"Si cada uno de nosotros dibujara imaginariamente su árbol genealógico, encontraría su propio rostro"

"Si cada uno de nosotros dibujara imaginariamente su árbol genealógico, encontraría su propio rostro"

El autor de Mamá cuenta cómo un texto privado terminó convirtiéndose en un best seller con el que se identificaron miles de lectores. También habla sobre la relación entre sus principales libros. Cree que la ficción es más discreta que la realidad. "El destino burla las reglas de la verosimilitud literaria", afirma.

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01 Septiembre 2013

Por Hernán Carbonel - Para LA GACETA - Salto (Buenos Aires)

- En el epílogo de Alguien quiere ver muerto a Emilio Malbrán, usted habla de su amor por las literaturas marginales: el policial, el folletín, otros "géneros menores". ¿Sigue amando hoy esos géneros, o ya es parte de "aquel muchacho de 25 años"?

- Esa clase de novelas forma parte de mi genoma literario. De manera irreflexiva, sin proponérmelo conscientemente, termino escribiendo novelas que aspiran a agregar volúmenes imaginarios a la Colección Robin Hood, a Rastros, a Séptimo Círculo, o que dialogan con las aventuras de Pérez-Reverte o que quieren inscribirse en los relatos para revistas femeninas que hacía Scott Fitzgerald. Salvando, por supuesto, las enormes distancias en cada caso. Puede que fracase, pero mi objetivo siempre consiste en combinar lo popular con lo noble. Mamá es una crónica de sentimientos, La segunda vida de las flores es una novela de amor, Fernández es una indagación sobre el periodismo, El dilema de los próceres es un thriller cultural, Alguien quiere ver muerto a Emilio Malbrán pertenece al género negro, y mis narraciones periodísticas y mis cuentos de ficción desperdigados en tres libros tienen el aliento de la épica y de la intimidad. Desde los 12 años intento ser uno de esos escritores. De todas maneras, no pretendo hacer doctrina con esta estética, como cuando tenía 25 años y creía que la verdadera vanguardia literaria estaba en los géneros populares. Ahora no tengo doctrinas ni certezas, sólo hago lo que puedo.

- Sus obras tienen mucho de autobiográfico, el personaje Fernández ha protagonizado muchos de sus libros. ¿Esa idea se le ha impuesto, o la ha utilizado como un vehículo?

- Fernández nace con la novela que lleva su nombre. Después de Mamá, yo quería escribir la historia de mi generación. Me propuse narrarlo como una crónica verídica, pero resulta que avanzaba y no contaba detalles importantes para no enemistarme con amigos o con personas conocidas. Un día descubrí que estaba haciendo algo totalmente falso. Y que debía mentir para contar la verdad: es decir, debía ubicarme en la ficción para ser más honesto y verdadero. Tiré todo a la basura, empecé de nuevo, saqué la primera persona e inventé un tal Fernández que vivió una vida equivalente (no idéntica) a la que yo viví. Luego un día me pidieron que Fernández escribiera cuentos de verano en la revista de La Nación. Debían ser cuentos de amor, y tenían que estar escritos desde la mirada de Fernández, que es un testigo de época. Así nació Corazones desatados. Tuvo muchísimo éxito. Y me quedaron muchas cosas en el tintero; eso me llevó entonces a La segunda vida de las flores. Para mí esos cuatro libros (Mamá incluida) son una sola novela con distintos actos. Tal vez Fernández vuelva, pero lo hará cuando lo necesite.

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- En Mamá hay una carga emocional muy fuerte. ¿Cómo trabajó internamente esa parte de la historia?

- Entrevisté a mi madre durante cincuenta horas, y eso fue un terremoto en mi vida. La entrevisté como periodista y como hijo; me enteré de cosas impensadas. Y eso me llevó a mi padre, a quien redescubrí. Y también al árbol genealógico, que hice a conciencia. Me di cuenta que yo era una mezcla personal, física, psicológica, social e ideológica de muchos parientes. Si cada uno de nosotros dibujara imaginariamente ese árbol, encontraría su propio rostro. Fue tan fuerte el encuentro con mi madre, con su historia, que por un momento pensé que todo lo que yo había leído y escrito hasta entonces era sólo un ejercicio para confeccionar esa pequeña novela de 200 páginas.

- Mi madre dijo respecto de Mamá: "Es como si este hombre hubiera escrito mi vida". ¿Lo suelen conmover esas impresiones de sus lectores?

- Al principio, yo creía que estaba escribiendo un libro privado, para mí y para mis hijos. Pero Gloria Rodrigué, la legendaria editora de Sudamericana, lo leyó, se largó a llorar y me llamó para decirme que no era la historia de mi madre sino la de miles y miles de inmigrantes. Y que al final, era la historia de miles y miles de mujeres. Fue un éxito de ventas increíble, y no he dejado desde entonces de recibir cartas de lectores de todo el mundo. Lo primero que ha producido Mamá es una profunda e inesperada identificación.

- Antonio Dal Masetto suele decir que "la realidad exagera". ¿De qué manera se trabaja una historia, basada en la experiencia real, en la que no es necesario exagerar, ya que eso está en la realidad misma?

- Creo que Dal Masetto tiene razón. Si vos leés mis cuentos de ficción de Corazones desatados y a continuación agarrás mis crónicas de La hermandad del honor te vas a dar cuenta de que la imaginación es más discreta y que la realidad es más increíble. El destino burla las reglas de la verosimilitud literaria. Escribiendo ficción, muchas veces digo: "Esto es demasiado novelesco, no voy a ponerlo". El destino, en cambio, escribe sin complejos. No sólo se permite ser novelesco; se permite además ser fantástico, bizarro e increíble.

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- ¿Tiene alguna obra de pronta publicación?

- Estoy escribiendo lentamente una novela sobre un país donde todos son corruptos y donde todos dicen tener una buena razón para serlo. ¿Te suena?

© LA GACETA

PERFIL

Jorge Fernández Díaz nació en Buenos Aires, en 1960. Fue redactor de La Razón, jefe de redacción de Diario del Neuquén, director de la revista Noticias, fundador del suplemento adn Cultura. Actualmente es secretario de redacción de La Nación. Es autor de trece libros, entre los que se destacan Mamá, Fernández, La segunda vida de las flores y Alguien quiere ver muerto a Emilio Malbrán. Entre otras distinciones, recibió el Konex de Platino, la Medalla del Bicentenario y la Cruz de la orden Isabel la Católica. 

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