El "Decano" sufrió, ganó y gozó en la Copa Argentina

Atlético se vengó de Independiente en un partido en el que arrancó dormido y terminó con todo. Los goles.

FELICIDAD. Aliendro sale corriendo a festejar su gol, el que le dio la clasificación a Atlético. Affonso lo persigue para sumarse. FELICIDAD. Aliendro sale corriendo a festejar su gol, el que le dio la clasificación a Atlético. Affonso lo persigue para sumarse.

Si la venganza es un plato que realmente se come frío, Atlético fue tan paciente para disfrutar la suya que se tomó una semana enterita para resolver y enterrar viejas rencillas con el que le había arrancado el sueño de continuar en la Sudamericana: Independiente. Pero no fue tan así como suena la cabeza de este relato. No. Hubo que sufrir (demasiado, para variar), caminar por el infierno de la desorientación y recién encontrar ese aire fresco llamado libertad.

Porque Atlético, este Atlético preparado con mayoría de suplentes, pareció al principio ser una pieza extraviada del rompecabezas de la posible victoria. Le era difícil dañar al “Rojo” si lo único que hacía era rifar el balón y dar demasiadas licencias en la zona donde le cuesta horrores sentirse bien, en la defensa. Y otra vez, como si se tratase de un testarudo que no se cansa de tropezar con la misma piedra, Atlético durmió en una jugada simple y quirúrgica.

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Flojo en sus matemáticas, Yonathan Cabral creyó dejar fuera de juego a Leandro Fernández, pero en vez de eso le dio una luz de ventaja para que su carrera, por el carril derecho, termine con un centro bajo y preciso para que Maximiliano Meza le entierre la ganas a Cristian Lucchetti de hallar una manera para rechazar su bombazo. Gol, 1-0 para Independiente, producto de otro descuido.

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Y si de descuidos se trata, el que intentó dormir a los laterales de Avellaneda fue Jonás Romero. El juvenil de Atlético fue un cable a tierra, el atrevimiento que al menos inspiró al equipo a cambiar la hoja de ruta para el comienzo de la segunda parte. Porque si el “Decano” seguía como al inicio, era un hecho que el acto dos iba a formar parte de una escenografía hecha para la película del “Rojo”.

Y llegó el cambio. Nació otro Atlético, uno intrépido embebido en la convicción de que un gol abajo no significa derrota digna, y que si las partes se encuentran, asimismo el conjunto podía volver a ser un “todo”.

El todoterreno “decano” fue capaz de perforar por afuera, de frenar a los mediocampistas enemigos antes del arco de Lucchetti y de perforar a voluntad cuando un metro de más ganaban sus lanceros. Atlético mejoró. Mejoró en rendimiento. En ganas. Y llegó al empate, el merecido empate que no fue cosa así no más porque estando solos los mismos “decanos” no supieron si patear o no al arco. Gonzalo Freitas, en segunda instancia, tomó la posta. Y la guardó donde más gusta, arriba: 1-1.



A partir de que el partido ya no tenía un dueño exclusivo en el marcador, Independiente fue perdiendo las formas y Atlético ganándolas. Siendo torpe, incluso, su zaga se abroqueló tanto que los errores pasados se convirtieron en pequeños suspiros. Todos mordieron, todos metieron. Y todos jugaron, más cuando en cancha ya estaban Luis Rodríguez, David Barbona y Rodrigo Aliendro, el dueño del medio campo de Atlético, al que se le pedía adelantarse unos metros más en el mapa. Aliendro lo hizo. Aliendro gritó el 2-1. Merecido, por cierto. Merecido desde el punto de vista táctico, pero sobre todo emocional. Nunca tiró la toalla el “Decano”.



Por eso, y sufriendo como es parte de su vida, aguantó lo que se ganó solito en el campo: el pase a los octavos de final de la Copa. Y, claro, a olvidar que hace ocho días atrás, Independiente le quitó el sueño sudamericano a una “Generación Americana” que se las viene ingeniando para hacerse de su propio camino en la historia grande de Atlético.

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