Desagravio a Lola Mora, un siglo después

Desagravio a Lola Mora, un siglo después

Las estatuas que modeló para el Palacio del Congreso fueron calificadas luego de “mamarrachos” y retiradas. Una afrenta.

UNA COPIA. El monumento que habilitó ayer Cristina Fernández es una réplica del que hizo la escultora tucumana. reuters UNA COPIA. El monumento que habilitó ayer Cristina Fernández es una réplica del que hizo la escultora tucumana. reuters
Luego de más de un siglo de retiradas, regresan al Congreso de la Nación -no en originales de mármol, sino en calcos- algunas de las alegorías que modeló Lola Mora para el Palacio. Es un justo tributo, en este asunto que tiene una historia singular. La hora más gloriosa de la escultora tucumana, comenzó al iniciarse el siglo XX y se prolongaría por poco más de una década.

No se ignora que, luego de sus estudios en Roma con maestros como Francesco Michetti, Constantino Barbella y sobre todo Giulio Monteverde, Lola regresó a la Argentina en triunfo. La Fuente de las Nereidas, para Buenos Aires; la Libertad, el Alberdi y los relieves de la Casa Histórica para Tucumán, fueron los más sonados de un aluvión de encargos. La fama le mostraba su mejor sonrisa.

En 1907, le confiaron las estatuas de los presidentes de las primeras asambleas constituyentes argentinas (Carlos de Alvear, Francisco de Laprida, Facundo Zuviría y Mariano Fragueiro) con destino al flamante edificio del Congreso. El encargo se extendería poco después a la ornamentación general del Palacio.

Así, Lola Mora instaló su taller en el mismo Congreso. Varias fotografías, editadas profusamente en revistas y diarios, la registraron en plena tarea, dando retoques a sus mármoles en ese lugar que se había convertido también, prácticamente, en su vivienda.

Además de las cuatro estatuas referidas, modeló en mármol de Carrara todas las figuras que ornamentarían la fachada del Palacio. Ellas eran: la Libertad, precedida por dos leones, y las que simbolizaban respectivamente El Comercio, La Justicia, El Trabajo y La Paz. Entretanto, recibió el encargo de la estatua de Nicolás Avellaneda para la ciudad bonaerense del mismo nombre, y del gran Monumento a la Bandera Nacional en Rosario, que se le adjudicó en 1909.

Decoró aquellos días del Congreso un paréntesis romántico. El 22 de junio de 1909, Lola Mora, con sus maduros 40 años, se casó con uno de sus ayudantes, Luis Hernández Otero, que contaba 22. La boda fue una equivocación y naufragaría definitivamente hacia 1917.

Empieza la mala hora

La aplaudida inauguración del monumento a Avellaneda (1912) marcó el final de la etapa triunfante de Lola Mora. Después de eso, empezaron a caerle encima todas las desgracias. Su Monumento a la Bandera, envuelto en polémicas, llegó despiezado a Rosario; pero hasta 1923 no se abrieron los cajones que lo contenían. Finalmente, nunca se levantó. Sería adjudicado mucho después a nuevos escultores (José Fioravanti y Alfredo Bigatti) y se inauguró en 1927. Pasaría mucho tiempo, hasta la década de 1990, en que las figuras de Lola Mora, separadas, se colocaron dignamente en lugares donde el público pudiera admirarlas.

No tuvo mejor suerte el monumento a Aristóbulo del Valle. Hubo de inaugurarse en 1906, pero fue tan censurado que resultó imposible realizar la ceremonia. Pocos después, vándalos nunca identificados destrozaron los mármoles.

Los “mamarrachos”

Y, en el Congreso, desde 1912 en adelante, junto con la impugnación a los enormes gastos que había deparado la construcción del Palacio, se inició también un furioso ataque contra los trabajos de Lola Mora allí emplazados. Sus esculturas fueron calificadas de “mamarrachos” por el diputado Delfor del Valle, entre otros. Finalmente, se dispuso retirarlas a todas, sin que nadie se opusiera.

Las alegorías y los leones fueron enviados a Jujuy. En cuanto a los próceres, se los distribuyó en diversas provincias: Laprida pasó a San Juan; Zuviría, a Salta; Alvear, a Corrientes y Fragueiro a Córdoba.

Una larga factura

En “Lola Mora. Una biografía”, libro que publicamos en 1997 con Celia Terán, hemos intentado una explicación sobre el singular caso de Lola Mora, que en diez años pasó de la admiración al repudio. No hay espacio para el detalle, y sólo para una síntesis que allí incluímos.

Dijimos entonces que la escultora “pagó por ser una mujer bella y sola, amiga de políticos que, a la hora de la verdad, ya no tenían poder o preferían olvidarla, y cuyas esposas la desdeñaban en silencio.

Pagó por toda la ponzoña que destilaba una legión de envidiosos de su libertad, de su buena vida y de sus éxitos. Pagó por haberse atrevido a triunfar en Europa primero y en la Argentina después, no siendo más que una oscura provinciana sin parientes importantes”.

Pagó igualmente, “por haber sido la artista mimada de un régimen que perdía vertiginosamente el poder. Pagó por no haber cuidado nunca sus relaciones públicas con la colonia artística porteña, como que ningún escultor, pintor o crítico alzó un dedo para defenderla.

Pagó, últimamente, porque le tocó la desgracia de ser una gran artista argentina, en una Argentina que no estaba capacitada para valorar a sus artistas”.

Mirar hacia adelante

Después, Lola Mora hizo un último viaje a Roma en 1914, para vender su “palazetto” de vía Dogali. En 1918, vino otra bofetada oficial: la Municipalidad de Buenos Aires resolvió trasladar su Fuente de las Nereidas, desde el emplazamiento original en el Paseo Colón, a la Costanera Sur.

La escultora no se amilanó por estas agresiones y miró hacia adelante. Intentó una experiencia, en 1920, con el rudimentario cine de entonces: planeaba el uso de telas de colores para hacer proyecciones diurnas. En 1923 se instaló en Jujuy, donde al año siguiente la nombraron asesora de obras de embellecimiento de esa capital. Pero no se entendió con el Gobierno y al poco andar renunció.

Pasó a Salta, en 1925, entusiasmada con la posibilidad de costear perforaciones para encontrar petróleo. El trajín, que duró unos seis años, se llevó lo que quedaba de su fortuna y de su salud. Hacia 1932 ya estaba en Buenos Aires, seriamente enferma. Las sobrinas la llevaron a vivir a la calle Santa Fe 3026. Allí falleció, el 7 de junio de 1936.

Lola Mora y LA GACETA

Hay que reivindicar para LA GACETA la organización, en 1936, de una exposición artística a beneficio de la escultora enferma y empobrecida. Además, al ocurrir su fallecimiento, el diario publicó una impresionante nota necrológica de tres páginas, puntualmente investigada y con fotografías originales, que sería la base de las biografías posteriores.

Bien hace el Estado Nacional de rescatar las figuras que Lola Mora modeló para el Congreso. Pero pensamos que, para ser completo, el rescate debiera incluir también calcos de las estatuas de Alvear, Laprida, Zuviría y Fragueiro, que se llevaron a otras provincias.

Comentarios