“Vivimos en la corrupción total”, afirma un cronista ruso

El 25 de octubre de 1917 del calendario juliano sucedió la gran revolución del siglo XX. LA GACETA repasa este hito mediante una serie de publicaciones elaboradas donde ocurrieron los hechos. En la edición de ayer, “Colores y formas soviéticos: la estética de la nostalgia”. Mañana: la Casa del Malecón, símbolo de las purgas estalinistas

ENTENDER EL FENÓMENO DE STALIN. El periodista ruso Dolin en una cafetería de Moscú, en julio pasado. la gaceta / foto de irene benito ENTENDER EL FENÓMENO DE STALIN. El periodista ruso Dolin en una cafetería de Moscú, en julio pasado. la gaceta / foto de irene benito

Un aguacero acecha en Moscú, como aparentemente sucede en esta ciudad cada día del verano. En esas circunstancias ocurre el encuentro no programado con el periodista ruso Vladimir Dolin: no importa tanto cómo el destino hizo su tarea para que llegara a la mesa de café, como la generosidad y paciencia con la que, solícito, se entrega a la tarea de analizar la realidad de su país, 100 años después de la Revolución Bolchevique. Con el auxilio de una traductora amiga, el colega enlaza las ideas que explican el fenómeno de la vigencia del dictador Iósif Stalin, la figura más popular según los sondeos de opinión recientes, y, en medio de ello, enuncia naturalmente: “vivimos en la corrupción total”.

En ruso, la palabra suena más fuerte que en español. “Korruptsiya”, dice con “k” cerrada y una erre prolongada. Pero Dolin, un cronista en sus 60 con experiencia larga en la prensa moscovita, no se refiere a la corrupción grande, de los miles de millones de rublos, sino a la pequeña y cotidiana. “Es parte de nuestra vida. Si un policía o un inspector te paran es para que le des dinero: sólo un idiota como yo va a pagar la multa”, informa y sonríe cuando se menciona a sí mismo. “El que cumple la ley se siente un tonto. La corrupción está tan adherida al sistema, que ya no se distingue de él”, añade.

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Teóricamente gratis

La manera más fácil de comprender cómo funciona la corrupción sistémica es mirar hacia la salud pública. “Los médicos perciben salarios tan bajos, que deben corromperse para obtener un ingreso normal. Y nadie puede escapar de esta circunstancia: la corrupción está tan incorporada, que el que la rechaza debe irse o será expulsado porque su resistencia afecta los sueldos corrientes o medios de los demás profesionales”, ilustra.

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Sucede que como el salario oficial no basta, hay que salir a buscar uno paralelo (en Argentina sería una especie de “sueldo blue”). “La retribución mensual básica de un médico no llega a los 15.000 rublos ($ 4.532). La mitad de esta suma alcanza para cubrir los gastos de expensas de un departamento estándar. ¿Cómo va a sobrevivir ese médico sin corromperse?”, interroga Dolin, que hizo periodismo en Radio Free Europe/Radio Liberty, un servicio de noticias multiplataforma que se precia de mantener una línea editorial independiente. También corresponsal para agencias y medios extranjeros, Dolin advierte que los trabajadores de todos los sectores, en mayor o menor medida, se ven obligados a practicar alguna forma de corrupción para llegar a fin de mes.

“¿Qué hacen los médicos? Primero, acumulan dos o tres trabajos, cuando se supone que el primero debería ser exclusivo, y, segundo, cobran por brindar los servicios que deberían ser gratuitos. La gente paga por lo que está incluido. En teoría, la salud es gratuita en Rusia, pero hay que dar propinas. Y los que no pueden afrontar este costo adicional, reciben un servicio de menor categoría. Sin dinero, es más difícil curarse”, precisa Dolin.

Libertad condicional

La corrupción está entre las causas variadas que explican el resurgimiento del totalitarista Stalin, que dirigió la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) hasta su fallecimiento en 1953. “La gente cree que esto no pasaba durante el estalinismo. O que la corrupción que había era combatida por Stalin, cosa que no sucede ahora”, manifiesta el periodista, que, en su época de estudiante de Historia, cuando la URSS aún existía, vio más rechazo al dictador que en los claustros universitarios del presente. “Los partidarios de Stalin no piensan que la represión que este ejecutó era masiva o generalizada: creen que el terror no los hubiese alcanzado a ellos, o que aquel solamente castigaba a los bandidos y corruptos”, analiza.

Para sus defensores, Stalin luchó en el frente externo grande y ganó la Segunda Guerra Mundial, y, en el frente interno, combatió la corrupción. “La recuperación de su imagen obedece a una memoria selectiva, a recordar que aquel era un país que estaba en la vanguardia del planeta; que construía el socialismo y que había vencido al nazismo. Parte de la sociedad rusa siente que ha perdido esa grandeza. No le importa que en aquel momento no pudiese elegir a sus gobernantes”, medita.

Dolin vuelve a reírse cuando comenta que la libertad no cuenta tanto en Rusia. “Esta es la diferencia principal entre rusos y ucranianos: para ellos, el derecho a elegir es importante, aunque lo ejerzan mal. Pero aquí la igualdad no ha funcionado y tampoco la mayoría de las libertades. Aún así, Rusia hoy es más libre que lo que fue en el resto de su historia con la excepción del período de la Perestroika (o ‘Reestructuración’ de los 90) y de la presidencia de Boris Yeltsin”, matiza. Es más libre en comparación consigo misma: Dolin enumera que todavía se puede viajar al exterior; comprar cualquier libro; ver cualquier película o decir cualquier cosa en las redes sociales, aunque las restricciones vayan en aumento. “Esto es más que lo que había en la URSS: el espacio personal aumentó”, sugiere el periodista. Y de inmediato observa que este margen de autonomía parece llevar implícito una amenaza: “si tocas las estructuras de poder, te va a doler”.

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