Marcelo "Pescao" Ricci, un emblema de Los Tarcos y capitán del primer "Naranjazo" de la historia

Marcelo "Pescao" Ricci, un emblema de Los Tarcos y capitán del primer "Naranjazo" de la historia

El legendario octavo de los "rojos" abre su álbum de recuerdos y comparte el lado B de algunos de los momentos más importantes de su trayectoria, esos que le valieron un lugar entre los jugadores de mayor trascendencia en el rugby tucumano.

ARCHIVO. Pescao repasa el álbum de fotos y recortes que fue coleccionando a lo largo de su extensa trayectoria en Los Tarcos y en los Naranjas. ARCHIVO. "Pescao" repasa el álbum de fotos y recortes que fue coleccionando a lo largo de su extensa trayectoria en Los Tarcos y en los Naranjas. Foto: Diego Aráoz (La Gaceta).

Le proponemos el siguiente ejercicio: sin repetir y sin soplar, pruebe nombrar al azar 10 jugadores históricos del rugby tucumano. Los primeros que se le vengan a la cabeza, sin distinción de puestos ni épocas. ¿Listo? Bueno, aunque no existan encuestas ni estadísticas oficiales al respecto, podemos certificar con un porcentaje de acierto cercano al 100% que en esa lista habrá aparecido Marcelo Ricci. El popular "Pescao", apelativo que pareciera enganchado por un anzuelo a su apellido más que su propio nombre de pila. Ni hablar si el ejercicio se circunscribe a jugadores de Los Tarcos: ahí ya estamos hablando del que para la gran mayoría -si no para todos- es el jugador más emblemático de la historia del club. Ricci no es "de" Los Tarcos; Ricci "es" Los Tarcos. Y eso que a pesar de su altura no llegó a tocar el techo de jugar un Mundial con Los Pumas (honor que sí han alcanzado otros "rojos"), pero es que ni le hizo falta: su legado ya era y seguirá siendo enorme por todo lo que fue y lo que hizo como jugador de su club y de los Naranjas. Para magnificar su importancia, basta con entrar a la sede del club de Brígido Terán al 500: son tantas las fotos de planteles y momentos gloriosos de la historia "roja" que el centímetro cuadrado de esas paredes se cotiza altísimo en términos de mérito, y sin embargo Ricci cuenta con un espacio considerable dedicado exclusivamente a su trayectoria. Un privilegio que no es para cualquiera, menos tratándose de uno de los clubes tucumanos más ganadores y que más ha trascendido a nivel nacional. No obstante, Ricci asegura que, más allá del orgullo que le generan estos reconocimientos, no suele darse vuelta a mirar la sombra que su figura proyecta. "Soy consciente de que he trascendido. He tenido la suerte de ser capitán de Los Tarcos, del seleccionado tucumano que ganó su primer título argentino en el 85 y del combinado Provincias Argentinas, pero no pienso tanto en eso. Esto es un deporte de equipo, y yo siempre fui uno más en cada uno de los equipos que integré", remarca.

- Es curioso que, si bien jugaste toda la vida como octavo, tu debut en Primera fue como fullback. O sea, nada que ver.

- Sí, tenía 17 años cuando me tocó debutar en Primera, contra Universitario. Estábamos desarmados, y el viejo "Cacho" (Pablo) Zelarayán, que era el entrenador, me dice: Marcelo, ¿te animás a jugar de fullback?. Le dije que sí, pero la verdad que tenía un cagazo bárbaro. Igual, creo que me la rebusqué bastante bien. Acá tengo una foto en la que estoy tratando de tacklear a mi amigo Franco Veglia. Y digo tratando porque al final hizo el try nomás, ja ja.

Ricci acompaña su relato con la placa en blanco y negro, una de las tantas que atesora en el álbum de fotos y recortes que fue coleccionando a lo largo de su carrera. Entre ellos, infinidad de crónicas y postales dominicales de LA GACETA, que fue recolectando y pegando él mismo. El repaso de ese archivo dispara un manantial de nombres y recuerdos con cada página que da vuelta. Sin embargo, hay una imagen que no está allí sino en una de las paredes de la sede: la de su primer equipo en el club.

- Vos trajiste a varios a Los Tarcos. ¿Quién te trajo a vos?

- Vení, mirá. Esta es la Sexta, que dirigía el maestro Manuel Daneri. Y este flaco orejudo soy yo. Y acá hay un par de chicos, José Moreno y Oscar Pavetti, que vivían cerca de mi casa. Siempre los veía pasar por el frente con una pelota de rugby en la mano. Y José fue el que me trajo al club, en el 65. Son amigos de la infancia con los que al día de hoy todavía me sigo juntando.

- Fuiste el primer rugbista de tu familia entonces

- Sí. A mi viejo no le gustaba, no quería saber nada con que yo jugara. El era médico y creo que tenía miedo de que me golpeara. Por eso nunca me fue a ver jugar. Lo que le gustaba a él eran los caballos de carrera. Era burrero, digamos. Tenía algunos caballos y yo siempre lo acompañaba a darles de comer, pero nunca me gustaron.

- Años más tarde te llamaron al seleccionado tucumano

- Sí, el primer partido lo juego en el 75. Pero después terminé renunciando, muy pelotudamente.

- ¿Por qué?

- Es que, salvo esa vez que tuve que hacer de fullback en el club, yo siempre había jugado de octavo. Y cuando me llamaron al seleccionado, el entrenador "Cacho" (Carlos) Valdez, me hacía jugar de segunda línea. Algunos me metían púa de que cómo me iba a hacer jugar de segunda línea, y yo que era joven, me enojé y renuncié. Después con el tiempo entendí. El 8 en ese momento era el "Gordo" (Jorge) Ghiringhelli, que era figura, un tremendo jugador. Después me tocó ser figura a mí, y a otros jugadores como Agustín Macome y Sergio Bunader les tocó jugar de segunda línea. Pero bueno, en ese momento yo no lo había visto de esa manera, je. Igual, hace algunos años, Los Tarcos fue a jugar en cancha de Universitario y yo aproveché para hablar con "Cacho" y aclararle que no tenía ningún problema con él, que mi juventud me había jugado una mala pasada en aquél momento, pero que yo le tenía y le sigo teniendo un gran afecto. De hecho me tocó ser entrenador de uno de sus hijos, el "Gato" (Esteban) Valdez, cuando entrenábamos los juveniles del seleccionado con el "Gallo" (Héctor) Cabrera.

Ricci regresó al seleccionado en 1978, ya de la mano del entrenador Orlando "Piquillo" Guzmán. Entre sus piezas de colección está la carta en la que le fue comunicada la convocatoria. Y es que así de formal era la cosa en aquellos tiempos donde no había Whatsapp ni redes sociales. "En nombre del consejo directivo de la URT, tenemos el agrado de dirigirnos a usted comunicándole su preselección como integrante del seleccionado representativo de mayores de esta Unión. A tal respecto, citarlo a una reunión a realizarse el 13 del corriente a las 18.30 en la sede de Soldati 888, con la certeza de que sabrá valorar en su justa medida el honor y la responsabilidad que esta designación implica, descontando su valiosa colaboración en todo lo atinente a este significativo empeño deportivo", comunicaba la misiva.

- Ahí ya comenzaba a gestarse el proceso que estallaría ya en la década del 80

- Sí, hubo un camino. Primero, los equipos tucumanos comenzaron a hacer giras al exterior. Lawn Tennis iba mucho al Caribe, por ejemplo. A mí me invitaron a participar de una gira de Universitario por Sudáfrica, en el 81. Fue una experiencia tremenda. Todos los segundas y terceras líneas eran gigantes, de dos metros para arriba. Una raza impresionante, fortaleza pura. Daban miedo, realmente. Y eso que no hemos jugado contra equipos de primer nivel, sino de segundo. Eso sí, cuando ganamos el primer partido, nos pegamos tremenda borrachera. Me hice muchos amigos de "Uni" en esa gira. También me invitaron a una gira de Lince por Brasil. Ganamos todos los partidos y por tras de eso les dieron el predio de la Silvano Bores. No sé cómo hicieron para subsistir tanto tiempo sin tener una sede. Hace unos años me hicieron socio vitalicio del club por haber participado de esa gira y colaborado con eso. También me dieron ese honor en Bajo Hondo.

RINCÓN DE HONOR. La sede de Los Tarcos le dedica un espacio exclusivo a la carrera de Marcelo RINCÓN DE HONOR. La sede de Los Tarcos le dedica un espacio exclusivo a la carrera de Marcelo Foto: Diego Aráoz (La Gaceta).

- A partir de los 80, empieza a ser más protagonista Tucumán en el Argentino

- En ese proceso, nos sirvió mucho el torneo Centro de la República. Córdoba era un poquito más que nosotros, y Mendoza y Rosario eran dos uniones muy fuertes del interior. Aprendimos mucho de ellos a través de la competencia. Fuimos mejorando, empezamos a ganar el Centro de la República, y con esa experiencia empezamos a ganarles a todos también en el Campeonato Argentino. Nos faltaba Buenos Aires, que eran básicamente Los Pumas. Y en el 84, perdemos contra ellos por un exceso de respeto nomás.

- Y llegó la explosión del 85, ya con vos como capitán

- Me tocó reemplazar como capitán a un gran amigo, el "Gallo" Cabrera, él llegó hasta el 84 nomás. Y bueno, lo del 85 fue una locura tremenda. ¿Sabés qué pasa? Cuando nosotros empezamos a jugar, lo de ser campeones argentinos era una fantasía. Estabamos muy lejos de poder aspirar a eso. Pero después empezaron a venir entrenadores que nos cambiaron la cabeza. Para mí, el gran responsable de eso es el "Loco" (Alejandro) Petra. Es la cabeza de todo. Él nos hace jugar un poco más cerrado de lo que jugábamos antes. A él se acoplaron otros dos grandes entrenadores, como "Cacho" (Luis) Castillo y Manuel Galindo. Y después pasaron otros que también hicieron un gran trabajo, como el "Mono" (Nicolás) Rizzo, el "Mocho" (Gabriel) Palou y el "Pavo" (Juan Carlos) López. Si hay una imagen que recuerdo siempre de ese primer campeonato argentino es el abrazo entre Petra y Lisandro Carrizo. Fue un momento muy emotivo. Lisandro era más que el presidente de la Unión, era un amigo muy querido por todos.

- Curiosamente, tu despedida contra los maoríes neozelandeses en el 88 terminó siendo casi una batalla campal y vos saliste con un ojo morado

- Fue cualquier cosa menos un partido de rugby. Y el ojo morado no me lo dejó un rival, sino un compañero. Pasa que lo habían corrido a Bunader y yo tuve que pasar de segunda línea, detrás de Julio Coria. Y en un scrum que se levanta, le tiran un piña a Julio, él se hace para atrás y me pega a mí en el pómulo.

- ¿Por qué decidiste despedirte ese día?

- Ya tenía 34 años y consideraba que la misión estaba cumplida. Había buenas opciones en mi puesto. Macome y Bunader ya venían golpeando la puerta. Me decían: Pelao, hasta cuándo, ja ja.

- ¿Cuál fue el entrenador que más te enseñó?

- Hubo varios. Empezando por el "Pibe" Daneri, que me generó el sentido de pertenencia. También recuerdo a "Tony" Viola, un maestro de las destrezas individuales, y a "Cacho" Zelarayán, que predicaba con el ejemplo. Si había que cortar el pasto, él iba adelante y nosotros por atrás. Eso fue fundamental para desarrollar el amor hacia el club. Después ya vinieron otros como Petra, el "Pavo" López y el "Mono" Rizzo, entre muchos otros. Rizzo nos mataba, salíamos muertos, pero me dejó una gran enseñanza: me hacía formar de segunda línea a veces para que sintiera el esfuerzo que hacían los compañeros que formaban delante mío y así decidiera bien cuando tuviera la pelota en los pies al salir del scrum.

- ¿Te quedó alguna cuenta pendiente?

- No. Deportivamente hice de todo. Y tengo una cantidad impresionante de amigos, del club y del seleccionado tucumano. Sí te puedo decir que cuando me retiré hice una autocrítica: sé que si me hubiese entrenado de otra manera, como hacían los Buabse o Pablo Garretón, hubiese llegado más lejos.

- Así y todo llegaste a vestir la camiseta de Los Pumas

- Sí, pero eso fue más bien un premio a mi trayectoria. Fue idea del Ruso Sanz. En el 87, después del primer Mundial, me llamaron para jugar un amistoso contra España en Mar del Plata. Me di el gusto de jugar en la tercera línea con dos grandes jugadores, como Jorge Allen y Pablo Garretón, que es un amigo. Después Petra me quiso llevar a jugar contra Australia. Pero le dije que no, que ya estaba repleto, que eso había sido un broche de oro para mí.

- ¿Nunca te arrepentiste de haber dicho que no?

- Nunca. Ya me había dado el gusto de jugar con Hugo Porta, Diego Cash, Marcelo Loffreda y otros grandes. Yo ya estaba de vuelta a esa altura y eso era más que suficiente para mí.

- ¿Tuviste que renunciar a muchas cosas por el rugby?

- Sí, pero mi familia siempre me apoyó. Mi mujer me bancó siempre, en todos los viajes. Me perdí de algunas cosas, pero no cambiaría nada. Le di mucho al rugby y el rugby me dio todo. Me dio trabajo y me dio muchísimos amigos en todos los clubes.

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