PASO DE SAN FRANCISCO, Catamarca.- A 4.700 metros de altura, sólo la ruta nacional 60 interfiere en el paisaje cordillerano. Parece una alfombra azul, delgada e impecable. Aunque fue terminada en 1999, da la impresión que fue habilitada hace pocas semanas. Esto se debe a que diariamente sólo la recorren entre tres y cuatro vehículos (en invierno hay días en que nadie circula), en el afán por atravesar el Paso de San Francisco, punto de conexión entre Catamarca y la chilena III Región de Atacama (Chile se divide en doce regiones y un área metropolitana). Este circuito, aún poco desarrollado, en el futuro puede ser una alternativa turística y comercial para el NOA. Entre Tucumán y el paso hay una distancia de 765 kilómetros, y deben recorrerse otros 340 kilómetros para llegar al puerto más cercano ubicado sobre el Océano Pacífico (Barquito). El mar no sólo ofrece una salida para la producción -fundamentalmente la orientada hacia los países asiáticos- sino también recreación y playas. Pero, como dicen los chilenos, para que esto sea posible, los tucumanos deben dejar de mirar exclusivamente hacia el Atlántico y volver sus ojos hacia la Cordillera de los Andes.
La historia del paso se remonta a los tiempos de la conquista española. No obstante, los catamarqueños están convencidos de que, durante el siglo XX, el más entusiasta impulsor fue el ex gobernador radical Arnoldo Castillo. Este solía decir que el futuro estaba escondido detrás de la Cordillera. Pero los innumerables conflictos con Chile, en particular durante las últimas dictaduras militares que padecieron ambos países, fueron demorando la materialización de aquella corazonada. En los años 90, los gobiernos democráticos de ambos lados de la cordillera se dedicaron a solucionar los diferendos que mantenían en una treintena de puntos limítrofes. Aprovechando este cambio, Catamarca decidió pavimentar los 200 kilómetros que separan la localidad de Fiambalá del paso, para lo que desembolsó $ 40 millones, que, aunque con demoras, ya le fueron reembolsados por la Nación. Hoy sólo hay un pequeño tramo de 5 kilómetros, en la zona conocida como Las Angosturas, que quedó sin asfalto. Los chilenos devolvieron atenciones. En 1994 inauguraron el sólido Complejo Fronterizo Maricunga que, por el escaso tránsito, es prácticamente una aduana virtual.
El problema radica en que entre el paso y el complejo chileno hay 100 kilómetros que no están pavimentados. A ellos hay que sumar otros 185 kilómetros hasta Copiapó (capital de la III Región). La calzada fue tratada con una solución salina, que es denominada "bichufitas" (ver foto de la izquierda). Los vehículos, aunque a menor velocidad, pueden circular sin problemas. El problema es cuando nieva (sucede con frecuencia). No obstante, el personal de Vialidad del vecino país cuenta con unidades móviles que recorren constantemente la zona para asegurar que el paso esté transitable todo el año.
Durante años, ambos países estuvieron inmersos en una discusión de sordos. La Argentina esgrimía que la gente no circulaba por el paso porque no estaba completamente pavimentado. Chile contestaba (aún lo hace) que desembolsará los $ 70 millones (esto demandaría la obra hasta Copiapó) cuando el flujo así lo exija. Probablemente, entre 2006 y 2010 habrá avances. Los chilenos ahora están interesados en importar productos argentinos, como la soja, y en impulsar el turismo a ambos lados de la Cordillera. Una buena oportunidad para mirar al Pacífico y para que el paso no sufra la paradoja de llamar así, pese a que muy pocas personas lo atraviesen a diario.