Codo a codo, chicos de los countries y de las villas luchan contra las adicciones

Codo a codo, chicos de los countries y de las villas luchan contra las adicciones

Marcelo Durango -vicario de la parroquia del Valle- advierte: “en esta ciudad, la venta de droga está liberada”. Romina Roda -coordinadora de un grupo de recuperación- dice que hay suicidios de adolescentes en San José y que las drogas hacen estragos en los barrios pobres. Historias de salvación y de desesperación, contadas por sus protagonistas.

UNA LUZ EN MEDIO DEL DOLOR. Las reuniones se realizan cada martes, por la noche, en el colegio El Salvador o en la parroquia del Valle. LA GACETA / FOTOS DE DIEGO ARÁOZ.- UNA LUZ EN MEDIO DEL DOLOR. Las reuniones se realizan cada martes, por la noche, en el colegio El Salvador o en la parroquia del Valle. LA GACETA / FOTOS DE DIEGO ARÁOZ.-

- Me llamo Iván, tengo 21 años y me voy a Santa Fe. Dicen que ahí me voy a curar. Tengo una adicción que me trae mal. Se llama cocaína. No duermo de noche. Estoy en la cama y veo espantos. Ando siempre desvelado. Tenía 13 años cuando empecé; de travieso, nomás. Me drogaba a escondidas. En mi barrio todos se drogan. Por eso quiero irme. Vivo cerca de la plaza Vieja. Ahí el pendejerío anda haciendo macanas. Les roban a los que pasan para drogarse. Hoy traje a mi mamá al grupo. La hago renegar. Ella no me daba importancia, hasta que le dije que viajo. El patrón no quiere que me vaya, pero le contesté que debo cambiar.

- Soy Inés, la mamá de Iván. Ivancito es bueno y trabajador, pero empezó a consumir. Nunca me había dicho que venía a estos lugares. Sólo me contó, de un día para el otro, que había tomado la decisión de internarse. Por eso estoy acá. No puedo hablar porque me largo a llorar.

- Hablá tranquila. Llorá tranquila. Somos especialistas en repartir pañuelos -le dice Romina Roda, la coordinadora del grupo Esperanza Viva. Luego le cuenta que Iván es un fogonazo entre ellos, que ha encendido la esperanza y que -supone- contagiará a los demás. “Es el primer chango del grupo que va a internarse”, explica.

Es martes, por la noche. Las confesiones se suceden en un salón de la iglesia Nuestra Señora del Valle, frente a la plaza principal de Marcos Paz, en el casco histórico de la ciudad de Yerba Buena. En el lugar hay otros Iván, que se llaman Jonás, Isaías o Matías. También hay otras Inés, que se llaman Karina, Rubén o Victoria. La sumatoria de todos da unas 70 personas. “En esta habitación se sientan, codo a codo, los chicos de los countries y los de las villas”, añade Romina. No obstante, aclara que las drogas hacen estragos -principalmente- en los barrios pobres. En la localidad de San José -por ejemplo- los suicidios de adolescentes se han vuelto corrientes. “Los chicos no pueden controlar su dolor y acaban matándose”, razona. La ruta de la droga podría marcarse con esos globitos de Google Maps, además, en las cercanías del Camino de Sirga, de La Hoya, de la Plaza Vieja, de las vías Norte y Sur y de los barrios Colonia Castillo y Alejandro Heredia, entre otros. Para peor, ella considera que el Estado no ha dimensionado el problema. Y, por consiguiente, no ofrece respuestas.

Nada nuevo, en una provincia en la que sus gobernantes prometen, desde hace dos años, que van a construir un centro de tratamiento para adictos. Mientras, las bandadas de jovencitos muertos en vida se reproducen en lotes baldíos, plazas y callejuelas de todas las latitudes. En uno de los últimos informes de la Sedronar (Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y Lucha contra el Narcotráfico), Tucumán figuraba entre las provincias con menos capacidad de atención.

- Soy Esteban. Vengo porque mi sobrino está consumiendo.

- Me llamo Norma. Estoy aquí por mi nieta.

- Mi nombre es Karina y soy la mamá de Elías. Él tiene 17 años; es adicto. Ha pasado por varios tratamientos. Nada le ha dado resultado.

- Hola, soy Victoria. Siento vergüenza de contar esto: la otra vez, Matías llegó desnudo. Sin ropa y sin zapatillas. Había vendido todo para drogarse.

- Soy Rubén. La primera vez que llegué, estaba igual que ustedes: desesperado. Usé muchos de esos pañuelitos. Lloraba, martes tras martes. Hasta que, un día, en vez de llorar y de renegar, empecé a dar amor. No sé si mi hijo volverá a drogarse. Pero si lo hace, tendrá las herramientas para salir adelante. Hoy su familia lo contiene.

Las personas han dispuesto sus sillas a modo de ronda. En el centro, la coordinadora ha colocado una imagen de la Virgen María con el niño Jesús en sus brazos. También ha puesto tres cajas de pañuelos de papel. Para cuando acabe el encuentro -en unas dos horas- los envoltorios habrán sido saqueados. Dice el padre Marcelo Durango -vicario de la parroquia- que el consumo ha crecido en Yerba Buena (al igual que en otras partes). Pero lo que más lo inquieta es la comercialización. Apenas unos años atrás, aquí no se conseguían drogas. “Los chicos iban a otras ciudades a comprarlas. Ahora, las obtienen en sus zonas. En este municipio, la venta se encuentra liberada”, denuncia. Y el panorama empeora -prosigue- porque ni la Justicia ni la Policía intervienen para combatir a los narcos.

Para completar el cuadro, el sacerdote considera que las adicciones desnudan una problemática social compleja, que podría sintetizarse en cuatro aristas: el delito que no se combate; la vulnerabilidad de los adolescentes, ante la falta de oportunidades; las crisis en las familias y la fragmentación social.

- Me llamo Jonás, tengo 27 años y empecé a drogarme a los 12 años. Estuve internado en una fazenda. Cuando llegué, no sabía ni qué era. Me recibieron otros chicos. Y empecé a caminar, a cambiar. Ahí no hay pastillas. Tampoco, psicólogos. Uno aprende a salvarse con el trabajo, con la convivencia y con la espiritualidad. Es difícil estar en ese lugar; estar sin drogarse. Un montón de veces querés irte. Pero los demás pibes te bancan. Y de golpe, se te ordena la vida. Te levantás temprano. Rezás un rosario. Y después te sentís mejor. Aprendés a alegrarte con un partido de fútbol o con una comida.

El grupo Esperanza Viva está ligado a la Fazenda de la Esperanza, una asociación de fieles reconocida por la iglesia católica. Sus voluntarios han asumido la cruzada de recuperar a los jóvenes de las adicciones. Las fazendas surgieron en Brasil, y se extendieron a unos 10 países. El tratamiento consiste en un retiro a esas casas de campo, que puede durar unos meses. Allí, los coordinadores procuran que los muchachos le encuentren el sentido a sus días. Los grupos funcionan como dispositivos de contención, escucha y compañía.

Isaías tiene 18 años. Vive en Colonia Castillo, al norte de la ciudad. Empezó a tomar pastillas a los nueve años. ¿Se entiende?

Isaías era un niño.

Como cada vez necesitaba más, salió a robar. Primero, le quitaba el dinero a su familia. Después, a cualquiera. Cayó preso en el instituto Roca. Una, dos, varias veces. “En mi casa había peleas. No podía aceptarlo, y me drogaba. Estaba perdido. Durante años, no vi la salida. Hasta que me interné. Y cambié. Aprendí a ser fiel en lo poco, para serlo en lo mucho”, cuenta. Después sonríe y se promete a sí mismo que no caerá de nuevo. Aunque su lucha sea de por vida, dice.

La de Isaías ha sido la última confesión. La reunión termina y la gente se pone de pie. Se abrazan, los unos a los otros. Y se despiden con un canto:

“Los hermanos serán bendecidos, porque el Señor ha derramado su amor. Derrama Señor, derrama sobre ellos tu amor. Derrama Señor, derrama sobre ellos tu amor”.​


> Sin respuestas adecuadas desde el Estado

La coordinadora regional de los grupos Esperanza Viva, Romina Roda, dice que esa agrupación constituye la única respuesta, en Yerba Buena, a la problemática de las adicciones. “No hay otras alternativas, ni privadas ni estatales”, afirma.

Ante esto, la Secretaria de Política Social del municipio, Soledad Gettas, explica que cuentan con una oficina para combatir las adicciones, que es dirigida por una psicóloga social, María Laura Campero. “Ahí funciona un centro de escucha. Lo que hacemos es recibir los casos, y derivarlos donde corresponda”, detalla. Esas derivaciones se efectúan al centro asistencial Ramón Carrillo (para las situaciones de asistencia psicólogica o médica de baja complejidad) o a algunas dependencias de la provincia (internación o problemáticas más específicas). No obstante, Gettas se esperanza con la apertura de un centro de día dentro del territorio municipal.

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