Un Quijote montado en bicicleta y con tres títeres como incansables escuderos

Un Quijote montado en bicicleta y con tres títeres como incansables escuderos

Un español recorre Sudamérica con un remolque que se convierte en escenario de marionetas. En su paso por Tucumán, contó anécdotas y aventuras

LA TITIRIBICI. En cada pueblo o ciudad, Pablo regala su espectáculo. LA TITIRIBICI. En cada pueblo o ciudad, Pablo regala su espectáculo.
06 Agosto 2014
Antes que la bicicleta, antes que los títeres, antes que los miles de kilómetros recorridos y los cientos de sucesos superados, antes que cualquier otro dato exótico de la nada reposada vida de Pablo Olías, lo primero que deslumbra es su sonrisa. No es una cuestión estética, sino más bien simbólica: su sonrisa es la manifestación más visible de un perpetuo agradecimiento que parece tener consigo mismo. Gratitud por haberse animado a romper moldes, por haber superado miedos y comodidades, por haber descubierto la fórmula y tenido la picardía de no desaprovecharla. Y entonces, en un automatismo como puede serlo el pestañeo, Olías siempre está sonriendo. No deja de hacerlo cuando enumera los obstáculos -algunos muy peligrosos- que atravesó en su periplo, tampoco cuando recuerda que en pocos meses descubrió y debió abandonar el amor, y ni siquiera cuando admite que, aún entre los paisajes y los grupos más hermosos, el desarraigo es devastador.

En la forma, la historia de este español de 39 años es parecida a la de muchos otros aventureros que se lanzan a explorar el mundo; una especie de Quijote montado en bicicleta (“desde que probé viajar en bici no quiero hacerlo de otra forma”) con la voluntad y el físico ejercitados para ese desafío. Pero en el fondo, el caso tiene sus particularidades. Atado a su vehículo, Olías lleva un remolque capaz de convertirse en escenario, criatura a la que ha denominado La Titiribici. A cada parada, el sevillano representa un espectáculo con tres marionetas construidas por él mismo. Además de protagonistas del guión e incansables compañeros de ruta, esos muñecos han sido los financistas del viaje: con solo un mes y medio de hacer el show en Suiza, el titiritero ha reunido el dinero suficiente para sustentarse más de dos años de viaje por Sudamérica. “Suiza es un país muy pudiente y la gente valora mucho lo que está trabajado. Y no está bien que lo diga yo, pero mi espectáculo es bueno: son muchos años de experiencia y yo soy un perfeccionista”, explica.

En Latinoamérica, sin embargo, Olías no cobra las funciones. “Cuando viajas, recibes y recibes, todo el mundo te quiere ayudar; más aún con la bicicleta, porque te ven vulnerable y cansado. Y tú vas de manos vacías, les das una buena conversación y poco más. Por eso, en este recorrido he puesto en práctica una idea que tenía desde hace tiempo, que es regalar el espectáculo. Y es una fórmula maravillosa, ¡maravillosa! -se entusiasma-. Nunca más viajaría cobrando porque esto me acerca a la gente”.

La intención de Pablo es acercar su show a sectores de bajos recursos. “Mi público favorito es el más humilde, porque sus reacciones son las que más disfruto. Pero esa es un idea un poco esnobista, ¿no? ¡Salgo a hacer un espectáculo para los pobres! (imposta la voz) Y al final, si no tengo oportunidad de eso, lo hago para los ricos. Al fin y al cabo, son niños e igual les va a gustar. Tienen el mismo derecho”.

“Saludos a los monos”

Cada pueblo y ciudad recorridos son, para Olías, una madeja de anécdotas, emociones y experiencias intensas. No olvidará nunca los ojos “redondos como platos” de los niños bolivianos al conocer sus marionetas, detallará -sin una pizca de vergüenza- los efectos de las cinco diarreas que padeció en Perú y recordará, aún con escalofríos, que en el desierto de Bolivia soportó temperaturas de -30° (adentro de una carpa térmica bien equipada, por supuesto). Pero dentro de ese mapa de vivencias fundamentales, Venezuela ocupa un lugar especial, por dos razones.

De la primera, Olías habla con una euforia inextinguible. “Cuando llegué, tenía muchas ganas de aventura así que decidí dejar los títeres en un hotel y perderme en La Gran Sabana. Es un lugar súper salvaje, así que llevé comida para siete días y pasé horas atravesando la selva en canoas indígenas. En la última canoa me dijeron ‘saludos a los monos’ y me dejaron en un paraje en el que no había ni camino. Empecé a andar hasta que, no sé cómo, llegué a una misión en que las monjas me preguntaban extrañadas ‘¿¡de dónde has salido!?’, porque es un sector al que sólo se accede en avioneta. El lugar estaba lleno de niños y, cuando las religiosas supieron que yo hacía un show con marionetas, me insistieron en que debía llevarlo allí. ‘Vamos a pagar una avioneta para que traigas eso a nuestros chicos, que nunca tienen nada’, dijeron. Así que regresé no solo con los muñecos, sino también con materiales para enseñar a los niños a construir títeres. Los puse a trabajar a todos -la sonrisa de Pablo es otro sol en el invierno tucumano-: estuvimos siete horas diarias durante un mes y cada vez que sonaba el timbre de recreo, ellos gritaban ‘¡no, no, mejor nos quedamos!’. Creamos una obra fantástica con cosas del lugar, palos o frutos secos, y unas marionetas que parecían profesionales. Al volver a Santa Elena de Uairén, convencí a los políticos para que un avión del Ejército recogiera a esos niños y se los llevara un fin de semana a esa ciudad, donde dieron el espectáculo ante muchísimas personas. ¡Estaban fascinados!”.

La segunda razón tiene nombre de mujer. “No pensaba enamorarme antes de venir porque soy muy vergonzoso con las mujeres, necesito al menos un mes para dar el primer paso. Pero mientras buscaba alojamiento en Mérida, una chica me invitó a quedarme en la residencia de estudiantes en la que vivía. Estuve tres o cuatro días en la habitación vecina... y ya luego me mudé a la de ella -Olías se ríe pícaro-. Nos enamoramos y, cuando tuve que irme, ella decidió acompañarme durante dos días. Esos dos días, finalmente, se convirtieron en seis meses y medio. Debió volverse, pero seguimos hablando muy a menudo. Ha sido una experiencia muy bonita, nos queremos con locura”.

La sonrisa de Pablo se empapa de nostalgia, pero no llega a borrarse. Nunca, nunca se borra.

EL RECORRIDO.- Olías entró hace dos años a Sudamérica por Salvador de Bahía, Brasil, donde estuvo un mes para armar La Titiribici. Recorrió la costa norte de ese país hasta el Amazonas, que bajó en barco, y desde el corazón de la selva brasileña se encaminó hacia Venezuela. Cruzó hasta la costa pacífica y, desde ahí, siguió el curso de la Cordillera atravesando Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Argentina. Desde Tucumán -adonde estuvo hasta la semana pasada- se dirige a la Patagonia, en una ruta zigzagueante que le hará visitar también el sur de Chile. Una vez tocado Ushuaia, desandará el camino hasta Mendoza, Córdoba y Rosario, hasta llegar al destino último, Uruguay. “Ojalá pudiera quedarme en cada lugar el tiempo que quisiera, pero necesito volver a España antes del verano (europeo) para trabajar otra vez en Suiza y reconfortar mi maltrecha economía”, reconoce. Para conocer más, podés entrar a Titiribici.com.

EL ORIGEN DE TODO.- Pablo es arquitecto y durante varios años ejerció su profesión en Sevilla, su ciudad natal. “Todo iba muy bien, pero cuanto más trabajo había, más infeliz me sentía porque no tenía tiempo para nada. Renuncié a mi estudio y monté un taller de maquetas, en el que podía combinar mi capacidad artesanal con mis conocimientos de arquitectura. Y mientras tanto, hacía marionetas, que nunca fue un trabajo y que, poco a poco, ha ido ‘comiéndose’ los oficios que no me gustaban. Así hasta solo a dedicarme a esto. Además, el show me reditúa bastante bien, incluso mejor que la arquitectura y las maquetas”, señala.

El futuro.- ¿Cuál es el próximo desafío? Olías lo piensa bastante. “Me hacen ilusión varias cosas: por un lado, quiero lucirme en el escenario, montar un espectáculo grande. Pero también quisiera formar una familia, quiero ser papá y no hacerme viejito solo. Así que voy a ver adónde me lleva la vida. Si al volver, estoy mucho tiempo y no aparece nadie en mi vida, pues arranco otra vez y me voy a África o Asia”.

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