“Más manyado que el tango La Cumparsita”. El desgajamiento kirchnerista que cierra la tercera década de democracia ininterrumpida tiene que ver primero que nada con que el conglomerado social le tomó el tiempo al relato, mientras que sus principales difusores, aun tras lo que dijeron las urnas dos veces, parecen no haberse dado cuenta que ya no emocionan más. Más allá de la situación económica que, como puede, sigue en terapia intermedia y con pronóstico reservado, la última semana fue un claro ejemplo del desconcierto político de un Gobierno que cae y recae en errores de ejecución típicos de principiantes, aderezados con discursos, declaraciones y actitudes que muestran como nunca antes un importante desorden conceptual.
Del otro lado, la degradación promedio de la sociedad que se ha hecho evidente en estos días, ya que una parte que desde hace mucho tiempo se desentendió de ciertos valores de convivencia, estilo que el kirchnerismo supo apadrinar, se manifestó, más allá de la posible coacción y complicidad policial, en barbarie, con los saqueos de comercios y casas que se dieron en muchos lugares del país, inclusive en la salvajada de algunos hinchas de Boca en pleno centro porteño. Visto el problema desde el desgaste del Gobierno, la gota que rebalsó el vaso tuvo que ver con la celebración del 10 de diciembre. El suceso protocolar del recuerdo de los 30 años de democracia ininterrumpida tenía efectivamente gran importancia. No era para dejarlo pasar y el acto de la Casa Rosada bien podía haber sido un hito de unión. La ciudadanía, sobre todo los kirchneristas que militan más con el corazón que con el bolsillo, quería ver además si la Presidenta ya estaba bien y si tanto tiempo pasado en Olivos no la había alejado del comando.
Entonces, sucedió el extemporáneo baile en el escenario de la Plaza, mientras los delincuentes copaban las ciudades y moría una decena de personas a la que ella no hizo siquiera referencia en esa noche que dio vergüenza ajena, omisión que será de aquí en más en la historia un ícono de la subestimación. Para lo que se había logrado salvar del kirchnerismo, incluidos muchos gobernadores e intendentes, se trató de “una falta de respeto” de la Presidenta a la que no les gustaría sumarse. Uno de los jefes comunales kirchneristas del Gran Buenos Aires que con la actitud presidencial “sentí que llegamos a la puerta del cementerio. Ese fue mi límite. Si la señora quiere vivir su vida de aquí a 2015 y ya no quiere involucrarse no me parece mal, pero nosotros tenemos que seguir gobernando”, disparó.
Esa desafortunada reaparición de Cristina no tuvo tanto que ver tanto con sus frívolos acompañantes de escenario ni siquiera con el irónico cacerolazo que le sirvió en bandeja la troupe de musiqueros de ocasión y ni tampoco con ese desdoroso baile, todo fruto de alcahueterías bien pagas, sino con la sensación de autismo que representó para la ciudadanía y para muchos dirigentes del PJ la indiferencia presidencial. La actitud de ignorar las muertes y de reemplazar el luto del país por un festejo de tono personal produjo desencanto hasta en la militancia más convencida y repudio de los muchos ciudadanos que en cada una de las provincias habían pasado demasiadas horas de terror e incertidumbre, muchos de ellos con armas al hombro temiendo por sus familias, sus bienes y sus vidas.
Un video que circuló especialmente en la provincia de Tucumán y que luego se viralizó por la web, de pantalla partida como Cristina no hubiese querido ver, fue un terrible testimonio comparativo al respecto. Música y sangre a la vez, todo un contraste que mostró cómo el Estado se desentendía de la vida y de los bienes de los ciudadanos, en tanto el gobernador José Alperovich resucitaba con plata a la policía brava y en prevención vaciaba su concesionaria de autos.
En tanto, Jorge Capitanich acaba de definir que lo que pasó durante la última semana “no ha ocurrido en 30 años de democracia en la República Argentina”. No es tan así, ya que el Jefe de Gabinete parece no haber tomado en cuenta que, pese a los condimentos especiales de la época, cruzada no sólo por la pérdida de valores que acompaña el actual resbalón institucional, la presente es la tercera gran frustración que padece mucha gente, después de haber salido de la oscuridad de los gobiernos militares. En ese sentido, ni la Presidenta ni el ministro coordinador parece que tampoco, creen que lo que sucedió haya sido la consecuencia de tres décadas de políticas erráticas y de proyectos fundacionales. A lo sumo, Cristina cree linealmente que se trata de una conspiración que tiene que ver que “cuando se amplían derechos hay sectores que se molestan”.
Sin embargo, lo que acaba de volar por el aire ahora es un modelo de extremo voluntarismo populista y de peor ejecución, tal como antes se pulverizaron el período del lirismo alfonsinista que acunó la hiperinflación y el del pragmatismo menemista que Fernando de la Rúa no quiso desarmar, basado en el híper endeudamiento.
Con sus matices, en las tres fases se instaló la creencia mágica que es el Estado dador quien todo lo puede y que si hay plata disponible para la gente los gobiernos se sustentan y por eso la emisión de billetes o de deuda como artífices del facilismo. La misma falta de sacrificio que le dio chapa entre la gente al “voto licuadora” o al mirar para otro lado “si no me toca a mí”.
La primera década se basó en que la sociedad fue cautivada por la democracia, la segunda en el enamoramiento por la estabilidad y esta tercera, en el apego por la restitución de la figura presidencial y en la zanahoria de la inclusión. Como le sucede a las parejas víctimas del desgaste, al final de cada período, como nunca hubo amor verdadero, la frustración le termina ganando a la calentura. Pero la democracia tiene remedios para estos males, tal como volver a elegir hacia el futuro sin tanto enamoramiento de ocasión.
Tal como es el espíritu del kirchnerismo más puro, carente de autocrítica y propenso a desplegar los cortinados para que atrás si hay miseria “que no se note”, debería reconocer al menos que le cabe responsabilidad ya no por la herencia recibida, sino por la que va a dejar. En ese sentido, los aspectos de entendimiento social le son definitivamente adversos, ya que ideológicamente impulsó derechos para algunos que colisionaron de modo significativo con los derechos de otros.