"La escritura se nutre de las grietas y heridas de la infancia"

"La escritura se nutre de las grietas y heridas de la infancia"

La autora de Nada se opone a la noche habla sobre su novela, la más galardonada y -con medio millón de ejemplares vendidos- la más leída en Francia en 2011, que ahora se edita en nuestro país. "Escribir jamás es cómodo", afirma la escritora que se propuso narrar la terrible vida de su madre.

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21 Abril 2013

Por Fabián Soberón - Para LA GACETA - Tucumán

- ¿Por qué eligió la figura de su madre para escribir Nada se opone a la noche?

- Creo que la muerte de mi madre, la brutalidad del descubrimiento de su cuerpo, me ha dado el permiso para escribir sobre ella y hacer de ella una figura novelesca. Esta es una búsqueda del origen. Investigando en el entorno de mi madre y de su increíble familia, he ido a lo más cerca de lo que me constituye: lo que me ha sido transmitido, lo que he recibido o tomado por herencia familiar pero también lo que he rechazado. El libro explora el mito pero también su polaridad, su contradicción.

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- Se podría decir que Nada se opone a la noche es un libro de no ficción. ¿Ha tenido presente algún referente clave (en el terreno de la no ficción) a la hora de escribir su libro? Me refiero a alguna obra de un autor admirado por usted.

- De hecho, me parece haber explorado diferentes formas en este libro: la novela, la biografía, la autobiografía y probablemente la autoficción; particularmente en los pasajes donde me incluyo en la escenas simultáneamente como narradora y personaje del libro. Sentía ganas de mezclar los estilos, o, mejor expresado, liberarme de ellos. Nada se opone a la noche es un intento antes que todo de contar la vida de mi madre, desde su primera infancia hasta su muerte, la vida de una mujer que comenzó en los años 50 y terminó en 2008; atravesando diferentes épocas que también significaron influencias para ella. Como referencia clave, podría citar Lambeaux, la novela donde Charles Juliet evoca a sus dos madres (su madre biológica y su madre adoptiva). Leyéndolo he comprendido cuán magnífico homenaje puede ser una novela cuando su objetivo no se limita a recomponer cuentas pendientes, sino acercarse a una verdad. He comprendido que se puede escribir a partir de uno sin centrarse en uno mismo. Yo creo que el verdadero clic sucedió allí mismo, en la prosa precisa, nítida y luminosa de Charles Juliet.

- Para usted, ¿Nada se opone a la noche es un hito importante en su carrera como escritora?

- Sí. El libro ha tenido en Francia un éxito excepcional y el reconocimiento simultáneo del público y de los críticos. Eso no es común. Contrariamente, yo pensaba que esta novela con tono confesional no sería tan popular como los otros y sería destinada a un público más restringido. Es formidable para un autor darse cuenta en un cierto momento que ha logrado el interés de un público tan vasto. Es una gran felicidad. Pero luego es necesario ser capaz de retomar el propio camino, la propia trayectoria; sin llevarse de la influencia de los lectores y la crítica para reencontrar la línea de trabajo.

- Hay una serie de episodios que pueden parecer increíbles o curiosos. Por ejemplo, el encuentro de su madre con Lacan. Este episodio introduce un elemento delirante o extraño en el texto. ¿Ha pensado en introducir lo delirante o absurdo en su libro?

- Estoy convencida de que el episodio de Lacan, tal como mi madre me lo ha transmitido por escrito y verbalmente, es fidedigno. En Francia, los especialistas de Lacan, los lacanianos, concuerdan en decir que él estaba enfermo al final de su vida y podría haber tenido reacciones violentas hacia sus pacientes. Elisabeth Roudinesco, quien es en Francia una gran especialista de Lacan, me dijo que ella pensaba que era verdad.

- En un pasaje del libro usted dice que pensó en escribir sobre Lucile cuando advirtió que su escritura estaba ligada a ella, a sus ficciones, a sus momentos de delirio. ¿Podría comentar este pasaje?

- Es una manera de decir que para mí el origen de la escritura se encuentra en la niñez. Está ligada a ese momento que fue para nosotras (mi hermana y yo) un tiempo de exilio, de cambio radical para nuestras vidas. En esta situación vertiginosa, en la que mi madre sale de la realidad, algo impulsó la necesidad de escribir, como si la realidad tuviera que estar sostenida por palabras porque de otra manera no tendría modo de existencia. Habitualmente, la escritura se nutre de las grietas y heridas de la infancia. Para mí, es el movimiento mismo de la escritura. Buscar decir lo indecible, reflejar con palabras aquello que uno no es capaz de describir necesariamente.

- El escritor Richard Ford me dijo que escribir sobre los padres está inspirado en emociones fuertes. Y que esa experiencia deja mucho entre manos para escribir. ¿Qué opina de esta afirmación de Ford? ¿Usted cree que es así?

- Sí, seguro. Escribir sobre los padres, la familia, ¡nos posiciona en una zona de total incomodidad! Así como le digo, no era yo quien quería escribir este libro, él se me impuso. Mi trayectoria de autora pasaba por ese punto y no podía evitarlo. Escribir sobre la familia plantea la cuestión de derechos y deberes que uno tiene hacia ella y no era indiferente a ello, por más que sé que a veces hace falta sobrepasar los miedos o las prohibiciones para que las palabras puedan existir. Eso no es cómodo. Pero escribir jamás es cómodo y me parece indispensable que la escritura sea un lugar de investigación, de interrogación, de duda, de conflicto. En esta obra el conflicto era entre yo y yo: ¿hasta dónde llegaría? En un momento, casi abandono esta empresa, por razones que interpreto como negativas. Por pereza o por cobardía. Pero cada vez el libro me retomaba. Es necesario decir que tuve grandes momentos de placer, de júbilo en el momento de la escritura, particularmente con la remembranza de los aspectos más originales, cómicos de mi familia y de su mitología: la gran flexibilidad física de mi abuela a los 70 años en su traje de gimnasia brillante, el humor extravagante de mi madre, la sabia organización de las comidas de nuestra tribu en vacaciones, la gran casa de Pierrmont atravesada por las corrientes de aire, las risas y los aromas de la cocina…

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- Usted comenta que Lucile leyó su novela Días sin hambre. ¿Qué cree que diría su madre sobre Nada se opone a la noche?

-Esto es imposible de responder. Yo no sé cómo hubiera reaccionado mi madre con este libro, y no lo sabré jamás… Contiene extractos de textos que ella misma escribió y que intentó publicar en varias oportunidades. En este sentido, no tengo el sentimiento de traicionarla, y seguramente también he tenido algunas veces la fantasía de prolongar algo que ella misma hubiera querido hacer. Esta novela es un libro de amor y un homenaje antes que todo. Quise rendir homenaje a mi madre, a su misterio, a su dulzura, a su dolor, a su violencia y a su belleza.

© LA GACETA

Nota: la traducción directa del francés fue realizada por Liberal Hostier.


Viaje al fin de la noche

NOVELA

NADA SE OPONE A LA NOCHE

DELPHINE DE VIGAN

(Anagrama - Buenos Aires)



Una niña reluciente, de ojos azules, callada, enigmática, viaja en el metro junto a su madre para una sesión fotográfica. Desde hace meses es modelo para una cadena de ropa. Su rostro brilla en los pupitres de todos los chicos de París. Su prístino rostro inigualable posa en los carteles cerca del metro.

Su padre, George, la admira y siente extrañeza frente a la niña. Ella no vive sola. Tiene seis hermanos que pronto serán ocho. Lo que no sabe, y pronto sabrá, es que el rumor negro de la muerte rondará su cuerpo, su pelo, su mente, de una manera furiosa y pegajosa, como un cuervo oscuro y torpe, despiadado.

Ella se llama Lucile. Y es la madre de la escritora Delphine de Vigan. Lucile, hermosa, hermética, admirada, y su rostro, su pelo rubio casi blanco, su mirada perdida, ronda, inolvidable. Los cambios de casa, la muerte de su hermano Antonin, el futuro suicidio de su hermano Jean Marc, todo marca en silencio y a fuego lento la vida agitada y triste de Lucile.

Los hermanos eran ocho hasta que Antonin se cayó en un pozo y las versiones difieren. Eran ocho hasta que Jean Marc hundió su cara en una bolsa mientras se masturbaba solo, aislado, en su habitación.

Nada se opone a la noche no es una novela. Y sí es una novela. Es mucho más. Delphine de Vigan cuenta la vida de su madre desde la niñez hasta la madurez. ¿Cómo la cuenta? Como una novela. Pero lo que narra, atravesado por las estrategias de la ficción y por las llagas del dolor, es el conjunto desmesurado y amorfo de episodios, terrible, como un huracán, que rodeó y modificó la vida de Lucile.

Delphine de Vigan ha elaborado un relato de no ficción sobre la vida de su madre. Y una investigación descarnada sobre las relaciones entre Delphine y su madre, sobre la herencia inmarcesible de Lucile. Y también, como en un policial, narra, desesperada, las peripecias de la escritura, los devaneos, las dudas, las preguntas.

Al principio se niega a escribir. Una coincidencia férrea y subterránea la decide: un día comprende que su escritura está ligada a la vida de Lucile.

Como en un thriller, las preguntas y las inquietudes se suceden. Y los enigmas serpentean y persisten: ¿quién fue Lucile? ¿Por qué amó a un vagabundo llamado Gaspar que fue asesinado ? ¿Por qué nadie reaccionó cuando Lucile escribió una carta a toda la familia diciendo que George, su padre, la había violado?

Hacia lo siniestro

La "novela" de Delphine de Vigan atrapa porque es un huracán silencioso y amargo, porque es un río que lleva en su seno la narración y las dudas, la historia desaforada y los interrogantes. La locura y el dolor, el proceso estrambótico y secreto que la lleva a la locura conviven con el ritmo y los conflictos que genera la escritura misma. De Vigan entrevista a las hermanos vivos de Lucile y les pide su testimonio. Escucha las grabaciones que ha dejado George sobre su vida. Escarba en las cartas, las fotos en blanco y negro, los archivos, los diarios íntimos, los recuerdos rotos, el dolor vivo. Todo es objeto de su desaforada investigación. De Vigan mete los dedos y el corazón late y la música de pájaro mustio y desolado sobrevuela las páginas.

Lucile fue una mujer hermosa que amó a muchos hombres y que fue internada muchas veces. Una mujer que leyó, que pintó, que adoró las artes y que fracasó en todas. Tuvo tres caídas y apenas se repuso. La última la dejó con el rostro azul, inmóvil, y con las falanges oscuras, como si tuvieran tinta.

En Nada se opone a la noche, los muertos abundan y el suspenso es una escalera hacia lo siniestro. Delphine de Vigan se interna en los meandros oscuros de la locura, en las grietas de la noche, en la espesura del dolor, en un viaje sin regreso. Nada se opone a la noche no es una biografía, no es mero documento, no es sólo un álbum de familia. Es un tren en el que el furor triste no se detiene.

Es un viaje al fin de la noche.

© LA GACETA

Fabián Soberón



Fragmento de Nada se opone a la noche *

Por Delphine de Vigan

Una tarde de ese mismo invierno, cuando volvíamos de una visita al dentista y caminábamos uno al lado del otro sobre la estrecha acera de la calle Folie Méricourt, mi hijo me preguntó, sin previo aviso y sin que nada en la anterior conversación hubiese podido predecir esa pregunta: 

- La abuela... de alguna manera... ¿se suicidó? 

Todavía hoy, cuando pienso en esa pregunta me conmociono, no por su sentido sino por su forma, ese de alguna manera en boca de un niño de nueve años, una consideración hacia mí, una forma de tantear el terreno, de avanzar de puntillas. Pero era quizá una auténtica duda para él: teniendo en cuenta las circunstancias, ¿la muerte de Lucile debía ser considerada un suicidio? 

El día que encontré a mi madre en su casa no pude ir a buscar a mis hijos. Se quedaron en casa de su padre. Al día siguiente les anuncié la muerte de su abuela, creo que dije algo así como: «La abuela ha muerto», y en respuesta a las preguntas que me hacían: «Ha elegido quedarse dormida» (a pesar de que he leído a Françoise Dolto). Semanas más tarde, mi hijo me llamaba al orden: al pan hay que llamarlo pan. La abuela se había suicidado, sí, se había quitado de en medio, había bajado el telón, se había retirado, rendido, había dicho stop, basta, terminado, y tenía buenas razones para llegar a eso. 

Ya no recuerdo cuándo surgió la idea de escribir sobre mi madre, en torno a ella, o a partir de ella, sé cuánto rechacé esa idea, la mantuve a distancia, el mayor tiempo posible, esgrimiendo la lista de los innombrables autores que habían escrito sobre la suya, desde los más antiguos hasta los más recientes, para demostrarme de qué manera ese terreno había sido pisoteado y el tema degradado, alejé de mí las frases que me venían a primera hora de la mañana o a la vuelta de un recuerdo, tantos principios de novela en todas sus posibles formas de los que no quería oír ni la primera palabra, establecí la lista de obstáculos que no dejarían de presentarse ante mí y de los riesgos imposibles de determinar que correría metiéndome en un lío como ése. 

*Anagrama


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