campo durante el conflicto por la resolución 125 y luchó en contra de la aprobación del matrimonio igualitario.
Entonces el kirchnerismo y el peronismo K vieron en el líder religioso a un enemigo. Mientras tanto, la centroderecha no justicialista miraba a un centrado e inteligente aliado político.
Un tiempo después, tras el fallecimiento del ex presidente, en 2010, el aún arzobispo contó que Néstor realmente no lo soportaba, pero él igual convocó a una misa y llamó a orar por aquel líder al que una mayoría social había elegido. El gesto fue bien valorado por el mundo K y las relaciones con Cristina mejoraron durante su Presidencia. Incluso se “leyó” que la ex jefa de Estado frenó la despenalización del aborto en el Congreso como un gesto hacia el Sumo Pontífice. Cristina Kirchner se vio siete veces con Francisco, no sólo en el Vaticano, sino también en Brasil, Paraguay y Cuba. Un ejemplo de aquella mejora en las relaciones fue el vínculo personal del papa con Hebe de Bonafini, quien calificaba a Bergoglio como “una basura” e incluso encabezó la toma de la Catedral Metropolitana. Luego se reunieron en El Vaticano y la dirigente admitió que se había equivocado.
Entonces el kirchnerismo y el peronismo K vieron en el líder religioso a un amigo y aliado valioso. La centroderecha no justicialista, a un enemigo.
De la ola amarilla a Alberto
Luego fue el turno de Mauricio Macri en el poder. Empezaron mal desde el día en que asumió la Presidencia y la felicitación de la Santa Sede nunca llegó, cuando antes habían mantenido una buena relación y de hecho el Papa lo había recibido en Roma en dos oportunidades. El primer encuentro entre ambos como Presidente y Papa fue breve y tenso, según las crónicas de aquel febrero de 2016. Fue una suerte de “guerra fría”, con un Francisco criticando la creciente pobreza y un Macri impulsado la despenalización del aborto. No fue una buena relación.
Así fue que para la centroderecha y el macrismo el Papa representó un detractor de ese Gobierno, un “zurdo”. Y para el kirchnerismo, en ese momento el religioso fue su refugio legitimador.
Con Alberto Fernández se llevaron mal desde el inicio, con un tono de confrontación por el impulso a la legalización del aborto y la fuerte crítica del Papa a la situación socioeconómica nacional. Incluso, envió un fuerte mensaje de crítica a la gestión de Alberto en enero del 2023. Responsabilizó al aumento de la pobreza y de la inflación en el país a “la mala administración y malas políticas”.
Así fue como de los dos lados de la grieta, la visión sobre Francisco se congeló, como el mandato penoso y nefasto del ex jefe de Estado.
Insultos y elogios leoninos
Javier Milei fue el último de los líderes políticos de Argentina con el que el Papa intercambió pareceres. Mientras que en campaña el libertario definía al referente católico como “representante del maligno en la Tierra”, “zurdo hijo de puta”, “sorete mal cagado” y “pregonador del comunismo”, durante su mandato supo bajar la efusividad y hasta gozó del récord en duración de la primera reunión en el Vaticano. En ese encuentro Milei lo invitó a visitar el país, se lo vio sonriente y aseveró que el Papa le dijo no estar molesto por los epítetos que el Presidente supo dedicarle. Francisco fue duro con Milei, tras la represión por una marcha de jubilados y por la visión dura y de mercado del jefe de Estado. “Si no hay buenas políticas, políticas racionales y equitativas que afiancen la justicia social para que todos tengan tierra, techo, trabajo, un salario justo y los derechos sociales adecuados, la lógica del descarte material y el descarte humano se va a extender, dejando a su paso violencia y desolación”, supo decir Francisco. Milei respondió diciendo que respetaba y hasta reflexionaba a partir de los dichos del otrora “maligno” jefe religioso.
En todos estos momentos, el “humor social” de simpatía o antipatía, de amor u odio con el Papa se acomodó según el sentimiento prejuicioso y violento que se nos inoculó a los argentinos como vacuna, pero no que previene y cura, sino que enferma y hiere.
Con el archivo en mano, la mirada compasiva que acompaña a la muerte y la reflexión a la distancia, Francisco fue políticamente incorrecto con todos y a la vez el más hábil de los papas de las últimas décadas para no lesionar o impactar de lleno en la dinámica de poder de su país natal.
Católicos, creyentes de distintos cultos y hasta ateos lo identifican en el mundo como aquel que bregó por los pobres, que hizo gala de una calidez “criolla”, que sacudió los secretos cimentados en la Iglesia Católica y que dedicó palabras punzantes para gobernantes y sonrisas de perdón para sus detractores.
Hoy, quizás, sea posible visualizar que Francisco simplemente fue bueno, político, líder mundial. Y argentino.