Nadie sehace cargo

Nadie sehace cargo

La última reacción de Grondona desnudó un viejo problema sin solución.

“Conozco a los barras. Cuando asumís, el sistema te obliga a negociar con ellos. Pero no es connivencia, sino supervivencia. Son una mafia y sé que no se pacta con la mafia, pero ellos están en todos lados, en lugares mucho más poderosos que el fútbol. Si querés caminar el club tranquilo, debés sentarte con ellos. Y cuando querés cortar, pasa lo que me ocurrió a mí”. Así de clarito, sin eufemismos, explicó Oscar Ferreyra al diario Olé por qué razón renunció en esta semana como presidente de Los Andes, después de que barras del club balearon su casa de Lomas de Zamora. “Esto es el límite. La renuncia es indeclinable. ¿Qué hago si le pasa algo a mi familia? Me tengo que pegar un tiro”. Imposible decirle que no. Otra vez, sí, ganaron los barras. El viernes fue el turno de Néstro Zenklusen, presidente del club Ben Hur, cuya barra arrojó dos bombas molotov contra su casa en Rafaela. En el medio, una reunión, la enésima, para debatir sobre la violencia en el fútbol. La sede elegida es la Gobernación de la Provincia de Buenos Aires. Asiste, vaya sorpresa, Julio Grondona. Y a la salida, enojado ante las preguntas de los periodistas, el presidente de la AFA (desde 1979) dispara: “Ustedes las conocen mejor que nadie, ustedes son parte”. Un periodista sigue en tono de reproche y Grondona completa el desatino: “Vení que te invito para que vos te hagas cargo”. Minutos antes, Grondona había estado hablando del tema con Chris Whalley, director de Seguridad en los estadios de Inglaterra desde hace más de dos décadas. Por si tenía alguna duda (Whalley ya había estado aquí en 2006), el funcionario inglés comprendió esa tarde claramente que la realidad criolla es bien distinta a la del Reino Unido. “Cada país tiene su propia realidad, es cierto, pero lo que tal vez sí puede ser aplicable en todos los lugares, es advertir lo importante que es identificar a quienes van a la cancha, porque eso deshace el anonimato de la multitud”, me dijo Whalley unos días atrás, en un almuerzo que compartimos con otros periodistas y algunos dirigentes. Entre ellos estaba José Cantero, el presidente de Independiente que afrontó el año pasado acaso la lucha más dura contra los barras, con altas y bajas, especialmente cuando el equipo cayó a la B Nacional y ya no estaba más en el club la jefa de seguridad, Florencia Arietto, una firme convencida de que con las barras no hay nada que negociar. Si en Independiente juega sus influencias Hugo Moyano, en la mayoría de los clubes argentinos hay siempre un actor de poder. Político, sindical o policial. Es un poder que condiciona a cualquier dirigente que quiera tomar distancia de la barra y se decepciona al advertir que los violentos reciben aire desde otro lado. Le recordaron este dato a Whalley, con mención incluída de las Hinchadas Unidas Argentinas que creó en 2010 un dirigente cercano al gobierno para que algunos barras pudieran viajar al último Mundial de Sudáfrica. “En ese contexto –respondió Whalley- no hay solución”.

River, se sabe, planea implementar un sistema que permitirá identificar a cada adquirente de entrada, acaso en línea con el polémico sistema AFA Plus. Bienvenida la tecnología de punta. Pero es más importante la decisión política. Ejemplo: River ya anunció que expulsará de por vida al socio que golpeó arrojándole una madera al jugador de Godoy Cruz, Leandro Grimi. En algunos foros de hinchas quedó claro que la violencia dista de ser patrimonio de los barras. ¿Cómo interpretar, sino, los mensajes de hinchas que decían que “todos hicimos eso alguna vez”, buscando justificar al agresor? O, peor aún, los que decían que el maderazo debería haber apuntado a algún jugador del propio River. También, hay que decirlo, hubo casi una decena de socios que ayudaron al club a identificar al agresor. Y ofrecieron además pruebas de la agresión.

Cantero, a su vez, contó otro dato no menor: habló de un grupo de hinchas que una noche golpearon furiosos su auto a la salida de un partido y que, tras un diálogo más tranquilo, terminaron ayudando a pintar tribunas en el estadio. Son ejemplos acaso aislados, es cierto, pero que pueden marcar una punta para evitar el facilismo de que “no hay solución”.

La comparación con Inglaterra no sirve en muchos puntos. El más claro quedó evidenciado en el almuerzo citado, cuando el propio Cantero se enteró que todos los clubes ingleses son administrados de modo privado, varios de ellos con acciones en la Bolsa, y que pueden definir los precios de las entradas según su propio interés. “Acá tenemos una responsabilidad social”, le dijo a Whalley. Los precios de las entradas en Inglaterra, bueno es decirlo, cuadruplican por ejemplo a los de la Bundesliga. Muchos hooligans quedaron afuera con esos precios. Pero también quedaron afuera muchos otros hinchas que no eran hooligans y para los que hoy es prohibitivo ir a la cancha, como suele contarlo el cineasta Ken Loach, amante del fútbol. “Daño colateral”, se ironizó en el almuerzo. Pero la erradicación de los hooligans en el fútbol inglés tampoco puede reducirse al encarecimiento de los boletos. Sería faltar a la verdad. Los desastres en los estadios del fútbol inglés en los años ‘80 fueron de tal magnitud (96 hinchas de Liverpool murieron asfixiados en Hillsborough en medio de una enorme ineficiencia policial) que la respuesta política fue contundente: el gobierno excluyó a los clubes ingleses de las copas europeas por cinco años, algo hoy impensable. Se construyeron estadios modernos y seguros y, además, se crearon leyes durísimas, que incluyeron la posibilidad de quitarle el pasaporte a hooligans que quisieran acompañar a sus equipos al exterior. “Ni siquiera para los narcotraficantes podemos contar con leyes tan duras”, le admitió un funcionario policial a Whalley. Una política dura, propia también de los duros tiempos de Margaret Thatcher, la famosa “Dama de hierro” que fortaleció su poder tras la Guerra de Malvinas y que desmanteló tejidos sociales y llegó a decir que “no existe lo que se llama sociedad”.

“Thatcher -escribió Andy Lions en The Guardian- odiaba a los hinchas porque odiaba a las clases trabajadoras…criminalizó a hinchas y mineros por igual”. Entre la privatización thatcheriana del fútbol inglés y la propuesta de Grondona al periodista que lo cuestionaba para que él se hiciera cargo de la violencia, seguramente hay caminos por recorrer. Lo saben algunos dirigentes y funcionarios. Pero los héroes aislados no alcanzan. Sigue faltando la decisión mayor.

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